Las corridas de toros no se han prohibido. No hay pues motivo para rasgarse las vestiduras. Lo digo por los taurinos que no han dejado de soltar espumarajos por la boca contra el Ministro de Cultura, desde que anunció la supresión del premio anual de tauromaquia dotado con 30.000 euros. Quién esto escribe ha sido aficionado a las corridas de toros, miembro de una peña taurina dedicada al matador Paco Alcalde, y presentó un programa taurino diario en Antena3 TV de la Feria de San Isidro de 1990. Datos que creo necesario apuntar para decir, con un cierto criterio, que estoy de acuerdo con la medida adoptada.
Si cultura es lo que decide el pueblo que sea, como argumentan los que protestan por la medida, hoy la mayoría del pueblo no está a favor de la fiesta taurina, porque ya no estamos en un tiempo ancestral donde los animales eran usados para trabajar a destajo, como alimento, para descargar en ellos las obsesiones y bajas pasiones haciéndoles sufrir o para divertir a los humanos. Hoy, por fortuna, la visión es otra, al punto de que, por Ley, el maltrato animal es un delito que puede acarrear pena de cárcel. Reconocimiento legal de que los animales sienten y padecen.
El interés de los españoles por las corridas de toros desciende desde hace años de manera constante, como confirman los datos de la Oficina de Asuntos Taurinos del Ministerio de Cultura, según los cuales en el periodo 2021-2022 solo el 1,8% de la población asistió a espectáculos taurinos, frente al 8% del periodo 2018-2019. Datos referidos a todo tipo de festejos taurinos, de los que solo el 26% fueron corridas de toros en 2022, que hablan de un claro descenso del interés y un aumento del rechazo a los espectáculos taurinos que, en 2015, alcanzó al 58% de la población, frente a un 19% que los apoyaban, según la encuesta de World Animal Protection.
Cierto que las fiestas taurinas aún tienen un arraigo basado en la tradición, que no justifica el salvajismo del que es objeto el toro encelebraciones tan aberrantes como atar sus cuernos a un poste para inmovilizarlo o, peor, poner en ellos antorchas de fuego para que el animal corra sin dirección ni sentido por las calles del municipio para jolgorio de los asistentes: insensibles a su sufrimiento. El recurso a la tradición para defender la fiesta, olvida que el espectáculo taurino creció popularmente en la pre guerra civil y en la postguerra, como vía rápida de ascenso social de los pobres dispuestos a jugarse la vida para dar de comer a los suyos: elmaletilla o el espontaneo. Festejo qué en los ochenta, gozó de gloria efímera, convertido en pasarela de moda de ricos y famosos. Igual que sucedió en los sesenta con la presencia de famosos del cine de Hollywood como Ava Gardner.
Enfrentamiento, en un círculo, de un hombre solo contra un animal mítico por su fuerza y poder simbólico, el toro, con un capote y un estoque. Combate en apariencia desigual —a los toros se le desangra con puyazos del picador y banderillas para que pierdan fuerza— sobre el que se ha venido forjando una epopeya mítica, merced a un ritual pautado que convierte esa pelea en un arte normativo, la tauromaquia, pintado, relatado y cantado por artistas de renombre, incluso planetario: atraídos por el componente atávico, fuera de tiempo, que esencia en las corridas de toros. Por eso, no sorprende que personajes como Ayuso o Almeida, se conviertan en adalides acérrimos de esta lucha ancestral que convierten en esencia de españolidad: si no te gustan los toros no eres español. Lo que produce vergüenza ajena es escucharles apropiarse de figuras de la cultura como García Lorca, como si fuera un conmilitón, para defender las corridas de toros. Lorca cantó al ritual de muerte que late en ellas, y el sentimiento de soledad y frustración que simboliza el toro.
Tampoco es cierto que el toro bravo perviva gracias a la existencia de las corridas de toros. Basta con reseñar que los animales existen per sé, por evolución biológica, y no por y para ser tristes protagonistas de un espectáculo cruel, cada vez más minoritario. El toro es ejemplo de la riqueza y diversidad de la naturaleza que hay que conservar, por ser una especie con unas características propias que solo se da en nuestro territorio. Como hijo de mi tiempo, hace años que reflexioné sobre el sentido de un espectáculo de sufrimiento sanguinolento de un animal tan especial, para poder decir que: ya no me gustan las corridas de toros.