Para que la humanidad avance, hay que contar con todas las gentes, no dejar a nadie sin hogar, habiten donde habiten y sean quienes sean, con toda su pluralidad de cultos y cultivos, que han de dirigirse hacia el bienestar de las personas y hacia el bien colectivo. Seguramente, tengamos que comprometernos mucho más, si en verdad queremos no dejar a nadie atrás, de manera que todos puedan sentirse respaldados por el acompañamiento de los derechos humanos, que es como se puede desarrollar todo el potencial familiar. Ciertamente, nos movemos bajo un mismo techo, al tiempo que nos robustecemos bajo un tronco común, lo que nos demanda un marco internacional en favor de la justicia y la paz. Para empezar, es público y notorio, que el tablero de la población mundial está ahí, latiendo a pleno pulso, para que juntos laboremos más poemas que penas. Con amor todo se consigue, que lo vivamos de corazón a corazón, es el único modo de sentir ese calor de hogar, tan necesario para ponernos alas. Por eso, quienes hablan contra la consanguinidad viviente no saben lo que dicen, porque tampoco saben lo que desdicen.
Sabemos que el número creciente de seres humanos, en todo este orbe de desigualdades e ilegalidades manifiestas, es un verdadero cráter, que nos insta a reflexionar cuando menos. No podemos, ni tampoco debemos empedrarnos el alma, mostrando indiferencia a nuestros semejantes. Combatir las discriminaciones, liberar al individuo de sus esclavitudes mundanas, debe estar en nuestra hoja de servicio, como misión y tarea responsable de progreso moral, con su expansión anímica. Es evidente, que el momento nos exige repoblarnos de vínculos, para poblarnos de otra textura menos deshumanizadora y más desposeída de lo material. Desde luego, bajo una actitud de disposición, lograremos dar respuestas justas a los problemas, si aplicamos la capacidad creativa, a través de sus dones de pensar y repensar. Es cuestión de intentarlo, de sensibilizarse y de ponerse en acción, con la certeza de que el campo de lo posible siempre está en nosotros, a la espera de una dimensión más poética que poderosa. Precisamente, nuestra propia patria radica en esa pulsación que, se injerta en otras, para conjugar la gloria lírica.
Además, sin una cepa corporativa se aloja el miedo, hasta sobrecogernos de frío. En el fondo, somos una población cambiante, en la que nos pertenecemos todos a todos, a través de ese fértil calor de hogar, que nos impulsa a crecer y a recrearnos en el soporte de la sincera palabra, para desmantelar las estructuras abusivas. Unido a este desvelo de vidas entrelazadas, hemos de dar prioridad a las necesidades de esa población más rezagada, en particular aquellas que viven en situación desfavorecida y de mayor vulnerabilidad. Esto nos requiere de un espíritu reconciliador, con un pasado marcado por el desequilibrio. Resulta esperanzador, pues, que esté recobrando fuerza una nueva concepción del mundo, en la que conjugar los alientos individuales refuerce también los colectivos y viceversa. Naturalmente, la acción colectiva es la única vía para hacer frente a muchos de los grandes problemas del planeta, desde el cambio climático hasta el aumento de la diversidad demográfica y la revolución digital. Al fin y al cabo, todo pende y depende de la relación, de un ser social dispuesto a hermanarse.
Indudablemente, la solidaridad da sus frutos; mientras el fenómeno migratorio es un auténtico problema ético mundial. Ningún país puede pensar hoy en solucionar por sí solo, lo que es una reflexión global, la búsqueda de un nuevo orden económico internacional para lograr una distribución más equitativa de los bienes de la tierra, que contribuiría bastante a reducir y a moderar los flujos de la población actual. Pensemos que, hasta ahora, los progresos han sido desiguales e inestables. De ahí, la importancia de liberar capital asequible para el desarrollo sostenible y para la acción social, con una visión de la comunidad considerada como una familia de pueblos a la que, finalmente, están destinados los bienes de aquí abajo, desde una perspectiva del bien común universal. Es cierto que a muchos de los moradores no nos aguarda un futuro prometedor y lleno de oportunidades, pero el vecindario ha de saber que, si aprovechamos la capacidad agrupada, estaremos movilizando nuevos sueños para un mejor despertar, en un vergel de confianza que toma la alegría natural como lenguaje de entendimiento.