Xavier Diez

Guerra Civil Z

09 de Junio de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Cascos_usados_en_la_Guerra_de_Malvinas (1)

Una pandemia recorre España. Y no es precisamente el Covid-19, aunque tengaque ver con la corona. Las últimas semanas, a medida que la intensidad de lacrisis sanitaria ha ido bajando de intensidad, la crisis política ha idoescalando peldaños. En cierta manera y (de momento) simbólicamente, lo queestamos viviendo recuerda a las escenas iniciales de Guerra Mundial Z, unapelícula postapocalíptica dirigida por Marc Forster. Para hacer memoria, elprotagonista, un antiguo trabajador de las Naciones Unidas interpretado porBrad Pitt, mientras conduce por las calles de Filadelfia, asiste atónito, a unviolento ataque de grupos de personas descontroladas con el rostro empapado derabia que se abalanzan sobre los transeúntes con el ánimo de morderlos.Efectivamente, se trata de zombis, esos seres de las películas de terror y delas metáforas sociales que proliferan (de momento, en el ámbito de la ficción)en épocas de crisis profundas.

Hoy es más que evidente que el estado de descomposición política y socialde España, ya patente en la última década, no deja de acrecentarse. Como en laspelículas de terror, las consignas de los líderes (por llamarlo de algunamanera) invocando a la unidad y confiando paulocoelhísticamente que"saldremos reforzados" presagian una serie de tragedias aún mayores.Al fin y al cabo, este tipo de retórica vacua funciona más bien como losrecursos narrativos típicos de las películas de catástrofes, a la hora dehilvanar escenas trágicas en una evolución sórdida de los acontecimientos, conescasas posibilidades de final feliz.

Debemos reconocer que, desde Cataluña, donde anteriormente se rodó unapelícula similar, con informes manipulados, magistrados inquisidores, lawfarejudicial, apagón informativo, criminalización de la disidencia, ataquesnocturnos de paramilitares fascistas, miles de heridos y procesados, y decenasde presos políticos y exiliados, el guión nos resulta familiar. España no esuna democracia, y el Régimen del 78 debería renombrarse como Régimen del 39,2.0 versión mejorada. Mismos apellidos, idénticas sagas entre los manejadoresdel cotarro, misma policía y guardia civil con su negra historia, mismaorientación ideológica y prácticas en las cúpulas judiciales, mismaintransigencia, similar sentido autoritario al del régimen franquista y másallá.

Como en el famoso poema de Martin Niemöller, primero fueron a por losvascos (con sus torturas, GAL, asesinatos extrajudiciales, represiónirracional, montajes en Altsasu...); después fueron a por la CNT (su casoScala, sus montajes policiales, su represión, sus maniobrasantisindicales,,...); después fueron a por los catalanes (aporellismo invocadodesde la Zarzuela, informes inventados, sentencias escritas antes de losjuicios, medios deformadores de la realidad,...); ahora les toca el turno alentorno de Podemos, lo que queda del 15-M (recordemos la dantesca represiónejercida contra manifestantes en 2011), e incluso contra el partido de ordendel régimen, un PSOE que se ha visto forzado a pactar con la izquierda, porqueel trifachito ha adoptado la mirada y la actitud política de los zombis deGuerra Mundial Z, tratando de morder rabiosamente todo lo que cuestione lahegemonía de los vencedores (gracias a Hitler y Musolini) de la Guerra Civil.

Efectivamente, el neofranquismo que se ha apropiado de la identidadespañola (y la ha monopolizado simbólicamente) es un extraño injerto entre elfalangismo más tradicional, el reaccionarismo carpetovetónico que Machadodefinió como la España Negra de-charanga-y-pandereta, con la sofisticación delneoliberalismo más despiadado puesto en marcha en la Comunidad de Madrid, lamás socialmente polarizada del estado. Todo ello, aderezado con las innovadorastécnicas de intoxicación made in Steve Bannon. Todos estos grupos yaexistían, pero durante buena parte de la etapa constitucional parecíanconfinados en el búnquer con el objeto de que los manejadores del cotarropudieran ensayar una modernización de corte liberal y socializante, finalmenteabortada por el Aznarato. De hecho, los zombis surgían ocasionalmente de lascatacumbas en determinados momentos, como los últimos y agónicos años de AdolfoSuárez, en las celebraciones del 20-N (y en Cataluña, en las del día de unaHispanidad asociada a los brazos en alto, a los pajarracos impresos en rojigualdas,y a las agresiones a inmigrantes). Pero, sobre todo, fue durante el crecimientodel independentismo catalán, aunque también en la recuperación pública de lalengua en el País Valenciano o las Baleares, cuando finalmente han salido delarmario dispuestos a restaurar esa especie de imperialismo casposo de los años40, cuando los discursos patrióticos servían para tratar de enmascarar lamiseria material y moral de la España que destruyeron mediante bombas, camposde concentración, cárceles, cuartelillos y fosas anónimas.

