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Habremos pues, de preguntar a los que saben

21 de Septiembre de 2017
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ttanquilidad, emoción
Azotados por la realidad, abrumados por la incomprensión de un presente que se empeña en recordarnos a cada instante que la certeza de lo representado por el hoy era perfectamente reconocible en la indolencia con la que hemos tratado de ignorar todas y cada una de las señales con las que nuestro pasado trataba de advertirnos de la magnitud del drama que se avecinaba; una y solo una es la actitud con la que el hombre ha de hacer frente a la una vez más contumaz realidad, empeñada como siempre en constatar al abrigo de la eterna certeza que la perseverancia es el recurso llamado a tornar en perfeccionistas incluso a los otrora consignados como bobos, que en el más elegante de los casos no estaban sino llamados a ser tenidos por imbéciles (en el sentido científico del término).Alejada hoy de mí cualquier actitud violenta, ya sea ésta referida, o procedente de la interpelación que otros tengan a bien considerar; habría de tornarse en error la consideración de cualquiera que pensara acertado el tomar por síntoma de debilidad tal proceder, sobre todo cuando tal y como la realidad en su vertiente más temporal (una vez adoptada la forma de actualidad), nos ha regalado hoy varios ejemplos destinados a consignar un hecho que no ha de pasar desapercibido para cualquier mente despierta, y que pasa por comprender hasta qué punto la incapacidad para reconocer tras la inequívoca sucesión de los que siempre han sido sus patrones al fenómeno otrora definido como violencia, ha de llevarnos hoy a pensar no tanto en la superación del mismo, como sí más bien en la posibilidad de que esa capacidad para pasar desapercibido redunde en el logro definitivo no de su victoria, sino de nuestra derrota.Pero… ¿Cómo ha podido fraguarse esa victoria? O por ser más coherentes: ¿Dónde y cuándo comenzó a fraguarse tamaña derrota?Reconocida una sociedad pueril en la incapacidad que la misma presenta no tanto para lidiar sino tan siquiera para aceptar la existencia de esencias en las cosas, la quintaesencia de la paradoja conceptual alcanzada en su versión social, ramificada a la sazón en la versión política; se alcanza cuando la sombra proyectada por los más esbeltos y logrados edificios de ese desarrollo político, se convierten en el refugio destinado a proteger a lo más burdo entre los burdos, a saber, a lo de peor calaña. Así, la indiferencia con la que una sociedad que tiene el estómago lleno puede llegar a ver pasar el tiempo, no puede sino convertirse en el reducto destinado a albergar los componentes destinados a conformar una nueva realidad llamada a configurarse no como respuesta a algo (lo que supondría cierta forma de acción), sino como mera reacción a ésta.Cae entonces la noche ante nuestros ojos. Pero se trata en este caso de una noche cargada de malos presagios. Se trata de una noche sin luna (lo que la arrebata cualquier síntoma de romanticismo), y predispone al escuchante para saber que, ahora más que nunca, cualquier confusión (ya proceda ésta del error propiciado por hacer sonar un acorde consonante cuando algunos se empeñaban en decir que correspondía uno asonante), bien puede dar al traste con toda la sinfonía, no en vano una de las mayores virtudes del relativismo pasa por afirmar que hasta el más hermoso de los sonidos puede ser tomado por ruido, máxime si no ha sido proferido por uno mismo.Bien podía en principio no parecerlo, pero en realidad la disonancia llamada a protagonizar nuestra actualidad es sin duda propensa a merecer una larga lista de calificativo, no estando el de novedosa correctamente aplicado, revelando el inductor del uso de tal calificativo un empeño capaz de poner de manifiesto las sin duda oscuras voluntades llamadas en realidad a presidir la voluntad del que a tal empecinamiento decida encomendar sus esfuerzos.Pues de nuevo basta un instante inferido en este caso a modo de confesión, para identificar entre la aparente enormidad de los acontecimientos en principio destinados a lograr el embrujo del mal llamado ensimismamiento la sutileza en la que la esencia se describe (y en la que sin duda se regodea), demostrando que en su carácter de necesidad radica el hecho de no tener que ser inferida, sino que a sus propias virtudes y valores debe siempre el hecho de su presencia, hecho éste que la faculta para poder librarse del oscurantismo en el que a menudo redunda el exceso de existencia (o de sobreactuación) tras el que siempre se reconoce a los malos actores.Pero no son los malos actores causa, sino que más bien acaban estos por revelarse como efecto. Si al buen actor se le reconoce por la capacidad para tornar en triunfo al guión destinado a ser por otro tornando en bodrio; es lo excelso magnitud propia de los genios, los destinados a deslumbrarnos con la luz del más brillante de los amaneceres, allí donde el mediocre habría de tornar en azabache cualquier vestigio de realidad.Entonces, si la realidad que se esconde tras el aplomo de la estadística nos dice lo que el día a día demuestra (que cada vez resulta más difícil encontrar intérpretes de peso), ¿No tendrá también algo de culpa de todo lo que ocurre un público empeñado en llenar día tras día el patio de butacas?Decía uno de los destinados a alinearse entre los Clásicos Griegos, que la comedia no es sino una tragedia derramada en el tiempo. Tal vez por ello debamos de considerar alcanzado el momento de tornar en instante cada perla que el tiempo nos regala, tornando pues en responsables todos y cada uno de los usos que a las mismas deparemos, exigiendo a cada uno de los que nos rodean, incluyendo por supuesto a nuestros gobernantes, que hagan lo mismo.Tal vez así encontremos un método válido para recuperar el uso de la razón en cada uno de los lugares en los que su juicio ha sido sustituido por el que proviene de la emotividad; tornando de nuevo en propicio si no el tiempo vivido sí el que está por ser vivido, dotando con ello al futuro de una medida de esperanza ahora mismo desconocida.
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