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La esforzada vida del negacionista

15 de Diciembre de 2024
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La esforzada vida del negacionista

Si. Ser un "negacionista" no es sencillo. Se trata por definición de un tipo apartado y marginado de algún grupo mayoritario cuyos miembros comparten una verdad luminosa e incuestionable avalada por la ciencia o por un importante "consenso de expertos" en la materia. Esta verdad casi sagrada y a la que podríamos calificar de "lo bueno" es predicada de modo incesante y machacón por gobiernos, oposiciones y medios de comunicación de forma unánime y a todas horas. Dicho de otra manera, un "negacionista" es un enemigo de "lo bueno" por cuestionar esta narración bienaventurada que parece proceder, como la Biblia, del propio Dios. Mas o menos como ser comunista en la época del senador McCarthy o ser machista en Podemos. "Lo bueno" puede referirse a unas vacunas, a unos coches eléctricos, a unos molinos de esos tan bonitos que ahora adornan nuestras hispanas colinas, a unos paneles solares o al universal progresismo. Igual da, la mecánica de aislamiento social del disidente es la misma.

Nadie desea ser un marginado. Por eso, lo más sencillo es dejarse empapar por el  tsunami propagandístico y abrazar "la Revelación" (es decir "lo bueno") Tomemos el ejemplo de la Pandemia. Inicialmente muchos se mostraron críticos y reticentes a vacunarse. Pues bien, tras una exitosa campaña propagandística basada en el miedo, en la responsabilidad social y en la censura de expertos discrepantes, el 85 % de la población española se vacunó. Unos lo hicieron por convencimiento y muchos por comodidad no fuese a ser que no obtuviesen el ansiado pasaporte y les impidiesen entrar en los bares. Esos no son negacionistas. De ellos, unos cuantos, defendieron la libertad de los que no querían inocularse y eso les honra. Otros se transformaron en furibundos conversos y estrictos inquisidores del verdadero "negacionista"

Estos resistentes lo fueron tal vez basándose en una disposición personal a la rebeldía, o en determinadas creencias ideológicas o en un alto nivel de información sobre la materia en cuestión, en este caso una enfermedad vírica generalmente leve pero muy contagiosa, que les hacía de parapeto y refugio frente a la propaganda. A este grupo se le atosigó con una avalancha de datos sesgados e incompletos por no decir embustes manifiestos difíciles de rebatir por la censura y el constante cacareo informativo. Curiosamente, no era preciso demostrar la efectividad de la vacuna, sino que no lo era. Y lo nunca visto, que por primera vez en la historia los vacunados tuvieran que protegerse de los no vacunados. Por eso, para ayudar a los no convencidos a que entrasen en la senda de "lo bueno" trataron de imponer el estúpido e inútil pasaporte.

Sin embargo, a estas alturas, los "negacionistas ",solían resistir pese al ambiente familiar enrarecido y las constantes críticas y descalificaciones provenientes tanto del entorno como de los medios de propaganda. Pero el ánimo del "negacionista" se resentía, tornándose irritable, disfórico, amargado y alerta ante posibles nuevas medidas persecutorias y todo ello impregnado de nihilismo frente a la universalidad de la estupidez. Algunos entre ellos, se refugiaron en un ilusorio sentimiento de superioridad frente a la observación de los ritos absurdos del saludo con el codo y la separación hasta en la mesa de tu casa ejecutados por tus íntimos amigos como si estuviesen poseídos por aquellos ultracuerpos de la película de Kaufman. Y siempre la tentación de ceder, de abandonar tu aislamiento con el sencillo pinchazo y reincorporarte a una comunidad que tal vez habías abandonado voluntariamente por la propia obcecación. Si tenías suerte y paciencia en las discusiones, lo mejor que podía pasar es que te diesen por imposible, afecto de alguna especie de chifladura. Pero la soledad se hacía dura en ocasiones. El precio de mantener un " Yo puro y libre de RNA ajeno" era ser señalado como un peligro, un foco de infección para la sociedad y una insignificante amenaza para un Estado que,  como un monstruo totalitario,  trataba de invadir mi esfera privada, mi cuerpo y mis relaciones. No era el virus, era peor, era un gas emocional altamente tóxico que me ocasionaba una terrible mala leche, como no la había sufrido jamás.

Solamente año y medio después del comienzo de la Pandemia pude comenzar a conocer a gente como yo. De hecho había muchos más de los que creía. O estaban callados por temor (lo cual es comprensible) o porque no les dejaban hablar. Y entonces experimenté un profundo alivio. El de no estar solo y aislado. La vida se pone a veces muy cuesta arriba, pero no hay mal que cien años dure, Hasta "lo bueno " llega a su fin....creo.

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