Algunas acciones o declaraciones de Trump han sido comparadas con retórica o tácticas autoritarias, aunque no equivalen a políticas nazis. Ejemplos citados frecuentemente son:
- La Retórica contra minorías, empleando frases como "invasión" para describir la migración latinoamericana, o su polémica respuesta a los sucesos de Charlottesville en 2017 (donde hubo neonazis gritando "¡Los judíos no nos reemplazarán!"), generaron críticas. Trump dijo que había "gente muy fina en ambos lados", lo que fue interpretado como ambigüedad ante grupos supremacistas.
- Nacionalismo excluyente: Su eslogan "America First" evoca el aislacionismo de los años 1930, cuando grupos pronazis en EE.UU. usaron esa misma frase. Sin embargo, Trump no ha promovido el expansionismo militar ni la anexión de territorios, pilares del nazismo.
- Desprecio por instituciones democráticas: Su negativa a aceptar los resultados de las elecciones de 2020 y el intento de revertirlos el 6 de enero de 2021 son vistos por académicos como Steven Levitsky (Cómo mueren las democracias) como señales de autoritarismo, aunque distinto al totalitarismo nazi.
A pesar de ello, existen diferencias clave con el nazismo histórico, pues el régimen nazi (1933-1945) se caracterizó por:
- Un proyecto genocida industrializado (Holocausto, 6 millones de judíos asesinados).
- Expansionismo militar (Anschluss, invasión de Polonia).
- Control totalitario (abolición de elecciones, persecución de opositores, censura absoluta).
Ningún presidente estadounidense, incluido Trump, ha implementado políticas remotamente similares en escala o intención. Incluso sus acciones más controvertidas (como separar familias migrantes en la frontera) fueron condenadas por tribunales y revertidas parcialmente, demostrando la resiliencia de las instituciones democráticas.
Es por ello que conviene preguntarse por qué se recurre tanto a esta comparación. Se me ocurren dos razones. La primera, por estrategia política. La etiqueta "nazi" se usa como herramienta retórica para deslegitimar al oponente, algo común en ambos partidos. Por ejemplo, Alexandria Ocasio-Cortez comparó los centros de detención de migrantes con "campos de concentración", y Ted Cruz acusó a Biden de "fascismo médico" por los mandatos de vacunación. La segunda, la preocupación por el autoritarismo. Expertos como Ruth Ben-Ghiat (historiadora del fascismo) advierten que líderes como Trump usan tácticas clásicas de autócratas (culto a la personalidad, desinformación), pero esto no los convierte en nazis.
El problema es que esta frívola comparación tiene riesgos. El primero, que se trivializa el Holocausto. Igualar a Trump con Hitler minimiza el sufrimiento único de las víctimas del nazismo. El Museo del Holocausto de EE.UU. ha condenado reiteradamente este tipo de analogías.
El segundo riesgo es que se polariza el debate. Estas comparaciones exageradas impiden discusiones matizadas sobre políticas concretas (migración, salud pública, etc.).
En definitiva, si bien Trump ha empleado retórica y tácticas autoritarias que preocupan a defensores de la democracia, equipararlo con los nazis carece de rigor histórico. El nazismo fue un régimen específico, responsable de crímenes sin parangón en el siglo XX. Criticar a Trump (o a cualquier líder) debe basarse en hechos concretos y contexto, no en comparaciones que desvirtúan la memoria de las víctimas.
Y lo más curioso es que los se esfuerzan tanto en comparar a Trump con Hitler, usan un doble rasero hipócrita y no buscan las similitudes con Zelensky, a pesar de que la vigente Constitución ucraniana es la única en el mundo que estipula, en su artículo 15, que «preservar el patrimonio genético del pueblo ucraniano es una responsabilidad del Estado».
Los frívolos que comparan a Trump con Hitler, tampoco mencionan el hecho que el mandato presidencial de Volodimir Zelenski expiró hace 8 meses y que la permanencia de ese personaje en el poder, sin elecciones, es una violación de la Constitución. La prohibición de los partidos políticos ucranianos de oposición y de la Iglesia ortodoxa se presenta en Occidente como una manera de luchar contra la “infiltración rusa”. Estos frívolos que comparan a Trump con Hitler, también miran para otro lado para no ver la política ucraniana de depuración de bibliotecas.
Pero nada de eso debe sorprendernos en momentos en que las mismas autoridades occidentales nos dicen que los yihadistas de al-Qaeda y de Daesh, que acaban de instalarse en el poder en Damasco, aupados por los anglosajones, son «islamistas ilustrados».
Y de Netanyahu y su blanqueamiento por el Occidente democrático que critica a Trump, ya si acaso lo hablamos otro día.