Traducción de Bryan Vargas Reyes
Europa es un pequeño rincón de un vasto continente llamado Eurasia que se extiende desde el Cabo de Roca hasta el Cabo Dezhnyov, un continente enorme con una rica historia. Y en ese pequeño rincón, lo que llamamos Península Ibérica es aún más pequeño. Durante milenios, fue un espacio menor al que ningún posible conquistador dio demasiada importancia. Era el fin del mundo ptolemaico, un callejón sin salida. Los romanos utilizaron este rincón del mundo para debilitar a los cartagineses y alejarlos de la península itálica. Muchos siglos después, cuando los visigodos dominaban la zona, fueron los musulmanes del norte de África quienes vinieron a enriquecer culturalmente esta región marginal de Europa. Sin la riqueza multicultural de Al-Ándalus, la cultura occidental tal como la conocemos no existiría.
A partir del siglo XV, Europa empezó a perder la prioridad concedida a sus vínculos multiseculares con Eurasia y a invadir otras regiones del mundo, separadas por océanos, y a expandirse en nuevas direcciones, por mar, hacia el Oeste y el Sur, y hacia el lejano Oriente. La historia de los ganadores de esto es una enorme vitrina de trofeos. La historia de los perdedores tardó mucho tiempo en darse a conocer, e incluso hoy sólo se conoce parcialmente. La "convivencia" de Europa con estos nuevos mundos se ha caracterizado casi siempre por la apropiación, el pillaje y la violencia, siempre en nombre de nobles ideologías (cristianismo, civilización, progreso, desarrollo, derechos humanos, democracia). Sin carecer de importancia, estas ideologías nunca tuvieron la fuerza necesaria para contrarrestar la esencia de la coexistencia, que requería la guerra permanente.
Menos conocido es el hecho de que esta "forma de vivir juntos" se siguió tanto para el exterior como para el interior. Y por eso el periodo de paz más largo que ha disfrutado Europa sólo duró cien años (1815-1914), e incluso entonces hubo la guerra franco-prusiana de por medio. El segundo periodo, que comenzó en 1945, no parece que pueda durar tanto. La razón radica en el pecado original de la civilización europea de considerarse superior sin que hubiera consenso sobre los criterios de superioridad ni sobre quién tenía legitimidad para definirlos e imponerlos. Por eso, desde el siglo XV, Europa no ha podido definirse más que mediante exclusiones recíprocas. Rusia ha sido a veces Europa, a veces el opuesto de Europa. Y Rusia ha visto a Europa como su hogar o como el hogar del enemigo. Lo mismo ocurrió con los Balcanes. Europa del Este era la barbarie para Hitler (los polacos no tenían Kultur) y Europa del Sur era el patio trasero de Europa del Norte, medio africana por sangre y estilo de vida. Irlanda, por su parte, era una colonia de Inglaterra y sufría hambrunas tan graves como las que Stalin impuso en Ucrania. Durante la Guerra Fría, el problema de Rusia no se resolvió dividiendo a Rusia, sino dividiendo Europa en dos bloques.
Una vez finalizada la Guerra Fría, comenzó la verdadera derrota histórica de Europa. Una vez más, Europa fue incapaz de unirse salvo contra Rusia. Esta vez no fue por iniciativa propia (que iba en dirección contraria, la Ostpolitik de Willy Brandt), sino por iniciativa de Estados Unidos, deseoso de saldar la deuda europea contraída durante la Segunda Guerra Mundial. La no liquidación de la OTAN (y, por el contrario, su expansión tras el fin del Pacto de Varsovia) fue el instrumento utilizado para separar a Europa de Rusia. El fin del colonialismo histórico había dificultado el acceso barato e incondicional a los recursos naturales de los que Europa siempre había carecido. Durante veinte años, a partir de la llegada al poder de Vladimir Putin en 2009, esta dificultad fue resuelta por Rusia, que suministraba a Europa el 35% de su gas natural a precios que favorecían la competitividad internacional de las empresas europeas (principalmente alemanas). Esta solución llegó a su fin con la explosión de los gasoductos el 26 de septiembre de 2022. Si EE.UU. no provocó la explosión (muchos afirman que sí), al menos fue quien más se benefició de ella, haciendo a Europa mucho más dependiente de EE.UU., y de tal manera que la economía europea perdió competitividad.
La continuación de la guerra en Ucrania, es decir, la incapacidad de Europa para construir una paz justa frente a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, ha sido la manifestación más visible del declive histórico de Europa. Desde luego, no será la última. El colonialismo es un fantasma que perseguirá a Europa durante mucho tiempo. Su afloramiento más reciente es la criminal solución final impuesta por Israel al martirizado pueblo de Palestina. El sionismo se convirtió en una conveniencia del Imperio Británico para impedir la aparición de un Estado árabe fuerte en Oriente Próximo y se expandió gracias al antisemitismo europeo, una larga y cruel historia que va desde la Inquisición del siglo XVI hasta el nazismo, pasando por los pogromos de 1881 en Rusia y el Asunto Dreyfus en Francia (1894). Basta recordar que uno de los libros fundadores del sionismo se publicó en 1896 (El Estado judío, de Theodor Herzl).
Hoy, el sionismo instalado en el gobierno israelí es una mezcla tóxica de dos de los peores legados de la civilización europea: el colonialismo y el fascismo. Israel es un Estado colonialista dividido por una línea abisal: democracia para los judíos, fascismo para los palestinos, sean o no ciudadanos de Israel. Políticamente, Israel sigue sirviendo a los intereses del imperialismo occidental en Oriente Próximo, esta vez no al Imperio británico, sino al estadounidense. En el plano ético-ideológico, Israel es Europa vista en el espejo cruel de lo peor de su historia, una historia que se niega obstinadamente a recordar las cuentas que no quiere saldar con el mundo.
Viendo las imágenes de Gaza en la televisión y en las redes sociales, el mundo colonizado por Europa tiene la sensación de un dejá-vu. Recuerda los siguientes hechos: la vida humana de los colonizadores vale inconmensurablemente más que la de los colonizados; los colonizados, cuando resisten con cierta eficacia, son terroristas, y para los terroristas la solución siempre se concibe como definitiva – el exterminio; mientras que el colonizador actúa por principios, los colonizados actúan con barbarie, por lo que nunca se discute la contradicción entre los principios del colonizador y la barbarie del colonizado; no tiene sentido investigar las responsabilidades individuales porque la culpa y el castigo son colectivos, ya que a los colonizados no se les castiga por lo que hacen sino por lo que son (inferiores, desechables); cuando no son terroristas, los colonizados son obstáculos para el desarrollo, por lo que quizá haya que despejar el terreno para que la alternativa a la ruta de la seda (China) llegue con seguridad al puerto de Haifa; no tiene sentido pedir ayuda a otros países colonizadores mientras se beneficien del trabajo sucio que hacen otros.