Lo que ocurre en Torre Pacheco está estrechamente vinculado a las guerras ideológicas actuales y a franjas de población que, debido a la terrible desigualdad estructural, han desarrollado un sentimiento de abandono que no es solo una percepción, sino que responde a una realidad objetiva: España ha creado un modelo de crecimiento alrededor de grandes polos urbanos como Barcelona, Madrid, Valencia o Bilbao, dejando a su suerte a millones de ciudadanos que viven en áreas depauperadas de Andalucía, Murcia, Extremadura, Ceuta y Melilla y otros lugares. En casi todos estos microcosmos las alianzas políticas no se han creado para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, sino para reforzar desde el caciquismo las posiciones de poder de los partidos que gobiernan, que son PP y PSOE. Muchos de los españoles que pueblan estos rincones olvidados creen en un pasado idílico que no fue (el franquismo) y depositan sus esperanzas en una sociedad que no será (un mundo sin extranjeros). Este es el caldo de cultivo ideal para que estos desharrapados (no hay más que ver las imágenes) desarrollen la idea de que son los depositarios de las esencias de España y los únicos con derecho a tener algo -bien poco- en esa tierra de desposeídos. Cuando no tienes nada material es más fácil que encuentres alivio en un delirio de grandeza que te reconoce como aristocracia, aunque estos mitos solo estén en imaginarios trasnochados.
Lo acabamos de ver en Estado Unidos: los ciudadanos estadounidenses blancos de clase media, que hasta hace 30 años no sufrían las devastadoras consecuencias sociales de fenómenos globales como la deslocalización de empresas y la desindustrialización de áreas como Detroit, Pittsburgh o Baltimore son los que han engrosado por millones las filas de votantes de Trump. El individuo que se considera desposeído de aquello que cree que le pertenece por derecho propio desea escuchar un discurso que al menos le reconozca esa superioridad sobre el diferente (el extranjero), y esas palabras, que normalmente proceden del poder político son suficientes para al menos aliviar sus sentimientos de inferioridad e impotencia. Del mismo modo que Hitler encarnaba la figura de un líder fuerte que dotaba de certezas a la baja clase media alemana con sus promesas de restaurar la gloria nacional, Trump habla del retorno de una “América grande”, idea que en parte atenúa las frustraciones de los grupos blancos empobrecidos que piensan que su situación se debe a los avances de las minorías y a la vez se sienten humillados en su orgullo como estadounidenses ante el imparable ascenso de China. Yo entiendo que la desesperación por sus penosas condiciones materiales (no solo en las áreas más deprimidas del país) lleve a muchos ciudadanos españoles a votar a quien les promete un paraíso que nunca tendrá lugar -no al menos en los términos que dicen los políticos de VOX-, pero solo seremos mejores si aumentamos la inversión en cultura, I+D+I, ciencia y educación. Lo demás son cuentos, y ahora abundan los flautistas y las ratas que los siguen. En cualquier caso, este es el precio a pagar por la ausencia de políticas públicas en las regiones más pobres.
VOX es un factor independiente de generación de odio, pero hay varios fenómenos subyacentes que son estructurales y generan inestabilidad por sí mismos. Algunos análisis socioeconómicos elaborados al inicio de la crisis financiera ya advertían de las terribles consecuencias sociales de la desigualdad. Uno de ellos fue el Global Trends 2025, del National Intelligence Council, uno de los organismos que asesoran a la CIA. Fue publicado en 2008 y pronosticaba lo que llamaba “micro guerras civiles” en algunos países del sur de Europa producidas por la desigualdad, la dificultad en el acceso a la vivienda (¿les suena?) y la precariedad.