02 de Marzo de 2022
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¿Nos vamos a la mierda?

“Tantos idiomas distintos. Entre seis mil y seis mil quinientos reconocidos en la actualidad”, pensaba un día el médico investigador Boris Pérez. “Son demasiados”.

El ser humano, meditaba Boris, conoce el valor de las principales monedas y tiene su referencia clara. Puede hablar en dólares o en euros y los asocia rápidamente. Sin embargo, solo es capaz de decir gracias en unos pocos idiomas. La lucha por una moneda común fue más efectiva que la lucha por un idioma común.

Es cierto que se aceptó el inglés como un medio general de comunicación, pero es un idioma cambiante. Un inglés ahora no puede entender el Shakespeare original, leyó Boris en una ocasión, mientras recordaba el inglés que aprendió en su colegio y que es distinto al que se habla hoy. Incluso el inglés americano, quizás a propósito, suena de forma muy diferente.

Sería bueno que la humanidad buscara un idioma que sea global y sobre todo más sencillo de aprender. Un ejemplo de avance en este sentido lo tiene en el Hangul. Se trata del alfabeto coreano. Se creó de forma artificial en el siglo XV durante el reinado de Sejong.

En aquella época había muchos coreanos analfabetos. Aprender chino, sobre todo a escribirlo y a leerlo, no es fácil. El rey quiso promover la alfabetización de la población y con ese fin creó el Hangul. “Cuando los gobernantes invierten en educación, es cuando logran cosas realmente buenas”, pensó Boris.

Un dicho popular coreano dice, sobre este alfabeto, que “un hombre sabio puede familiarizarse con él antes de que termine la mañana; pero que hasta un hombre estúpido puede aprenderlo en diez días”.

Se ha demostrado que una persona tiene la capacidad de comunicarse con facilidad en dos idiomas. Quizás en un futuro, concluyó Boris, los gobernantes apuesten por crear un idioma que sea común en todo el planeta: el terrícola.

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