Jesús Ausín

Hacia el ecofascismo

08 de Mayo de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Todo había sucedido tan deprisa, que no nos había dado tiempo a asimilarlo. Sólo habían pasado un par de lustros y sin embargo los recuerdos eran tan lejanos que parecían décadas. Los chavales menores de quince años, ni siquiera recordaban como es la nieve que sólo conocían por películas de antaño que les parecían lo que a mí, las de cine mudo cuando tenía nueve años: una antigualla.

No sería por falta de advertencias de expertos meteorólogos, científicos en ecología, en geografía humana, biología o geología. Porque había habido muchas y variadas. Todas en el mismo sentido. Pero los políticos no quisieron entender o mejor, no quisieron perder el carro del poder y todas fueron rechazadas y ridiculizadas. La tele pública llegó a decir en un telediario que no estaba claro que el cambio climático fuera el causante, ni de la escasez de precipitaciones en forma de lluvia (la nieve ya ni en las montañas) ni mucho menos de las temperaturas que en poco tiempo habían convertido los inviernos fríos con heladas mañaneras en periodos de gran variedad térmica pasando de los dos grados al amanecer a los más de dieciocho a las tres de la tarde; las primaveras ventosas y lluviosas en veranos continentales; y los veranos en periodos tan tórridos y secos que ocasionalmente producían danas que descargaban doscientos litros por metro cuadrado en treinta minutos que arrasaban todo a su paso.

No hacía ni siete años que Evilasio se había jubilado. La ilusión de su vida, volver al pueblo, la huerta, unas gallinas, paseos por el campo y aire puro. Y sin embargo, ahora, la huerta estaba abandonada por falta de agua con la que regarla, las gallinas se las habían prohibido porque sólo podían tener animales los que se dedican al negocio avícola (si te pillan con un animal sin registrar puedes acabar con una condena de hasta diez años de cárcel), los paseos entre mayo y octubre eran difíciles a no ser que salieras a caminar a las seis de la mañana y el aire se convertía en un secador ambulante que te curtía como la mojama.

El primer aviso había llegado al poco tiempo de jubilarse. Había sembrado en la huerta unas matas de tomates, de pimientos, unas cebollas y unas pocas lechugas para ir cogiendo ritmo al azadón. Ese mismo verano, el gobierno había prohibido el uso de las piscinas portables. Las llamaban las piscinas de los pobres porque no necesitan casi mantenimiento y el coste era asumible casi por cualquiera. En el mes de julio, ante la falta de lluvias, se prohibió el llenado de nuevas piscinas, pero los ricos ya tenían las suyas en funcionamiento desde hacía tiempo. Mientras media Castilla se quedaba sin agua en sus casas, en el mes de agosto, los transvases seguían enviando agua hacia el sur porque lo primero era la economía, según decían todos los noticiarios de todas las televisiones y radios. Y en esa economía figuraban en primer lugar las exportaciones de productos de la huerta y el turismo al que no se le negaba nada, hasta el punto que si vivías permanentemente en Conil de la Frontera, tenías que recoger agua en la calle, de un camión, pero si ibas de turismo, podías abrir el grifo y derramarla en el hotel a cualquier hora del día.

Doce meses después de haberse jubilado, sólo habían caído ciento tres litros de agua a lo largo del año. Había nevado dos días a partir de una altitud de mil quinientos metros, los pantanos estaban a menos del 40 %, aunque las eléctricas seguían usando la energía hidráulica para producir electricidad, porque el precio era más caro que la eólica o la solar, y la situación empezaba a ser crítica. Se prohibieron de nuevo las piscinas de los pobres a las que se sumaron también las municipales que cerraron por decreto del gobierno. Se prohibió el uso de agua para regar jardines, parques y arbolado y en julio, se dejaron de regar todas las huertas que no estuvieran declaradas como negocio (había que ser agricultor para poder usar el agua aunque tuvieras tu propio pozo).

La situación fue empeorando conforme iban pasando los meses y la lluvia seguía sin aparecer de forma general y las temperaturas, subiendo de forma generalizada y en un tiempo exponencial mucho más rápido de lo que habían advertido los expertos que habían sido calificados como alarmistas sin escrúpulos.

Ahora Evilasio, no sólo no puede regar la huerta. En su casa, a pesar de que en el pueblo no hay problemas,  el agua escasea. Sólo tienen 20 libros de agua por persona y día. Por cada litro de más que se supere en ese consumo el recibo se incrementa en un 5 % el precio del litro y si superas los 10, debes pagar el agua a 300 euros el metro cúbico, lo que hace imposible que los pobres puedan casi ducharse y hasta tienen problemas para lavar la ropa.

El único agua gratis sigue siendo el de los regadíos del sur y el de los hoteles de playa.

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Hacia el ecofascismo

Leo en un periódico de fuera, de los de aquí, ni como papel higiénico de urgencia, que Francia prohíbe las piscinas de jardín, que son esas piscinas que se venden en grandes superficies por alrededor de cuatrocientos euros, así como regar jardines o lavar el automóvil en casa, debido a la sequía.

