Los sistemas democráticos parlamentarios occidentales se basan en la elección por sufragio universal de los representantes políticos de la comunidad en las diferentes administraciones que existen. En el caso de nuestro país, estas elecciones pueden ser, como es sabido, Europeas, Generales, Autonómicas o Municipales, basándose cada una de ellas en diferentes reglas de procedimiento, siendo la experiencia más reciente que hemos vivido al respecto la de las Elecciones Municipales vividas el pasado día veintiocho de mayo, que también lo fueron Autonómicas en muchos territorios. Una vez celebradas unas elecciones, las que sean, viene el momento del recuento y de la proclamación de sus resultados. Una vez escrutados los votos y ya sabido el resultado de cada elección, se abre un período transitorio en el que las diversas Fuerzas Políticas que hayan conseguido representación harán sus valoraciones y composiciones de lugar de cara al próximo mandato; a veces habrá formaciones que tendrán oportunidades claras de gobernar, pero habrá otras en que no. El dilema se produce en el momento en que ninguna formación política consiga una mayoría suficiente para intentar gobernar en solitario; en ese caso, viene un período en el que las diferentes formaciones intentarán llegar a pactos y acuerdos para, sumando los apoyos de cada una de las partes implicadas en el mismo, llegar a la ansiada mayoría que permita la formación de un nuevo gobierno que sea estable.
Una vez llegado a tal acuerdo, se presenta el mismo como una buena solución para la ciudadanía y como algo que realmente aglutina el sentir y las preferencias de la mayoría de la población. Normalmente, la lógica nos dice que ello debería ser así, sobre todo, en el caso de elecciones a estamentos estatales, como las Generales o las Autonómicas, ya que los partidos deberían tener tendencia a pactar por afinidades ideológicas, al menos, en teoría. Ahora bien, en el caso de las Elecciones Municipales la cosa puede ser, y lo es, bastante más complicada habida cuenta del gran conjunto de partidos que se presentan a las mismas y que son diferentes en cada municipio, aparte de que los resultados electorales son totalmente dispares en cada población; todo ello propicia a veces posibilidades de pactos post-electorales diversos, incluso a priori "contra-natura" o, por decirlo de alguna manera, "creativos" entre fuerzas políticas sin afinidad ideológica o directamente contrapuestas en muchos aspectos.
Aunque seguramente un pacto municipal entre diferentes fuerzas políticas poco afines entre ellas será presentado también como el sentir de la mayoría de los votantes, ¿es ello siempre así? La respuesta es simplemente que no, ya que el votante de un candidato a alcalde no tiene por qué ser afín a otro candidato al que no ha votado, por mucho que las dos fuerzas políticas hayan llegado a algún tipo de acuerdo, y no digo nada de casos de pactos a tres o a cuatro fuerzas para intentar desbancar a otra que ha sido la más votada, cosa que es, a mi juicio, algo escandaloso. El problema es que cuando votamos sólo elegimos a una lista de todas las que se presentan, pero no se tiene en cuenta el peso de las preferencias reales de un votante, es decir, un votante de un partido de izquierdas podría preferir en segundo término a otro partido de izquierdas y en tercer término a un partido de centro y así sucesivamente, de tal manera que habría listas a que nunca preferiría y otras que preferiría en diverso grado.
Consciente de las limitaciones del sistema de elección por listas y a una sola opción, ya en el siglo XVIII hubo matemáticos que intentaron diseñar sistemas alternativos de elección que tuvieran en cuenta el peso de las preferencias para determinar un ganador, como es el caso del francés Condorcet y el método que lleva su mismo nombre. Condorcet inventó un sistema que permite ponderar el peso de la preferencia del votante sobre cada lista para así dar como ganador, no al más votado en primer término, sino al más preferido, cosa que conlleva ciertas ventajas pero también algún inconveniente. El problema del sistema "Condorcet" y otros similares es su imposibilidad práctica de llevarlo a término debido a la gran dificultad de escrutinio, más si cabe, habiendo tantas listas diferentes como las que hay en cada elección. Al final, sistemas como el anterior dan como ganador al "menos malo" de entre todos los candidatos o listas y puede dar lugar a resultados curiosos, sobre todo, en el caso de que no haya una polarización excesiva entre los votantes, ya que el "más preferido" podría ser en realidad un partido que con el sistema de elección que usamos actualmente sólo obtuviera un puñado de votos pero que fuera preferido en segundo término por gran parte de los votantes, como por ejemplo un partido o lista centrista. Quizá donde podría arrojar un resultado más fiable fuera precisamente en una elección municipal en una población pequeña, ya que en ese caso sí que el alcaldable más preferido lo sería realmente de todos sus vecinos, pero sólo "quizá".
Otro debate es sobre la "legitimidad" de un resultado de una elecciones, sea el que sea el sistema de escrutinio que se use; la "legitimidad" perfecta, entendido como aquel resultado ideal que refleje bien el sentir de la población en una democracia perfecta simplemente no existe, no existe un sistema perfecto y cualquiera que usemos tendrá imperfecciones, como antes veíamos. Ya lo decía, Robert Dahl, insigne politólogo norteamericano del siglo XX, cuando decía que las democracias perfectas no existían ya que ello implicaría que todos y cada uno de los ciudadanos tuviera responsabilidades y peso en el gobierno de la comunidad; Dahl opinaba que lo que existía eran "poliarquías" en el sentido de organizaciones que usan métodos democráticos para elegir a sus élites y que se articulan mediante Estados de Derecho.
De cualquier manera, las Elecciones Municipales son las más próximas al ciudadano y quizá las que marquen más el día a día del mismo, un alcalde siempre es alguien mucho más próximo que un Presidente de Gobierno y, por ello, creo que debe ser importante que las composiciones de los nuevos gobiernos municipales sean lo más representativas y legítimas posibles. Por ello, si bien es perfectamente correcto desde el punto legal que los acuerdos a los que se llegue en cada municipio donde no se haya conseguido una mayoría suficiente para gobernar puedan ser tan variopintos como se quiera, nunca se debería perder de vista que la legitimidad de un gobierno tan próximo al ciudadano como el municipal debería tener en cuenta la realidad social de cada municipio e intentar siempre, en la medida de lo posible, respetar el resultado de las votaciones, dando la primera alternativa a la lista más votada, sobre todo, si ésta lo ha sido con diferencia de las listas siguientes en el orden de votación. Ya que un sistema que tenga en cuenta las preferencias de la población es una quimera, al menos, intentar se lo más justos posible en este punto. ¿Un sueño baladí? Quién sabe…