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Escenas desde Alemania

28 de Febrero de 2025
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Manifestación de neonazis en Alemania.

Tras las recientes elecciones alemanas abundan los sesudos análisis de políticos de la contorna y de más allá de las fronteras, jóvenes politólogos egresados de universidades, sociólogos, entretenidos tertulianos, periodistas especializados, o no tanto y abundantes expertos de todos los colores.

Unos ponen el acento en el incuestionable crecimiento de la ultraderecha alemana y su hegemonía en la antigua Alemania del Este. Habían crecido, sus expectativas eran grandes, han conseguido convertirse en segunda fuerza y se suben a la ola de otras opciones de ultraderecha en el mundo.

Otros cacarean, sin embargo, el buen comportamiento electoral de la derecha tradicional, que ha sabido mantener sus posiciones, pese a obtener uno de los peores resultados electorales de su historia. Hay quienes destacan positivamente su negativa a posibles pactos con la ultraderecha.

Muchos se detienen en el desastre electoral que han cosechado los socialdemócratas y se entretienen, para explicarlo, en el desgaste por el ejercicio del gobierno en tiempos de incertidumbres económicas, guerras a lo largo y ancho del planeta y en las fronteras europeas, junto a cambios tecnológicos y productivos difíciles de asumir por una economía tradicional de base industrial como la alemana.

Alemania era el motor productivo de Europa y uno de los actores principales de la construcción política de una incipiente unidad continental. Sienten ahora que han dejado de serlo y se han visto forzados a aceptar nuevas realidades, indeseables y cargadas de miedo al futuro.

Sufrieron, desde 2008, los efectos de una crisis, primero financiera y luego general y global. Aceptaron, en muchos casos de mala gana, la llegada de miles de refugiados, sirios en muchos casos y para colmo pagaron un precio mayor en la guerra de Ucrania.

Los partidos tradicionales, incluidos los verdes alemanes, referencia obligada para los rojiverdes españoles, han aceptado las lógicas impuestas por el nuevo orden mundial. Han asumido el aumento del gasto militar. Han aceptado que las centrales nucleares sean ahora ecológicamente viables y que las nuevas energías alternativas, caras y diferidamente contaminantes, ensucien los paisajes bucólicos de los pocos espacios naturales que nos quedan disponibles.

No faltan quienes destacan el crecimiento electoral de La Izquierda entre los jóvenes. Una izquierda que se asomaba a la debacle y que ha recuperado un voto joven que se ha decantado hacia uno de los dos extremos. El llamamiento a ocupar las barricadas (literalmente) para resistir al fascismo ha surtido efectos en el allí y el ahora.

Mientras tanto la pérdida de votos de liberales y verdes, con resultados dispares, supone que los primeros no entran en el parlamento y los segundos pierden un buen número de diputados, aunque alcancen la cuarta posición electoral por detrás del SPD y por delante de La Izquierda.

No pocos se alegran de que ese nuevo partido personalizado con el nombre de Sara de apellido impronunciable (Wagenknecht) se haya quedado a tres décimas de entrar en el Bundegstag. Los llaman rojipardos y les han dado con la puerta en las narices, pese a rozar, a falta de tres décimas, el 5 por ciento necesario para entrar en el Parlamento.

Aun así han obtenido 2´5 millones de votos que ponen de manifiesto que esas cosas que dicen en defensa del final de la guerra de Ucrania, la defensa de la protección social, o exigiendo un mayor control de la inmigración, han calado en parte de la sociedad alemana y no sólo desde posiciones de ultraderecha, sino desde una izquierda que se aleja de las posiciones de aquella otra izquierda que conservadores y ultraderecha definen como woke.

Mientras que el voto de las fuerzas tradicionales se corresponde con votantes de mayor edad, el voto de La Izquierda y de la ultraderecha es un voto más joven. Sin embargo, el voto de los liberales y del partido de Sara, es porcentualmente similar en todas las edades. También los Verde reciben votos homogéneos un poco mayores en los tramos de mediana edad.

Así las cosas las lecturas en España son muy variadas y las conclusiones de cada partido se ven distorsionadas por sus intereses particulares. La derecha tradicional se las promete felices, pero si pierde votos a favor de la ultraderecha y es incapaz de articular una gran coalición a la alemana puede terminar siendo un fiasco. Mientras tanto, la ultraderecha sólo tiene que esperar el cuanto peor mejor para crecer sobre el descontento generalizado.

Los socialistas siguen aferrados a su Manuel de Resistencia, a la manera de libro de cabecera, fábula de Pedro y el Lobo, para evitar citas electorales anticipadas que sólo podrían, por el momento, tener un desastroso resultado. Para lo que vaya a venir en adelante no bastará frenar al fascismo, sino ganar la batalla de las ideas, de las conciencias y de los corazones. Y de eso estamos aún lejos.

Los podemitas, salvadas las distancias y pese a sus excesos y caprichos de todo tipo, tras haber dilapidado casi todo el capital político del 15M, quisieran identificarse con La Izquierda alemana, arrumbando definitivamente al partido de Yolanda, de apellido más fácil que el de la Wagenknetcht, pero de futuro mucho más incierto que el de Sara.

Deberíamos aprovechar el ensayo general que nos brinda Alemania para recomponer un clima que permita establecer puntos de acuerdo de viejas y nuevas fuerzas políticas en torno a ideas, propuestas y políticas que permitan fortalecer la convivencia democrática.

Y no hay democracia sin políticas sociales, de empleo, vivienda, sanidad, educación, o pensiones. Claro que es posible defender la libertad, la igualdad y la solidaridad en el mismo paquete. Claro que es posible ordenar los procesos migratorios, establecer nuevos modelos productivos, o solucionar los problemas de la vivienda, entre otras cuestiones esenciales.

Eso sí, al precio de poner el bien común y el interés general por encima de las mezquindades individuales y grupales de cada facción, partido, o grupo de presión.

O eso, o dejar que los guerracivilistas aprovechen el momento y nos conduzcan al desastre. Lo llamarán patriotismo, pero será desastre. Y lo sabemos.

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