Tan horrorosa, infame, vil y rastrera nos resulta esta época que nos ha tocado en desgracia, que apenas podemos aguantar unos pocos minutos la visión de cualquier telediario sin apagar el televisor, tirando del enchufe para más seguridad. Tal es nuestra indignación, nuestra frustración e impotencia, que ya hemos perdido toda esperanza de que los dirigentes políticos del mundo, si es que no quieren ser cómplices de estos espantosos crímenes contra la humanidad, de este genocidio contra el pueblo palestino, actúen de una jodida vez haciendo valer las leyes internacionales y los derechos humanos que están siendo pisoteados una y otra vez con un desprecio y una chulería nunca vista. Uno no espera mucho, por no decir nada, de casi ningún dirigente, pero tampoco esperaba que permanecieran así, como si la cosa no fuera con ellos, totalmente indiferentes, insensibles, inconmovibles ante las atrocidades, los crímenes de guerra, el genocidio con todas las letras que está perpetrando Israel contra el pueblo palestino. Uno no esperaba que se remangaran y lanzaran a parar el genocidio con la declaración universal de los derechos humanos en la mano, pero tampoco que siguieran mirando hacia otro lado de una manera tan vergonzosa ante las terribles escenas de la masacre que se está llevando a cabo contra una indefensa población civil. Tampoco esperábamos que les tocara mucho la fibra sensible la visión de las insoportables imágenes de los niños y niñas despanzurrados, desmenbrados, descuartizados, quemados vivos, envueltos en pequeños fardos de sábanas ensangrentadas colocados en fila en medio de una calle que ya no es calle, sino un amasijo de escombros de lo que fueron escuelas, hospitales y las casas donde vivían hasta que el valiente Netanyahu y sus ministros dieran la orden al bravo, al heroico ejército hebreo, de que las bombardeara sin descanso hasta convertirlas en una ilimitada extensión de cascotes humeantes.
Uno esperaba, por ejemplo, un rasgo de valentía, de decencia, de dignidad, de valor y coraje en el nuevo Papa clamando por el cese inmediato del genocidio del pueblo palestino. Que al menos hubiera tenido el valor y el coraje de decir lo que dijo el Papa Ratzinger / Benedicto XVI, un Papa poco sospechoso de ser de izquierdas, (de hecho en su juventud perteneció a las juventudes hitlerianas), cuando visitó el antiguo campo de exterminio de Auschwitz: “¿Dónde estabas Señor cuando ocurrió todo esto?, Por qué, Señor, permaneciste callado? ¿Cómo pudiste tolerarlo?. También añadió Ratzinger en esa ocasión que “la violencia no crea la paz, sino que solo suscita más violencia y una espiral de destrucción en la que todos al final pierden”. Y pidió que “la fuerza de la reconciliación y la paz prevalezcan sobre las amenazas de la irracionalidad y de una razón falsa”.
El nuevo Papa León XIV no solo debería haber hecho suyas las palabras de su predecesor en el cargo, sino que debería haber ido mucho más allá, si es que de verdad quiere mejorar el mundo, adecentarlo un poco, y no pasar por él de puntillas con cuidado de no pisar alguna de las muchas mierdas del camino y mancharse sus preciosos zapatitos rojos de Prada. Debería haber ido un poco más allá de las lamentaciones y las tibias peticiones de paz y condenar de forma contundente el genocidio y exigido su cese inmediato, con valentía, sin medias tintas, sin miedo a ser tachado de antisemita, que es la denominación, el apelativo, el sambenito que le cuelga inmediatamente el gobierno del criminal de guerra Netanyahu y sus odiosos asesinos de niños y niñas a todo aquel que se atreve a criticar, aunque sea levemente, las aterradoras masacres, las horribles atrocidades que el gobierno israelí está cometiendo en Gaza. El nuevo Papa debería haberse plantado ante el cuartel general de los genocidas, o hasta donde le hubieran dejado, y no haberse movido de allí hasta que los asesinos hubieran entrado en razones ordenando un algo el fuego y permitiendo la entrada de ayuda humanitaria, comida, agua, medicinas para paliar la hambruna y las muertes por falta de atención médica. Su deber es interponerse con todas sus fuerzas, impedir que el genocidio siga su curso, algo nada fácil, desde luego, porque los genocidas tienen un meticuloso y detallado calendario de bombardeos, asesinatos, y una progresiva anexión de la franja que cumplir, pero al menos hay que intentarlo, hacer algo, protestar con vehemencia, denunciar los crímenes de guerra, acusar, señalar a los culpables con nombres y apellidos, rebelarse contra la injusticia, hacer lo que sea.
