A la hora de reflexionar sobre los desplazamientos que se podrían estar haciendo desde las grandes urbes a las segundas residencias, a nuestros pueblos, tenemos que valorar o tener en consideración lo que la gente de los pueblos tenemos y no vamos a renunciar a ello.
Cuando vienen nuestros familiares de otras provincias a vernos, nos dicen una cosa que nosotros por rutina la olvidamos, ¡Qué rico estaba! … ; aplíquese a cualquier cosa, a los tomates que tiene sabor, a la carne, a la verdura, a nuestros garbanzos de Fuentesaúco, a nuestro queso, … , y no solo sabroso, sino que también hay otra pregunta asociada ¿Cuánto ha costado? Y ante la respuesta del precio sus respuestas siempre serán “Qué bien vivís / coméis en los pueblos”, “vaya precios más baratos”, …
Ahora, que todos estamos confinados, desde los pueblos nos preguntamos ¿Para qué queremos las grandes ciudades? Para comer no, desde luego, porque quizás muchos hemos descubierto que es mejor no ir a un restaurante de comida rápida, de esos que abundan en las grandes ciudades, sino acercarse a la Carnicería y preparártelo tu.
Los que habitualmente estamos en esta “España olvidada” lo tomamos como algo normal, ir a casa de Jandri, quien tiene una huerta a las afueras del pueblo y comprar esos tomates grandes, rojos y que cuando los ves ten dan ganas de comerlos, pero cuando los pruebas te dan ganas de no parar de comer; y a los que lo descubren por primera vez, aquellos que están en grandes ciudades y no están acostumbrados a estos productos, quieren volver y repetir; llenar su coche de productos y llevarlos a su casa para poder comerlos poco a poco y desear que no se le acabara hasta que puedan volver al pueblo.
En el pueblo lo que hacemos en este momento es disfrutar cada momento en el que salimos de casa a comprar productos esenciales y aprovechamos a hablar con estos tenderos, cosa que hacíamos antes del confinamiento, ahora, y después lo volveremos a hacer.
Los urbanitas, no están acostumbrados a este trato personal, con las prisas de sus actividades diarias van a “perder” el mínimo tiempo posible a las tiendas, si van; y no se aprecian ni los olores, ni los productos que hay en la tienda, ni a los dueños de las tiendas, que son los que te atienden.
Estar en las tiendas del pueblo, las de toda vida, hablar con Tomás, con Marimar, con Evaristo, con Conchi, con Esperancita, … preguntarles por sus familiares, por sus vecinos, que son los nuestros, contándonos novedades del pueblo, oyendo sus propuestas de mejora, oyendo sus confidencias, oyendo sus preocupaciones y teniéndolas en consideración.
Y nuestros pequeños, … que decir de nuestros pequeños cuando van donde Sidad, Manoli o donde Toñi a buscar golosinas, ese momento mágico para ellos, en el que se les llama por sus nombres, y se creen los clientes más importantes del mundo.
Desde el pueblo queremos disfrutar nuestras fiestas, nuestras costumbres, no a golpe de clic, sino envolviéndonos en todo lo que hay, disfrutando de todos momentos que podemos tener en compañía de todos nosotros
Este año y debido a la situación hemos suspendido la Semana Santa, nuestra Semana Santa, Semana Santa en la que prácticamente la totalidad de la población interviene activamente en la festividad o bien en una cofradía o bien participando, ayudando o comprobando que todo este correcto.
También contar que este tiempo de Semana Santa es un momento de encuentro; nuestros familiares, amigos, conocidos, regresan, saben que como en Fuentesaúco no van a estar en la playa, o en otro lugar paradisiaco.
Tiempo de rosquillas caseras, torrijas, hornazos dulces que recuerdan nuestras meriendas en el campo, y limonada, que sirve para probar ese vino hecho con todo el cariño de manera casera y que durante todo un año lo disfrutaremos con nuestros amigos o visitantes; unido a los Nazarenos, Cucuruchos, Cirineos que recrean la pasión de cristo y que sirven de unión del pueblo.
El tiempo que pasamos en esta cuarentena, y que también valoramos en nuestro silencio, los monumentos que tenemos en el pueblo y que desearíamos estar viéndolos, patearlos, compartirlos con los nuestros; Nuestra Iglesia de Santa María del Castillo, Bien de Interés Cultural que preside una de nuestras plazas, pero también nuestras ermitas o nuestra plaza mayor, lugar de encuentro y protegida por patrimonio de Castilla y León.
Viendo desde nuestra ventana los rayos primaverales del sol, añoramos nuestro “Cuaiz”, lugar para ir a merendar con nuestros amigos, para ir con nuestros niños a jugar y verlos disfrutar, o nuestro parque, que está más integrado en el pueblo, pero con la seguridad de que no pase nada a ningún niño.
Hay gente que dice que lo más triste de los urbanitas es no tener un pueblo, al que ir, pueblo al que poder recurrir cuando se está en necesidad, al que ir a disfrutar de sus fiestas; Quizás si a los de pueblo nos preguntan digamos que lo más triste es no vivir en esos pueblos, es tener que ir los domingos a estar en un atasco para entrar en la Ciudad, a tener que coger un atasco los viernes para ir a ver lo bien que se vive en los pueblos, lo bien que se come en los pueblos, o lo bien que se está compartiendo momentos con la gente de los pueblos.