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La herencia de Atocha

22 de Enero de 2025
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Vivimos tiempos de guerras abiertas. En Gaza y en Ucrania. Pero vivimos tiempos también de muchas guerras encubiertas, o tapadas, ocultas. El Congo, el Amazonas, Birmania, el Sahel, Sudán, Etiopía, Kurdistán, Siria, Somalia, Yemen y otros muchos lugares del planeta.

Conflictos abiertos de bandas y pandillas, asesinatos de grandes corporaciones y empresas contra poblaciones que se resisten a la explotación indiscriminada de sus recursos. Guerras escondidas en México, Irak, Afganistán. Guerras que han desangrado Libia, Siria, el Sahara Occidental.

Vivimos un mundo en el que la mentira se abre paso a golpes de Inteligencia Artificial, uso y abuso de las nuevas tecnologías. Manipulación mediática, algorítmica, de las redes sociales. La mentira interesada que se hace con los mandos y lleva al poder en muchos países a los más putrefactos de nuestras sociedades, ahítos de corrupción y de dinero.

Hubo un tiempo no muy lejano en el que pareció que las cosas podrían ser de otra manera. Un tiempo en el que pudimos soñar que nuestros jóvenes heredarían la misión de hacerse cargo de rematar la jugada y construir una sociedad limpia, transparente, justa, libre, solidaria, de una igualdad que premia el esfuerzo, el trabajo, el estudio.

Un tiempo en el que unos jóvenes abogados salieron de las facultades dispuestos a defender a los vecinos en los barrios, a los trabajadores en sus puestos de trabajo. Cuando fueron asesinados un 24 de enero de 1977, cuando aún nada estaba decidido, debimos tal vez entrever que nada terminaría de escribirse para siempre.

Éramos tan jóvenes y aquellas muertes abrieron las puertas a la legalización del Partido Comunista, en la Semana Santa y poco después la de los sindicatos, el 27 de abril, que creímos que el alma humana no generaría nunca más monstruos como aquellos que ejecutaron a los nueve jóvenes en Atocha número 55. Cinco murieron, cuatro sobrevivieron, heridos para siempre en lo más profundo.

No nos dimos cuenta, avanzábamos a trasmano de la historia, de que se estaba fraguando todo un movimiento reaccionario, en la economía de la mano de personajes como Hayek y Friedman, desde Austria y Chicago, o en la política encabezada por la primera ministra anglosajona Thatcher, o el presidente Reagan, en los Estados Unidos.

Era por aquellos mismos años y poco a poco, gradualmente, haciéndose con los mandos de la mentira, multiplicando el poder de Goebbels al frente de la propaganda, a la manera en la que nos lo describe Chomsky en sus 10 estrategias de manipulación mediática, comenzaron a conducirnos por la senda que nos ha llevado al lugar donde estamos.

Lo privado lo es todo. El imperio es ya un gobierno de las grandes corporaciones. El beneficio disparatado es ya un objetivo prioritario, muy por encima de otros como la cohesión social. Ya no hace falta estudiar, sino pagarse un título que sirva como mera coartada para el uso de influencias y el abuso de los contactos. El mérito, el trabajo, el esfuerzo no conllevan premio alguno. Estudiar para servir ha sido sustituido por comprar un título para enriquecerse a cualquier precio.

Para remate, una justicia de robagallinas, que premia a los adinerados y castiga a las clases medias y a los de abajo, completa el círculo de la miseria en la que nos obligan a vivir. Pero lo damos por bueno. Es lo que hay, es lo que toca. Hasta la izquierda hemos aprendido a compartir esta lógica.

Eso es, tal vez, lo que no supimos ver. Lo que no quisimos ver, ilusionados como estábamos por el nacimiento de una democracia entre nuestras manos. Ese fue nuestro error y en el pecado comenzamos a pagar la penitencia. El olvido al que condenó la sociedad española a los jóvenes de Atocha trajo consigo el deterioro democrático hasta el punto en que hoy lo encontramos.

Pudimos sospechar que los poderosos y los adinerados no obrarían de buena fe. Pero no supimos prevenir y evitar que la izquierda cometiera el error de aceptar movernos entre la pomposidad de las declaraciones y la aceptación de los principios de funcionamiento de un sistema que nos conducía a la corrupción, la desigualdad, la injusticia, con las máximas autoridades al frente del desmán que se estaba perpetrando.

Durante años, algunos hemos cuidado la memoria de aquellos jóvenes de Atocha. No hemos errado en el intento. Los de Atocha tienen un puesto en la memoria de España. Hasta una serie televisiva y algún documental de buena factura hemos podido disfrutar este año. Eran muchos, en muchos despachos repartidos por toda España.

Pero no basta. La memoria y el recuerdo no bastan, si no conseguimos que nuestra sociedad sienta y siga el ejemplo de los jóvenes de aquellos días, que con mucho estudio, poco sueldo y un exigente esfuerzo, se empeñaron en defender el presente de todas y de todos, aún a costa de su vida.

No es eso lo que proponemos a nuestros jóvenes en estos días, ni lo que premiamos y valoramos. Les incitamos al poco esfuerzo, el mucho pillaje y la riqueza por encima de todo. Estudia algo con futuro, les decimos y eso significa, algo que te produzca buenos dineros.

De nuevo un 24 de enero. Atocha es una herencia que no nos podemos permitir dilapidar.

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