Festejamos la muerte brindando con un cadáver en la mesa.
Festejamos la muerte vitoreando a un instrumento de tortura en procesiones pseudo alucinógenas y bebiendo la sangre de los mártires en las iglesias.
Festejamos la muerte con un aplauso al estertor del toro, con el difunto amado expuesto en las vitrinas de los tanatorios bastante más hermoso de como lo era en vida.
Festejamos la derrota de nuestros enemigos y la suerte malherida de aquellos que envidiamos.
Los españoles olemos a muerto de todas las edades, somos la propia muerte festejando la vida.
Formamos un cuartel de cuarenta y cinco millones de tumbas, una losa en la que ni siquiera caben nuestros apellidos.
Ya sea china o chinarro, monolito o placa tectónica; ya sea zafiro, esmeralda, amatista, espinela o citrino, redonda o achatada, planicie o puntiaguda, de moler o de la orina; ya sea afiladora, de cal o litográfica...
Ya sea cómo sea que me lloren, me quedo siempre "de piedra" ante la terquedad de los fascistas que se dicen democráticos.
La impunidad es el más fiel de todos sus delitos, la certeza de que todo el mundo tiene arreglo salvo España.
Festejamos a todo el que delinque con la misma intensidad que abandonamos intelectualmente a nuestros hijos; porque, cabizbajos como sacapuntas, cualquier ética es lasciva a los ojos del mediocre.