En estos días, se ha publicado un libro póstumo de García Márquez, en el que resurgen las mariposas de Macondo, como las retamas blancas y amarillas de Alberti en su arboleda perdida.
Del colombiano se cuentan muchas anécdotas, entre ellas un supuesto consejo de Felipe González, por el que le sugería que no escribiera una segunda parte de sus memorias.
“La vida es un relato bien contado”, le espetó el ex presidente socialista a Gabo.
Felipe siempre quiso deslumbrar, pero la política es una fábula de pensamientos sin sol, y en cambio en Macondo el alma de los dioses habita en los árboles.
La desgarradora agonía de Gabo fue su “Memoria de mis putas tristes”, donde un viejo con los pantalones “meaos”, (como decimos en mi tierra), decide frecuentar una niña en un prostíbulo, con la excusa de que “siempre pensé que morir de amor solo era una licencia poética.”
Este texto, -que nunca se hubiera publicado en España de continuar Irene Montero con su Ministerio y sus asistentas-, fue su biografía autorizada.
Felipe, que perdió todo su glamour cuando Fidel Castro dejó de enviarle habanos, confesaría un día a García Márquez:
"Lo que eres está en la primera parte. Lo demás son añadidos".
En España, ningún jurista ha explicado por qué nuestro sistema judicial tiene tan poca credibilidad en Europa, hasta el punto del rechazo–no solo por Bélgica- sino por la mismísima Alemania- de la extradición de Puigdemont.
Y esta es la prueba de que la amnistía no será el oráculo de Pedro Sánchez en el sendero hacia los añadidos.
Todo se desencadenará cuando en el Saló de Cent de aquel “paz, piedad y perdón” de Azaña, se convoque un nuevo referéndum.
En Moncloa, rige el manual de resistencia, que se resume en lo que lo que no se compra con dinero, se compra con... más dinero.
Sin embargo, en Bruselas, queman los billetes en las fiestas, donde la vida es más ancha que la historia.