Y lo mismo que el Papa, los dirigentes mundiales, en un arranque de dignidad, deberían haber dicho que hasta aquí hemos llegado, ¿qué más razones necesitan? ¿cuántos niños y niñas más tienen que morir asesinados por las bombas?. También las asociaciones “pro vida” que tanto protestan por los abortos, deberían protestar, y con más razón, por los niños y niñas ya nacidos, que apenas han abierto los ojos a la luz de este perro mundo, y ya están siendo asesinados. Pero no lo harán, porque los niños y las niñas de palestina no tienen para ellos la misma consideración que los niños y niñas de España o de otros países católicos. Hipocresía y cinismo no les falta.
Hubiera sido todo un hito en la historia de la humanidad ver a unas cuantas decenas de líderes mundiales condenado a la vez y con total contundencia la desproporcionada, la injustificable agresión a una población indefensa. Una agresión cuyo objetivo no es acabar con el terrorismo de Hamás, una organización que ha sido apoyada y subvencionada por el propio Netanyahu, que presuntamente dejó que cometiera una matanza, para después utilizarla como escusa para expulsar de la franja a bombazo limpio a los palestinos y quedarse con ella para, como dijo el tarado de Trump, cómplice y colaborador necesario del genocidio, convertirla en una nueva Riviera, una de las frases más asquerosas y repugnantes que se han oído en los últimos años, y mira que se han oído y leído muchas, a cual más vomitiva y nauseabunda. Pero ésta es una de las que cuesta trabajo creer que haya sido pronunciada por un humano, si es que cabe llamar humano a ese abominable ogro naranja que parece haber salido de una de nuestras peores pesadillas.
Pero por desgracia para toda la humanidad, y como no podía ser de otra manera, la gran mayoría de dirigentes mundiales han optado, de una manera vil y vergonzosa, por mirar para otro lado esperando que Israel acabe de exterminar al pueblo palestino, quedarse con su tierra, y a otra cosa. Por suerte, menos mal, también ha habido honrosas excepciones como nuestro presidente y algunos más, que se han atrevido, a pesar de las consecuencias que lleva aparejadas desafiar a tan poderoso país, y a su padrino, valedor y cómplice necesario, a condenar el genocidio, reconocer al estado palestino y a buscar el apoyo de otros países para, al igual que se ha hecho con Rusia por la invasión de Ucrania, acordar una serie de sanciones, de embargo de armas, y de cuantas acciones diplomáticas sean necesarias para recordar a Israel que no puede saltarse los derechos humanos y las leyes internaciones como, donde y cuando quiera.
Pero todo avanza con una desesperante lentitud y mucho nos tememos que cuando se quiera actuar, si es que se actúa, Israel ya se habrá apoderado de la franja de Gaza, y seguramente de algún territorio más que le interese, y ya no podrá hacerse nada, y ningún tipo de resolución, ni de la ONU ni de ningún otro organismo internacional, será capaz de hacer que Israel devuelva la tierra robada a sus legítimos dueños. Y no decimos ya que compense al pueblo palestino ayudando a la reconstrucción de Gaza. Eso ya pertenece a la categoría de ciencia ficción.