Efectivamente, en las últimas semanas han vuelto a proliferar, con suspolicías patrióticas, con sus montajes policiales, con sus informes escritospor los mejores guionistas hollywoodienses, con su odio destilado desdedeterminados medios de comunicación, con su rabia de verse cuestionados en suestatus por un gobierno que consideran ilegítimo, puesto que creen que el poderles corresponde por derecho de sangre.

De hecho, como ya sucedió en el oscuro episodio, nunca del todo aclarado,de 1981, (el del aceite de colza), España está viviendo una especie de síndrometóxico ante el cual las izquierdas se sienten impotentes. Sus renuncias en laTransición, especialmente las simbólicas (la bandera, el himno y la monarquía)les han impedido una verdadera reforma democrática que debería haber pasadonecesariamente por haber juzgado (y apartado) el franquismo y los franquistas,como sucedió con las sociedades europeas tras la caída de Berlín en mayo de1945. Desgraciadamente, los aliados no desembarcaron en España y permitieron lacontinuidad del franquismo. Al no haber podido quitarnos de en medio la pesadahipoteca de no haber derrocado la dictadura, ahora estamos pagando un elevadoprecio en forma de lo que Vicenç Navarro denominó, con acierto, elsubdesarrollo social y democrático español.

En cierta manera, esta movilización facha (surgida desde el Deep State,aunque con manifestaciones folklóricas en el barrio de Salamanca) que, pocabroma, trata de hacer caer mediante métodos golpistas un gobierno elegido enlas urnas, trata de imitar el mismo alzamiento de 1936, cuando los generalesconspiraron contra la República para “corregir” la voluntad popular. Ladiferencia es que las togas podrían substituir a los uniformes como ejecutoresdel golpe. Ya hemos visto como funciona el lawfare en Cataluña o el País Vasco(o incluso contra el Madrid popular, en el que hay presos políticos que “seatrevieron” a defender la voluntad popular de Cataluña). Ya lo hemos visto enBrasil, cuando un grupo social se ampara en el poder judicial para quitarse deen medio los adversarios políticos. El guerracivilismo del tridentereaccionario (difícil de distinguir en sus proclamas y programas) nos hacepensar en una especie de pandemia ideológica en el que, como los miles deextras que saltan sobre sus víctimas en Guerra Mundial Z, puede tener unaversión castiza en una “Guerra Civil Z”, con su parafernalia de rojigualdas,himno franquista y dinastía borbónica impuesta a dedo por Franco. Lógicamente,la izquierda está prisionera al haber aceptado los símbolos del enemigo. Labandera oficial española, por mucho que haya sustituido el pajarraco por uninsípido escudo, sigue siendo la misma que asesinó, exilió y encarceló acentenares de miles de españoles demócratas. La marcha real no es el himno deEspaña, sino de los “nacionales” responsables de lo que Paul Preston denominó"el holocausto español”. La monarquía puesta a dedo, ya no solamente es devergüenza ajena, sino un sólido motivo de desprestigio internacional en el que losescándalos se expanden a la velocidad de la luz. La izquierda solamente podráser creíble si es capaz de romper simbólicamente con el franquismo y su negraherencia.

La rabia y las proclamas apocalípticas que se escuchan desde elnacionalismo banal español (es necesario recordar que los franquistas sedesignaban a sí mismos como “nacionales”) pueden acabar teniendo un precio. Elfranquismo empujó a la catástrofe social al país. La supuesta democraciaespañola está ignorando gravemente el mandato de las Naciones Unidas, HumanRight Watch y de Amnistía Internacional, las cuales le están exigiendo liberara sus presos políticos, o asegurar la libre circulación de unos exiliados quepueden circular por todo el mundo, menos por España. La Unión Europea está hartade una corrupción que sigue intacta, así como hasta las narices de lasexenciones fiscales de las grandes fortunas. Occidente está hastiada de laaversión al diálogo como método de resolver conflictos políticos. El mundodemocrático no entiende cómo la monarquía parece un agujero negro de escándalosde todo tipo. La izquierda, que no movió un dedo mientras se violaban losderechos humanos en Cataluña, el País Vasco, el Madrid popular, debe elegirentre enfrentarse abiertamente (lo que implica convertirse seriamente alrepublicanismo) o esperar, como en la estrofa final del poema de MartinNiemöller al día en el que, como vergonzosamente la policía y miles de zombisnacionalistas españoles, vayan a buscarlos al canto del “A por ellos”.

 A los maltratadores no se lescombate bajando la cabeza, sino enfrentándose directamente a ellos. El antídotoa este virus que amenaza con hacer retroceder a España a los años cuarenta delsiglo pasado se llama República. Se llama ruptura democrática. Se llamaautodeterminación. Se llama, juzgar los crímenes franquistas, especialmente losque se han continuado produciendo tras la desaparición del dictador. Aunque lomás probable es que antes de que ello suceda, vascos y catalanes se hayanindependizado ya. No por nacionalistas, sino porque ya no aguantan vivir bajouna autocracia, entre zombis que invocan lo más rancio del franquismo dirigidospor un deep state que trata de mantener bajo control lo que fue un imperio queno ha aceptado que es un país secundario, no muy atractivo, con más defectosque virtudes, secuestrado por la charanga y la pandereta.

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