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Es noviembre en Auschwitz

04 de Noviembre de 2019
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Plaszow 2
Lo sé porque empiezan a caer los primeros copos de nieve. Aquí siempre nieva por estas fechas. Pero a mí no me molesta porque llevo siempre puesto mi abrigo de pelo y grasa, una especie de gabardina intrínseca pegada a mis huesos.Veo descender las virutas heladas sobre mi hocico. Se derriten al tocarme. Me hacen cosquillas. Abro la boca y un poco de nevisca me moja la lengua. Adoro la nieve. Sin embargo, mi amigo Jacob la detesta. La odia a muerte.Jacob es un cachorro de humano. Tiene el pelo oscuro, los ojos claros ‒no consigo entender para qué‒ y no lleva gabardina alguna. Cubre su cuerpecillo con unos harapos y su boca desprende tanto vaho como la chimenea del comedor de oficiales. Tiembla como una florecilla en la nieve, arrastrando con fatiga sus piececillos por el fango.Yo le hablo. Bueno, en realidad le ladro, pero Jacob no me responde. Las crías humanas no hablan mi idioma. No profiere palabra, pero sé que me entiende porque sus ojos lo dicen sin tener que esbozar un ladrido. No me teme, porque no huele a miedo cuando me acerco. Eso sí, hiede a tristeza y a muerte. Puedo sentir su peste de desesperanza desde la alambrada.Me da migas de pan. Las lleva escondidas en un doblez de la manga de su uniforme de rayas. Son pocas, pero me las como encantado de todas formas. Saben raro y huelen a Jacob. Me toca la cabeza y yo le dejo tocarme. Le miro a sus ojos transparentes, y él atraviesa los míos, como si viajara por mi cuerpo, por mis entrañas, como si volara a través de mí, lejos del campamento, hasta llegar al riachuelo que canta a borbotones más allá de la empalizada.Aunque no tiene gabardina de pelo y grasa, Jacob y yo somos muy parecidos. Es un cachorro solitario. No tiene padres, como yo. Cada mañana sigue a un río de humanos adultos hasta los talleres. Allí cargan cosas y las llevan de un lado para otro. Jacob, con sus bracillos, también porta objetos pesados sin descanso mientras echa ese humo por la boca que huele a frío y a sed.Los soldados les ladran ‒algunos humanos en Auschwitz tienen la rara habilidad de ladrar‒ y muchas veces los golpean con sus fusiles haciéndolos caer a la tierra mojada. Algunos no vuelven a levantarse. Entonces, los cargan en carriolas y los conducen al “infierno”. Así le llaman los humanos harapientos al hangar donde huele a azufre y a carne.Cuando termina esta extraña actividad ‒de cargar y volver a cargar cosas inútiles durante horas y horas‒ vuelven en fila a sus barracones arrastrando aún más los pies si cabe, y sin emitir sonido alguno. En silencio. Es un silencio raro. No es un silencio bello. Es un silencio cansado y espeso.Luego el soldado Hans me lleva a las perreras. Me tumbo junto a los otros pastores alemanes y miro desde la verja hacia la ventana de Jacob. Él mira las estrellas cada noche. Sueña con ser una de ellas, lejana y brillante, más allá de Auschwitz. Otras veces me mira a mí, con esos ojos transparentes que no necesitan ladridos para decir cosas. Yo lo contemplo desde mi cobijo hasta que el sueño me vence como hace el viento con la espiga de trigo.
Me despierto. Estiro mi lomo adormecido por la helada de la noche.El río de humanos vestidos a rayas sale de su barracón camino de los talleres. De repente se detiene en seco. Yo ladro. Es mi deber. Hans se para y les ladra también con ese modo tan suyo. Un adulto sostiene con dificultad un cuerpecillo. Sus piernas flaquean y cae al fango sobre sus rodillas. Hans ladra más fuerte mientras lo encañona con su fusil. Yo también ladro. El soldado le golpea la cabeza con la culata y el humano suelta burdamente el cachorro sobre un charco. Yo me acerco. Olisqueo el fardo harapiento. Huelo a Jacob. Sé que es Jacob, pero ya no huele a él. Huele distinto. Huele a campos de olivos. Huele a miel y a nueces. Huele a manteca y a aceite.Ladro.Una carriola porta a Jacob mientras sus piececillos cuelgan y bailan entre los baches. A lo lejos, el cartel de plomo recuerda que El trabajo te hace libre.Se posan virutas heladas sobre mi hocico. Está nevando de nuevo en Auschwitz.
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