Hablando con viejos compañeros del Instituto o de la Facultad en alguna de esas reuniones conmemorativas donde todo el mundo quiere quedar bien frente a la observación de los demás, exaltando sus logros y minimizando sus fracasos, los momentos más curiosos suceden al poner en común los polvorientos recuerdos juveniles y darse uno cuenta de hasta qué punto divergen en aspectos que nos parecen fundamentales y de los cuales nos sentíamos absolutamente seguros. No es sorprendente que en nuestra versión de los hechos el “yo” remoto siempre salga invariablemente favorecido. La omnipresente vanidad se manifiesta también en el pasado.
Biológicamente nuestro hemisferio cerebral derecho suele asociarse a la imaginación, los sentimientos, la creatividad, las emociones, la empatía o la interacción no verbal y el izquierdo con el raciocinio, el lenguaje, la lógica, la deducción y la comunicación verbal. Naturalmente que ambos hemisferios se encuentran ampliamente conectados y el cerebro que no sufra de patología funciona como un todo integrado. En este sentido nuestro hemisferio izquierdo es el “narrador” de nuestras vicisitudes y de nuestras aventuras, siempre convenientemente aderezadas por las emociones y los sentimientos entre los cuales, como señalaba La Rochefoucauld el amor propio predomina sobre todos los demás, para lo bueno y para lo malo. Exageramos nuestra importancia en la novela de nuestra vida, bien para culparnos, bien para señalar la responsabilidad de los demás en nuestros fracasos, bien para abultar nuestros éxitos. Si a todo ello añadimos que el “narrador” tiende a rellenar los huecos con información verosímil, el resultado puede ser una grotesca distorsión de aquello que sucedió que, a su vez, se percibió de modo dispar por cada uno de los observadores en función de sus prejuicios, ideas o intereses egoístas.
La Historia es la narración de los sucesos del pasado con una interpretación lo más objetiva posible. Muchos señalan a Heródoto como el padre de esa disciplina en el mundo occidental componiendo un relato razonado de las acciones humanas, en su caso concreto de las guerras médicas. Era todo un reportero por la gran cantidad de testimonios que recopiló en sus viajes. Tucídides le emuló con la Guerra del Peloponeso. La historia se constituye en una suerte de hemisferio izquierdo de los grupos sociales, dando sentido a una serie de comportamientos de naciones, de estados o de tribus. Y como sucede en las reuniones de los viejos alumnos, estos relatos difieren mucho unos de otros. Recuerdo la extrañeza que experimenté leyendo “Creación”, una novela histórica de Gore Vidal muy bien documentada, en la cual el protagonista, Ciro de Espitama, embajador en la Atenas de Pericles se convertía en la voz de los persas siempre silenciada en nuestros textos de estudio occidentales. Me pareció algo extraordinario. Como una habitación conocida pero redecorada.
De todo lo dicho se deduce que la mala historia puede constituirse en una reunión de ciegos sin comunicación entre sí, describiendo un elefante.
En España tenemos grandes historiadores. No hay duda. Sin embargo demasiadas veces caemos en el peligro de la historia: abandonarla en manos de los políticos para tratar con ella de manejar y dirigir el presente y el futuro. Y si existe un ejemplo palmario de lo que digo ese es el de la Guerra Civil. Aquellos años aciagos deberían constituirse en diana de los más desapasionados, complementarios, y objetivos análisis para ofrecer una “narración” lo más veraz posible, lo más propia del hemisferio izquierdo y lo más alejada de todas esas emociones que los políticos desean estimular para transformar a la gente en “masa”, en ese ente que comparte una mente emocional, irracional, radical y totalmente susceptible de manipulación, capaz de cometer cualquier barrabasada.
Recuerdo mi infancia durante el régimen del general Franco. Aquellas gestas detalladas con grandilocuencia en los libros de texto de la escuela. El Alcázar de Toledo, el desigual combate entre el heroico cañonero “Dato” y el poderoso pero malvado destructor republicano (“rojo” se decía entonces) “Alcalá Galiano” durante el paso del Estrecho por parte del ejército de África. Yo le preguntaba a mi abuelo, que combatió en la guerra, que me identificase los” buenos” y los “malos”. Ya se saben las preguntas simplistas de los niños. Siempre me contestaba: “hijo…en las guerras no hay ni buenos ni malos…todos son malos…te puede matar cualquiera”. Y me dejaba perplejo y confundido.
Tuvo que morir Franco para dar paso a la versión de los perdedores, parcialmente sostenida hasta entonces por historiadores extranjeros, muchos de ellos británicos (y no desprovistos por cierto, de sus propios prejuicios) Incluso osciló el péndulo hacia el extremo opuesto como no podía ser de otro modo, reuniendo los republicanos todas las virtudes y los franquistas todas las maldades. Y uno esperaría que pasados los años se alcanzase un equilibrio. Pues no. Continuamos empantanados en la irracionalidad interesada impidiendo al hemisferio izquierdo que complete su labor.
La Guerra Civil fue un golpe de estado fallido, fue una contienda entre hermanos, fue una lucha contra el fascismo, fue un combate religioso, fue una guerra ideológica (la misma que dividía Europa) fue un conflicto entre clases sociales, entre lo viejo y lo nuevo, entre el centralismo y el separatismo con el condimento dinástico de los carlistas, fue todo eso y mucho más. Señalar que se trataba de una “Cruzada” o de una sublevación militar contra el poder civil (el ejército se dividió como la sociedad española en su conjunto) o de una guerra contra los vascos o los catalanes (tan divididos como el resto) o de una lucha contra el comunismo, han sido interpretaciones interesadas. Francisco Ayala, en una colección de relatos titulada “La cabeza del cordero”, retrataba las mezquindades psicológicas ocultas por la excusa política. Porque lo peor de todo es que se trató de una pelea a muerte entre los fascistas que muchos llevaban dentro con infinidad de inocentes dispuestos al matadero haciendo de espectadores. El fascismo era una ideología del S.XX que no ha muerto porque anida en cada uno de nosotros y que despierta a la voz de los políticos irresponsables. Es bueno repasar las declaraciones incendiarias de José Calvo Sotelo o de Largo Caballero que ahogaron cualquier racionalidad en una emocionalidad suicida y asesina. Conste que la máxima expresión de lo que debió de ser el fascismo lo he vivido a pequeña escala durante la pandemia con los intentos de control cognitivo de la población, con la creación de una masa hipnotizada y sometida y con la instauración de la arbitrariedad legal como norma. No se me olvidará la iniciativa de un famoso presentador de televisión para marcar con una pegatina a los que no se habían vacunado. ¿No recordaba un poco a la estrella amarilla que señalaba a los judíos? Vamos a intentar analizar con objetividad nuestra memoria para transformarla en un espejo lejano y útil con vistas a no repetir viejos errores. Y dejemos de utilizar la historia (de la Guerra Civil o de la ETA más recientemente) para estimular la amígdala cerebral y convertir a la gente en torpedos emocionales a punto de estallar. Que se lo pregunten a los yugoslavos…o a los ucranianos.