La subida de grado en la agresividad del discurso político, emponzoñado ya en el insulto vulgar, peliculero y procaz, es el resultado de cuatro factores que juegan al unísono: tres de manera interesada y el otro por el empobrecimiento del periodismo debido al incumplimiento de sus normas básicas a la hora elaborar informaciones, verbales o escritas, que cuenten los hechos sin calificarlos. En una Legislatura que viene siendo un crescendo interesado en la expresión hiperbólica de los acontecimientos noticiables por parte de la derecha, en su exclusivo afán de echar a Pedro Sánchez de la Moncloa —cuando pierden el poder es porque se lo han robado—; no sorprenden las acusaciones sin pruebas fehacientes y veraces, o el uso de la mentira y el bulo como herramientas de acción política o, cuando se agotan las hipérboles, que ese mejunje haya derivado en el insulto sin vergüenza y desvergonzado, vulgar, zafio e infantiloide, que se ha convertido en el eje axial del discurso público del PP, como único proyecto para España.
Estrategia concretada en la táctica de repetir millones de veces la misma mentira, que comienza en los pseudomedios y youtubers difusores de noticias reales o inventadas, siempre sin fundamento probatorio, para reforzar la existencia de una presunta corrupción en el entorno del Presidente Sánchez. De momento, no hay una sola sentencia que verifique tal acusación. En el segundo frente están las asociaciones ultraderechistas Hazte Oír y Manos Limpias, que presentan las denuncias con recortes de prensa en juzgados amigos que las aceptan. Es así como se articula el conglomerado político-mediático-judicial resultado práctico del mensaje del inefable Aznar de noviembre de 2023: <<el que pueda hacer que haga>>. Confirmación de que Aznar, y sus secuaces Aguirre y Ayuso, condicionan la estrategia del PP, y que Feijóo es un monigote sinauctoritas que se bambolea al albur de los acontecimientos: un día dice A y al siguiente B.
Ésta es la espiral de barro en la que estamos que se mueve a velocidad luz arrastrando a demasiados <<periodistas>> que olvidan los principios básicos del periodismo, por la ausencia de editores senior que se los recuerden y marquen el criterio profesional. Por eso quienes tenemos una larga trayectoria en el oficio nos tiramos de pelos, cuando escuchamos a los presentadores de los telediarios categorizar y calificar las informaciones que cuentan, con epítetos que estimulan la idea de que la política es una guerra sin cuartel.
Enfrentamiento, batalla o guerra dialéctica, ataque, agresión, crisis o ruptura en el Gobierno de coalición son los calificativos más comunes —hay muchos más— que utilizan los presentadores, periodistas a pie de micro y todólogos para contar una disputa parlamentaria, que no es mayor ni más agresiva que las que se producen en los parlamentos de países tan democráticos como el Reino Unido, donde los gritos cruzados entre las distintas facciones son muy frecuentes ¡order!, o se llega al enfrentamiento físico como sucedió recientemente en el parlamento de Corea del Sur. Por eso, es un error grave aumentar gratuitamente la tensión social porque el periodista olvide que su función no es orientar el pensamiento del destinatario, sino contar con asepsia los diferentes asuntos y dejar que sea él quien saque sus propias conclusiones.
Errores por la falta de experiencia y conocimiento sobre el funcionamiento de la política; por ejemplo, no solo en los Gobiernos de coalición, también en los monocolor, se producen opiniones encontradas entre sus miembros respecto de los diferentes asuntos, sin que eso suponga una crisis irresoluble. Si las cacareadas crisis hubieran sido tales, el Gobierno de coalición ya habría volado por los aires para gusto de Feijóo. También contribuyen a esta ceremonia de la confusión los enunciados, verbales o escritos, que comienzan sin sujeto o con uno indefinido o no se citan las fuentes lo que induce a dudar de la veracidad de lo que se cuenta: nunca el sujeto de la acción ni la fuente pueden ser personas u organismos indeterminados.
Necesitaría cien artículos para dar cuenta del sin fin de errores que cometen los medios, digamos serios, con lo que contribuyen a dar forma y aumentar la sensación de caos social, arrastrados por la velocidad de lo inmediato y la necesidad de estar presentes en los lugares donde la rueda informativa, la Agenda Setting, marca que hay que estar, sin preparar datos que contextualicen la veracidad y objetividad de la información que se traslada a la ciudadanía.