Una de las cosas que más indigna de este repugnante asunto es que Israel no solo siga adelante, pase lo que pase y digan o que digan, con sus planes de quedarse con un territorio que no le pertenece; que siga adelante con sus espantosos crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad; con su horroroso genocidio; sino que todavía saque pecho y se jacte con una chulería y una arrogancia pocas veces vista, de su poder sobre la cobarde, la encogida, la achantada, la miserable e indigna Europa, que no solo no se ha atrevido a vetar a Israel de Eurovisión, algo que era de cajón, habida cuenta de su flagrante desprecio por las leyes internacionales y los derechos humanos, sino que el mismo Israel, a través de una de sus empresas, ha sido el patrocinador del festival. Y para rematar, ha hecho tal apabullante despliegue de poder, de control, de dominio, que a punto a estado de ganar el jodido festival, del que dijo Melody, nuestra representante, con una ignorancia supina, que ella no era política, que era una artista, y que, por tanto, no se metía en política. A estas alturas ya habrá aprendido una amarga lección y es que aunque ella no se meta en polítca, la política sí se mete con ella. Y lo hizo, vaya que si lo hizo, condenándola a las últimas posiciones solo porque la televisión pública de nuestro país, en un acto que le honra, momentos antes del inicio del festival había sobreimpresionado esta valiente frase: “Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción” y finalizaba el comunicado pidiendo paz y justicia para los territorios palestinos. Ante esto solo cabe decir lo que dijo Óscar Puente, el ministro de transportes: “Amén”.
Aquí en España, las derechas, como no podía ser de otra manera, han cerrado filas con Israel, y la Ayuso, como tampoco podía ser de otra manera, se ha erigido en la más ferviente defensora del Estado hebreo, hasta el punto de acusar de antisemitismo a todo aquel que critique a Israel, que condene sus crímenes de guerra. Ayuso ha recibido el correspondiente folio con lo que tiene que decir, y se ha limitado a leerlo sin más. En el folio que su marionetista y titiritero Miguel Ángel Rodríguez le ha pasado, dice que Israel, además de estar ejerciendo su derecho a defenderse de los terroristas, está librando del terrorismo al mundo libre. Casi nada. Con estas vomitivas y repugnantes declaraciones, lo que vienen siendo sus declaraciones, tanto ella como los demás dirigentes de su partido, y no digamos los patriotas de VOX, saben servir bien al poderoso, y se ponen inmediatamente a sus pies para lo que gusten mandar. Además de ponerse a los pies del gobierno criminal de Netanyahu, se han puesto a los pies de Trump, el perturbado fascista populista radical al que tienen como su líder de referencia.
Lo raro hubiera sido que defendieran a la masacrada población civil palestina, ya llevan sesenta mil, 60.000, asesinados, de los cuales veinte mil, 20.000, son niños y niñas, bombardeados día y noche por la valerosa, la heroica, aviación hebrea, una aviación a la que el impresentable Aznar, que en una reciente entrevista, alabó su alta tecnología. Una alabanza, un elogio, que dejaba entrever que gracias a ella “solo” habían sido asesinados 20.000 niños, veinte mil.
Al PP y a VOX nunca les verán, no es su lugar, del lado del más débil, del que sufre los abusos, los atropellos y las injusticias. De siempre han tenido claro como el agua que les irá mucho mejor en la vida siendo fuerte con el débil y débil, (y sumiso y dócil y obediente) con el fuerte. Y después esperar a que los todopoderosos EEUU e Israel, les paguen con su apoyo incondicional por sus vergonzosos, sus miserables y despreciables servicios prestados.
Si esto lo hubiera hecho Pedro Sánchez y su gobierno, ni el PP ni VOX hubieran dudado un momento en llamarles esbirros, vendidos a potencias extranjeras. Pero como lo han hecho ellos, es lo correcto. Y ahí están, dando mucha vergüenza ajena por su indigna sumisión a los que mandan, por su ciega obediencia a los que están masacrando a toda una nación, despreciando y desafiando todas las leyes, pisoteando los derechos humanos y los tratados internacionales.
Y a estos que se hacen llamar patriotas solo les falta imitar al gran actor José Luis López Vázquez en la película “Atraco a las tres” y decir, bajando la cabeza con un gesto servil, eso de: “Fernando Galindo, un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo”.