Desde hace un tiempo, algunos compañeros vienen advirtiendo del peligro del ecofascismo que no es otra cosa que lo de siempre: en caso de necesidad o escasez de algo, quien acaba siempre pagando el pato somos los pobres. En este caso, la falta de agua, no impide que los ricos puedan tener piscinas enormes en las que se bañan apenas un total de diez horas en todo el verano, no hay problema para que los señores barrigudos puedan ir a pasear los palos de golf al club privado o para que, como en el caso de Fuerteventura, los turistas puedan tirar el agua por la ducha, mientras los nativos tienen que ir a comprar el agua al supermercado hasta para ducharse.

El ecofascismo no existe. Existe el fascismo. Existe una realidad a la que nos hemos dejado llevar en la que los sinvergüenzasayudados por una prensa canalla que está observando y contribuyendo a dejar a las personas sin recursos en las cunetas, a cambio de unas míseras vacaciones de una semana en un hotel de playa, una hipoteca por un piso de poco más de setenta metros cuadrados y una plaza en un colegio privado para sus vástagos (en el caso de los farfulleros que se acudieron a jugar al mus a la cafetería de la escuela de periodismo) y de patrimonios ocultos y sociedades offshore en las que ocultar mordidas y comisiones de los sinvergüenzas, en nombre de la ecología están desviando ingentes cantidades de dinero públicos hacia grandes emporios mundiales, condenando a la gente a dejar de usar energías y aguas mientras que el turismo, la agricultura en desiertos y los grandes vuelos comerciales siguen intocables.

Decía el otro día ese personaje malicioso, para más escarnio, comisionado europeo de Exteriores, que debería estar dando cuenta no sólo de aquello de Abengoa en tribunales españoles,  sino en la propia corte penal de La Haya por sus alegatos y habría que investigar qué más,  a favor de la guerra de USA contra Rusia en Ucrania lo siguiente: No se puede aumentar el bienestar de las personas, de los hospitales, de las escuelas, de las ciudades, porque ese dinero lo necesita Ucrania. Y es completamente indecente que un tipejo que cobra 315.428,88 € al año (más de 26.000 € al mes, que es lo que no gana el 90 % de los españoles al año), requiera del bienestar de los ciudadanos para poder agasajar al imperio. Pero es la tónica general. Políticos sin escrúpulos que tienen de todo pero que recetan austeridad para los demás y súbditos estúpidos que creen que el patriotismo, la bandera y el nacionalismo son más importantes que comer y poder vivir.

Científicos como Antonio Turiel, Antonio Aretxabala o Ana Campos, nos llevan advirtiendo un tiempo ya sobre las consecuencias de este modo de vida de despilfarro, sobreproducción y consumo desmedido, igual que nos están advirtiendo que el decrecimiento es irremediable y que lo único que podríamos hacer es organizarlo porque, como venga “de oficio” quienes más sufriremos seremos nosotros, los pobres, los que no podremos pagar el agua a precios prohibitivos, los que no podamos adquirir productos de consumo en el mercado negro y los que no podamos sobrevivir sin un acceso igualitario la comida.

Sería todo tan sencillo o tan complicado como dejar de invertir en la industria militar, en armamento, dejar de gastar ingentes cantidades de dinero en vuelos interplanetarios, dejar de subvencionar la industria automovilística y los fraudes del Hidrógeno verde y baterías de metales pesados y utilizar toda esa inversión para adquirir vivienda sin uso y dedicarla a quién la necesite (vivienda social), a tener transportes públicos de calidad y de frecuencia que hagan innecesario el uso del vehículo propio y dedicar el agua a fines de consumo productivo con mercados locales públicos que inviertan los beneficios en los propios ciudadanos. Eso nos llevaría a un mundo con muchas menos horas de ocupación en el trabajo, con menos consumo de mercancías y muchísimo menos consumo de energía, menos consumo de agua y mucho más tiempo libre para dedicarte a ti mismo.

Pero claro, eso significaría decir adiós a personajes como Borrell, a políticos corruptos que venden a los ciudadanos por la mejor comisión y la mayor mordida. Adiós a comisionistas, intermediarios y gentuza que vive del esfuerzo de los demás. Eso acabaría con las mordidas, las comisiones, los paraísos fiscales y las sociedades offshore, con las guerras, con el imperio y con un sistema en el que en el que los ricos, cada vez lo son más a cambio de que los pobres lo sean también en mayor cantidad y con menos recursos.

Quizá creas que todo esto es utópico e imposible de que lo veamos. Tal y como está el patio, y como está cambiando el clima de forma tan ráapida, desgraciadamente es inevitable que paremos y decrezcamos.Si lo hacemos por las buenas, de forma ordenada y repartiendo los recursos, cosa que dudo, todos saldríamos ganando. Si al final sucede por las bravas, recordad que esto que mis colegas llaman ecofascismo será inevitable. Y si, todos acabaremos mal. Pero los primeros en caer seremos nosotros, los que no podamos pagar el agua a precio de trufa blanca italiana, los que no podamos acceder al mercado negro del estraperlo, los de siempre, los desarropados, los parias, los pobres, los ciudadanos de a pie.

Quizá te creas a salvo. Bienaventurados los ignorantes porque viven sin enterarse de nada, pero son los primeros en caer.

Salud, decrecimiento, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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