La Hýbris es un concepto griego que puede traducirse por “arrogancia, altanería o soberbia”. Y las élites europeas cada vez están más enfermas de Hýbris. No entienden nada. Y lo que puede ser peor; si lo entienden lo desprecian y lo ignoran. Cada vez los avisos son más potentes, forman más estruendo, mientras ellas siguen a lo suyo, con su discurso engolado y henchidas de prepotencia.
Su última muestra ha sido cómo han analizado la victoria de Trump o la derrota de Harris. Lo han hecho acudiendo a las majaderías habituales de que si manipulación, que si ignorancia, que si tal que si cual. Todo menos hacer una autocrítica. A sí mismas y a sus homologas norteamericanas.
La derrota de las élites se veía venir desde hace años. Y se verá en Europa si no cambian. Básicamente se debe a su propia traición, a la traición que han cometido hacía el pacto social que funcionaba en Europa y en parte también en Estados Unidos. Ya lo advirtió Lasch en 1996: aisladas en sus enclaves de bienestar, fundamentalmente en las grandes metrópolis o ciudades-estado de la red de la Globalización neoliberal, las élites han traicionado el pacto social y se han desentendido del resto de la población. No es extraño pues que hablen de “deplorables” para referirse a los habitantes de esos Heartland, en palabras de Lind, que han sido los grandes perjudicados de la Globalización, amenazados por la desindustrialización, la deslocalización y el empobrecimiento. Son los habitantes de la Francia periférica, que diría Guilluy, de la Europa periférica y de los Estados Unidos periféricos, y que corresponden en realidad a todo lo que no sea esas metrópolis, esas ciudades-estado en red al margen de los Estados y en creciente secesión de los mismos. No es que voten a Trump o a los populistas europeos, es que votan en contra de esas élites metropolitanas, neoliberales a derecha, y Bohemian bourgeois a izquierda (o lo que eran derecha e izquierda), las consiguientes clases aspiracionales, que, encantados de conocerse y perfectamente intercambiables entre ellas y de una metrópoli a otra, desprecian crecientemente al resto del país, los consideran “deplorables” y contemplan con indiferencia como pierden el trabajo, se empobrecen y enferman, pierden incluso la esperanza fruto de un neoliberalismo globalizador que a ellos les llena los bolsillos. ¿Qué esperaban? ¿Qué esperan? ¿Qué levantando el dedito e insultando, que controlando el discurso y la opinión publicable de forma asfixiante y con hechuras inquisitoriales, iban a controlar el voto pues los “deplorables” se iban a avergonzar de no adorarles?
Sería cuestión de que hubiesen aprendido la lección, que rectificasen y habilitasen las políticas del gran consenso tras la II Guerra Mundial, que no fue otra que crear el Estado de Bienestar y respetar y considerar a los trabajadores y a las clases populares. ¿Lo harán? Me temo que no, que no han aprendido nada, que están enfermos de Hýbris.