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Hacer el bien sin engañarlo

25 de Julio de 2021
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A lo largo de la vida he aprendido mucho en cuanto a los modos o caprichos que tienen todos para ser buenos o, en definitiva, sentirse buenos. Unos, fijamente, a pleno autoconvencimiento o casi por decreto, se creen buenos; otros, también se lo creen pero tienen un autorreconocimiento del error o de la equivocación y, por eso, ya se corrigen.

También, muchos se atribuyen ser buenos solo por decir que son cristianos, o solo por decir que son animalistas, o solo por decir que son patriotas, o solo por decir que son demócratas, etc. Sí, es como si (con ligereza) fuera un truco para crear eficazmente una buenísima fachada o una imagen social para que, así, todos de antemano te aprueben o te beneficien sin cuestionamientos.

Supongan que alguno en concreto quisiera rentabilizarlo, sin más, ya que es tan fácil el utilizarlo, y un día y otro dijera: soy del pueblo, soy cristiano, soy amante de los animales, soy amigo de los deportistas, soy patriota, soy cofrade, soy admirador de los chinos, soy incondicional con los cazadores, soy feminista con amor, soy seguidor del toreo, soy ayudante de las riquezas o de los ricos, etc. Pues... ¡sería así buenísimo para todos!; y, por seguro, viviría casi sin problemas y sin esfuerzos (¡nada más cierto!, aunque de puertas hacia dentro moliera con sutiles apaleos a su esposa).

En fin, todos elaboran o especulan o diseñan una estrategia en ser muy buenos y que cuele a modo social; muchos quieren ser buenos beneficiando demasiado a su jefe o a su patrón a un mismo tiempo que a sus hijos no los benefician tanto, muchos quieren ser buenos invitando a otra cerveza más a sus frívolos amiguetes mientras que sus madres pasan apuros ecónimos para sobrevivir, ¡oh sí!, muchos quieren ser buenos compadeciendo en todos los velatorios y comiendo en todas las matanzas (a bocado incesante), y aun muchos quieren ser buenos complaciendo a todos los partidos políticos o consintiendo (con un visto bueno sin poner la contra) a cualquier medida política.

Hay que añadir que ser bueno también se identifica con el hacer lo que todos hacen; por lo que, si todos cometen una aberración o una lapidación a una pobre mujer o una gran equivocación, tienes tú que hacer lo mismo para ganártelos y para que que te digan que eres bueno o para que vayan sorprendentemente a tu humilde entierro sin romperles la cara (aunque no tengas ganas ni de pensar en ellos).

En fin, casi todos ya se lo tienen preparado, pues les gusta ser buenos como les viene en gana, y además ganando reputación y premios; lo peor es que soy yo “en el buen sentido bueno” (como decía Antonio Machado), en el buen y correcto sentido o, al menos, en eso estoy no escatimando esfuerzos (luego ya Dios dirá si lo logré). Sí, y el correcto sentido es el que es el ético y libre de tanta pillería o corrupción o indecencia.

Eso es así;  muchos quieren ser buenos por gustar a incontables caprichos, por gustar a las modas, por gustar a la gente chismosa, por gustar a los que cometen demasiados errores, por gustar tanto al que mata como al que no mata (por lo que, para ellos, es lo mismísimo 8 que 80), por gustar... ¡a todos!

Sin embargo, Jesucristo (“ése desconocido”) pensaba que solo había una manera para ser bueno (el de no dar las espaldas al bien o a lo que no es impío y nunca va falseando las cosas). Sin embargo, insisto, cualquier gran sabio solo venía un solo camino no hipócrita para ser bueno, un camino no ensuciado por la doble moral o por la justificación del cinismo.

Pero siempre, en realidad, unos u otros se aprovecharán a través de cualquier poder o a través de cualquier negacionismo para imponer que Pinochet era bueno, que Franco era bueno, que Bin Laden era bueno o que Trump incluso era bueno.

No obstante, ¿sobre qué inengañables criterios todos se van basando al respecto o en lo que dicen? Puesto que, ya tan solo insinuar que eres bueno, es una cosa muy seria o que, sin duda, implica muchísimas responsabilidades cumplidas o actitudes de conciencia muy obvias.

Aquí, sin precipitaciones, se tendría que pensar: ¿Qué esencialidad avala que eres bueno?, o ¿qué irrefutables hechos éticos avalan que eres bueno? ¡Eso ya sí!, eso ya es lo básico por demostrarse un mínimo equilibrio.

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