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Filosofía contra propaganda

15 de Mayo de 2025
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Filosofía contra propaganda

En el siglo pasado durante esa turbulenta y caótica etapa de la adolescencia estudiábamos B-U.P. (Bachillerato Unificado Polivalente). La Filosofía era una asignatura obligatoria incluso para los alumnos de ciencias como era mi caso. El mayor problema era que a los 16 años no estábamos preparados para pensar tanto. Andábamos con la cabeza en otras cosas, como en los primeros amores ( siempre trágicos en aquella época) o en lo que íbamos a hacer con nuestra vida. Los estudios filosóficos y lo que esa disciplina abstracta podía ofrecernos se nos antojaba poco práctico. ¿Pensar en Dios? ¿en el Logos? ¿en la caverna platónica? ¿en la Razón Pura? Todo parecía muy complicado. Y eso que teníamos un profesor excelente del que guardo muy grato recuerdo. Tal vez gracias a él y, al menos para mí, la Filosofía dejó un cierto poso. Por eso, en estos tiempos tan pródigos en mentiras generalizadas, me viene a la cabeza una clase, la dirigida a valorar si una afirmación es o no cierta. Dicho de otro modo, la clase centrada en los criterios de la verdad. Si, ya se que las verdades absolutas no existen, que todo es relativo, que depende del cristal con que se mire y que en la vida hay muchos más grises que blancos y negros. Todo eso lo conozco. Pero personalmente considero que algunas afirmaciones son mucho más verdaderas que otras. Y para el caso, me parece que vivimos en el mundo de la propaganda, basada en afirmaciones intensamente emocionales que articulan relatos muy simples  encaminados a manejar la opinión de grandes masas de población, para que unas minorías privilegiadas obtengan jugosos beneficios. En política el fenómeno es muy llamativo, pero en la actualidad abarca también al arte, al deporte, a las ciencias ( a la medicina particularmente) a los medios de comunicación y al periodismo. Se nutren de la propaganda. A veces me pregunto, con cierta amargura, si he vivido siempre en el mundo de la propaganda y no me daba cuenta, o si la mentira institucionalizada se ha convertido en un monstruo incontrolable que ya no responde sino a su propia lógica. Sabemos que las mentiras son multiplicadoras de otras mentiras.

Pero volvamos a la Filosofía y a los criterios de la verdad. Los publicistas de los partidos políticos suelen hablar de " apropiarse del relato" lo antes posible. Porque el relato va a permitir anular uno de los más importantes criterios para discernir la verdad de una afirmación, esto es el consenso sobre el enunciado. Ya se sabe lo que decía Goebbels, repite una mentira y se convertirá en verdad. Una vez convencida una masa, la pura presión grupal impedirá la discrepancia pública y cada individuo se aplicará la autocensura  por el riesgo de ser excluido. El sesgo de confirmación hará el resto. En este sentido no hace tantos años de la invasión de Irak. En aquella ocasión se intentó vender una propaganda trufada de embustes en número récord. Pero pareció existir una sociedad civil  concienciada y movilizada y la cosa no coló. Jamás hubo consenso sobre las razones de la invasión, y eso que se hablaba de armas de destrucción masiva, opresión del pueblo iraquí, dictador malvado y toda la parafernalia característica. Apenas veinte años después, la propaganda oficial ha logrado consensos mucho más inverosímiles con respecto a la Pandemia, la guerra de Ucrania, las energías verdes, la corrupción generalizada, la DANA en Valencia o el reciente apagón que poco más y es algo tan bueno que deberíamos gozarlo todas las semanas.

El criterio de la evidencia clara e incuestionable de una afirmación es raro y no suele ser objeto de la propaganda aunque no se, tal vez logren convencernos en un futuro de que las vacas vuelan y que no dan leche, sino vino de Rioja. El más utilizado método de la propaganda para manejar relatos y hacerlos pasar por verdaderos, es la abusiva utilización del criterio de la autoridad. Dicho de otro modo, la gente confía ciegamente en "los expertos" que llenan a diario la televisión y los periódicos. Pero esos expertos no son personas benevolentes y bienintencionadas que se mueven por altruismo y vocación bienhechora como los ángeles, sino individuos como los demás, con su vanidad, su ambición y su codicia correspondiente. Saben bien que si algo dicen que no cuadra con las verdades que interesa difundir, pueden despedirse de honores y promoción profesional. Por tanto, no digo que no haya que escuchar a los "expertos", pero sabiendo que el poder puede transformar el criterio de la autoridad en mera propaganda. De hecho debemos sospechar que se trata de propaganda ante la existencia de censura. Silenciar opiniones discrepantes es incompatible con la Ciencia. La machacona repetición de consignas, la unanimidad de los expertos cuyas jetas veíamos a diario en televisión y los omnipresentes mecanismos de coacción deberían habernos alertado de la monstruosa propaganda durante la Pandemia.

Otro criterio de verdad es, simplemente, considerar si la afirmación de la que nos quieren convencer es lógica y acorde con los conocimientos de que se dispone. Por ejemplo, nos pueden decir que existe un gran avance en álgebra, pero que debemos admitir que dos más dos son siete y no cuatro. Esa información no pinta bien y huele a chamusquina. Bien, pues algo así nos vendieron "los expertos" con respecto a las vacunas COVID en cuanto a sus tiempos de desarrollo, eficacia o seguridad. Todo lo que nos decían era literalmente incompatible con los conocimientos académicos establecidos de microbiología, inmunología y virología. De igual modo era, en otro orden de cosas, absurdo que Putin, ajeno a cualquier motivación y de modo sorpresa, hubiese invadido Ucrania una buena mañana de febrero o que unos meses después hubiese volado su propio gaseoducto.

Y finalmente y tal y como nos dice la Filosofía, para conocer la verdad, es indispensable fiarnos de nuestra propia experiencia, de nuestros ojos y nuestros oídos. Parece raro si lo que nos cuentan contradice la información que proviene de nuestros sentidos. Como decía Groucho Marx : "¿a quien va usted a creer, a mí o a sus ojos?". De este modo podemos sospechar que un apagón no es algo magnífico para nuestra solidaridad o que unos gigantescos molinos eólicos o un bosque de placas metálicas observados durante nuestro viaje vacacional, en vez de los tradicionales campos de cultivo, flora y fauna mediterránea, no son lo más ecológico que existe.

Queda el criterio de la utilidad, tan americano. Es cierto lo que es útil. Vale. A veces es así. ¿ Pero útil para quién? ¿ Quien se va a beneficiar de cumplir con aquello de lo que nos quieren convencer? Sabemos que los malvados sacan beneficios perjudicando a todos los demás y mintiendo si es necesario. Pero para mayor infortunio quedan los tontos, que perjudican a los demás y a sí mismos de paso. El criterio de la utilidad por sí solo es de mucho riesgo y se suele disfrazar de altruismo, con lo cual, si uno duda de este criterio, se le considera egoísta e insolidario. Pero cuidado, que los más nobles propósitos ocultan a veces las más perversas intenciones.

Que no nos las den con queso.

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