Me preocupa mucho la forma en la que debo gestionar la verdad. Y con esto doy por superado el debate sobre qué es la verdad, esa vieja diatriba entre la verdad como sustancia o como convención social. Desde la idea de que la verdad es un acuerdo social el dilema hoy día es cómo hacer un buen uso de ella y eso supone responder a otras preguntas: ¿qué hacer con ella?, y ¿cómo transmitirla?
En definitiva ¿cómo gestionar las certezas de las que dispongamos una vez alcancen el estado de certezas. Y esta cuestión se me antoja difícil. Creo que todas las cuestiones se resumen en una sola: ¿cuánta cantidad de verdad debemos contar?
Es una pregunta muy importante cuya respuesta responde a todas las anteriores. Ser veraz sabiendo que la información de la verdad pasa por fuerzas contrapuestas de intereses supone el descubrimiento de que el eufemismo se hace con frecuencia necesario.
Esto significa que no podemos filtrar la verdad de golpe porque el peligro de caos es alto, por lo que debe ser administrada en pequeñas porciones y combinarla con dosis de mentiras para hacer llevadero el cisma en nuestra vida porque la verdad siempre supone un giro en los acontecimientos. Alguna quimera entre certezas hace más digerible los cambios. Además la verdad, aunque se gestione por bloques, no puede ser dicha de forma literal. Su difusión debe tener una narrativa adaptada al público que debe recibirla para así evitar las malas interpretaciones.
Dicho así la verdad gana valor en la forma de contarla. Tal vez puede parecer inmoral esta gestión en espiral de la verdad pero no lo es en absoluto. La verdad puede generar graves crisis sociales si se transmite en su forma original. La gestión de la misma es una gestión ética que trabaja la idea de lo común y del espacio público. Sobre todo está en sintonía con el concepto de democracia.
La verdad para todos debe adaptarse a todos y eso es una tarea de gestión plural. Y como tal es una gestión humanista, cargada de valores. Haciendo el símil del fármaco, debemos aceptar que ningún fármaco puede administrarse de forma pura sino en dosis y adaptada a las necesidades del paciente.
El objetivo, tal como en la verdad, es curar, sanar. El ciudadano debe notar y saber qué certeza ha mejorado su vida, y cómo esta es la solución a las preguntas de los cambios que se producen a su alrededor y de los que no tiene respuesta.