En alguna ocasión hemos hablado de la necesidad de la existencia de algo parecido a un “ detector de mentiras” para utilizarlo en las declaraciones de muchos de nuestros políticos.
No hay manera de entenderlos cuando en una tertulia ( en el mejor de los casos, pues al menos ahí los ves juntos) hacen declaraciones, incluso aportando supuestos datos, mostrando gráficos ( que por cierto apenas se ven en la pantalla, con lo que pueden estar describiendo cualquier cosa). Simultáneamente lo que uno dice lo contradice el de al lado, aportando la misma batería de datos, cuadros estadísticos, alusiones a informes…
Y no les importa el tema. Abordan con la misma mecánica la subida/bajada del paro, las listas de espera sanitarias o el número de médicos, el estado de la educación ( la gratuidad de los comedores escolares, el incremento/bajada en la cantidad de profesores para los centros escolares)…
Este proceso inextricable, difícil de desenredar es en el que habitualmente nos desenvolvemos. Nos hemos habituado a no creer. A no confiar en las palabras que con tanta frecuencia se incumplen. En no ponderar el índice de ejecución de los programas electorales, que hace que aumente, una y otra vez, la desafección hacia la vida pública. Salvo honrosas y aplaudidas excepciones.
No basta, desde mi modo de ver, con argumentar que son los votantes los que han decidido dar a los partidos su visto bueno. En más de una ocasión he escuchado a algún dirigente contestar sobre lo pernicioso de una actuación, que no será tan mala cuando les han votado no se cuantos miles de electores y eso, para él, era sinónimo de que lo estaban haciendo bien.
Para combatirlo, y ya lo he señalado varias veces, tendrían los servidores públicos, que realizar algún modelo de rendición de cuentas. No creo que este sea únicamente el de exhibir los resultados electorales. Tampoco creo que fuese suficiente con la capacidad de inventiva a la hora de plantear propuestas.
Tendríamos que contar con algo similar a organismos independientes que cuantificaran el grado de satisfacción de los objetivos planteados.
De igual forma, ahora que son tan recurrentes las alusiones a los bulos, mentiras o noticias inventadas, habría que buscar algún instrumento que pudiera penalizarlas, cuando se demuestre que están hechas a mala fe.
Pero lamentablemente, en la actualidad nada de esto sucede: se miente y no hay repercusiones, se incumplen los programas y siempre hay alguna excusa, se exhiben datos contradictorios y lo único que se consigue es sembrar la duda entre la ciudadanía sobre quién dice la verdad.
Panorama, pues, enrevesado, difícil de aclarar cuando se forman bloques que justifican todo lo que venga del sitio que hemos decidido apoyar.