Es una tarde cualquiera. El sol, calienta bastante después de unos días de intenso frío en un invierno adelantado, cuando apenas han pasado los últimos días de verano estacional. Los perros no aúllan como cuando presagian algo grave. Los niños jugaban al fútbol en la era o entre el asfalto de esa calle solitaria por la que casi nunca pasan coches. Las porterías, hechas con las sudaderas o con dos piedras desiguales, marcan los límites irregulares de un terreno de fútbol ambulante e imaginario.
Las madres charlan amigablemente sentadas en los bancos del parque, bajo la sombra de los plataneros, mientras sus retoños escalan un Himalaya de plástico o emergen hacia arriba en una red tela de araña hecha con cuerda de escalada. Los padres, pocos, acompañan a sus hijos mientras estos se remozan en el barro con el que fabrican castillos de arena y fortines imaginarios dónde viven valientes guerreros y hermosas princesas de cuento de hadas.
Las señoras mayores, como cada tarde, se reúnen frente a frente en una mesa del bar del pueblo para echar una partida a la brisca, O dos. Mientras, toman un café que la dueña del bar agradece porque será uno de los pocos ingresos que tendrá en esa aburrida tarde de otoño el único bar de la aldea. Algunos señores, miran como juegan y comentan las jugadas de las cartas después de cada juego como los tertulianos de la televisión hablan de la actualidad inventada: con prepotencia y a toro pasado.
La gente se arremolina en un vagón de metro. Cansados. Algunas, aprovechan el tiempo y leen libros de gordos lomos que cuentan las historias de tórridos romances imposibles, vidas ejemplares dignas de ser noveladas, historias de guerras y posguerras, de mayas y piratas, de detectives privados y agentes secretos, de policías y ladrones. Otros, consumen basura musical venida del Atlántico caribeño, vídeos cortos que llaman «memes» o simplemente siguen enganchados a la TV, a través de su conexión a Internet en el móvil.
El sol se esconde, el viento amaina, la noche empieza a caer. En millones de cocinas se está encendiendo la luz. En millones de casas, los niños, sucios del parque, acaban de meterse en una bañera llena de agua dónde retozarán antes de cenar y acostarse. En millones de casas, la gente pone la televisión en espera de que el manipulador de turno les haga ver, como todos los días, los peligros del comunismo y lo agradecidos que deben estar por tener un sistema que los esclaviza, los empobrece y los hace libres para poder poner todos los días el mismo canal de televisión, ver el mismo programa del corazón, la misma película sobre la guerra fría o la misma serie sobre adolescentes salidos. En millones de casas, la vida sigue, el agua fluye, los problemas económicos crecen, el hambre cada vez se adueña de más hogares y cada día hay más presión para acabar el día.
Todo parece tan normal que, cuando el locutor de la TV anuncia que un misil nuclear está sobrevolando Europa en dirección a Madrid. Cuando ese mismo locutor anuncia una explosión ya producida en el centro del Parlamento británico, otra junto a la Torre Eifel y otra en el centro de Berlín, la gente ha seguido tragando la sopa como si nada, como si fuera un día más en la guerra contra Rusia en Ucrania, como si Israel se hubiera vuelto aún más sádico [lo que es imposible] y hubiera asesinado impunemente a otros 200.000 palestinos. Y sin embargo, es el comienzo del fin. Es el comienzo de un desastre nuclear que acabará borrando del mapa toda Europa, USA, y extendiéndose al resto del planeta.
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El fin del camino
Hoy me queda poco por decir. El texto del relato es lo suficientemente explícito como para que paremos a pensar en qué situación estamos y cuál es el destino al que nos dirigimos con rumbo firme en un sistema de GPS averiado.
Hemos convertido el mundo en un nuevo sistema medieval dónde el poder y el dinero es lo único importante. Se han traspasado todos los límites. Se han volado todos los acuerdos internacionales de convivencia y la legalidad internacional es la misma que funciona en el fútbol, dónde el poderoso juega con las cartas marcadas y todos los demás aceptan sin rechistar, porque el que se mueve, no sólo no sale en la foto, sino que acaba siendo fulminado.
Peleles que viven de la política defienden sus intereses económicos llevándonos al desastre. Cientos de dirigentes del mundo acaban sucumbiendo a los intereses belicistas de la máquina de guerra americana. No nos paramos a pensar que son ellos y sólo ellos los que están metidos en TODOS y cada uno de los conflictos que hay en la tierra y que así llevan haciéndolo desde los albores del siglo XX. Primero fue Cuba y Filipinas contra España. Luego se metieron en Indonesia dónde acabaron asesinado a más de 1.000.000 de comunistas de ese país. Corea, Vietnam, Afganistán, Kosovo, Yugoslavia, Ucrania.... Por el camino, cientos de miles de muertos en Argentina, Chile, Guatemala, El Salvador u Honduras y decenas de golpes de estado. Todo en favor de una industria bélica que vive de crear conflictos, de venderles armas y después de la reconstrucción de lo destruido y sobre todo del expolio de los recursos naturales como el petróleo, el gas o los metales raros de los países «conquistados» . Las libertades, por las que dicen luchar son lo de menos, como hemos visto en Afganistán, Iraq o Indonesia dónde después de obtener los recursos, arrojaron a la población en manos de sus verdugos.
Por medio, nos están dejando una sociedad estancada en la miseria con políticos cínicos, hipócritas e inhumanos que son capaces de hacer filigranas para acoger a presuntos asesinos mientras niegan tratamiento hospitalario a un bebé saharaui detenido, junto a su madre en el aeropuerto de Barajas dónde está pidiendo asilo huyendo del sátrapa marroquí. Políticos vendehumos que no quieren legislar sobre la vivienda porque uno de cada cinco del partido que gobierna tiene varios pisos en el negocio del alquiler. Si tú no puedes pagarte una casa, no es su problema. El suyo es hacer lo posible para que Blackrock o cualquier otro fondo de gentuza pueda hacer negocio especulativo con un bien de primera necesidad. Políticos indecentes, sinvergüenzas sin escrúpulos que mientras te venden el humo de la paz, permanecen sentados en la Asamblea de la ONU escuchando al genocida Netanyahu, mientras la mayoría de los países se levantaban y abandonaban el estrado. Luego falsos golpes de pecho y bonitas palabras, del gobierno del mambrino, de los vendedores de humo y sonrisas cínicas.
Mientras haces la cena, desayunas, te tomas esa caña que te ha costado tres horas de trabajo, ellos están jugando con tu vida y la de todos. Hasta que, en su enajenación sin límites, se les vaya la medida y alguien demasiado impaciente apriete un botón y todo se vaya a la mierda.
Quizá ya saben que la propia Pachamama está revelándose y que nos quedan dos telediarios como especie por idiotas. Y ellos, sólo están aprovechando el tirón antes de que todo se vaya al garete.
Salud, república y más escuelas.