Disforia que proviene del griego y es el antónimo de euforia, es como una emoción desagradable o molesta, tristeza, ansiedad, irritabilidad o inquietud.
Disforia es lo que siento ante la evidencia de que para lo bueno y para lo malo, los hombres seguimos empeñados en ser protagonistas de todas las historias, incluso la del feminismo. Siempre más preocupados en hablar de nosotros, que de lo realmente importante.
En la vida no siempre las cosas son como las pensamos, y aunque nos parezca raro, por ejemplo, la primera vez que se utilizó el termino feminista no fue para referirse a una mujer sino a los hombres. Fue en 1871, un médico francés en alusión a aquellos hombres que padecían de tuberculosis. Enfermedad que producía como síntoma secundario una feminización del cuerpo masculino, cejas y cabello fino, pestañas largas y afiladas, piel blanca y un contorno del cuerpo suave.
La primera vez que se utilizó el termino feminista no fue para referirse a una mujer sino a los hombres. Fue en 1871, un médico francés en alusión a aquellos hombres que padecían de tuberculosis
Luego posteriormente se llamó “feministas” a aquellos hombres que sintonizaban y apoyaban las causas y luchas por la igualdad de las mujeres. Uno de los primeros hombres feministas, fue el filósofo John Stuart Mill, que en 1866 se convirtió en el primer diputado en pedir el voto femenino en el Parlamento británico.
El movimiento de hombres por la igualdad de género nace desde la comodidad del opresor, por la necesidad de dar respuesta al malestar de una masculinidad disidente, que no se siente a gusto del todo con el modelo tradicional de hombre.
El reconocimiento de nuestros privilegios masculinos, la necesidad de migrar en lo personal desde el machismo a posiciones más igualitarias, la construcción de nuevos ámbitos de libertad alejados de roles y estereotipos, son sus principales objetivos.
Los hombres “feministas” no somos mejores, peores, ni diferentes que los otros hombres, y tenemos los mismos o más defectos que ellos. Es lógico hemos sido educados en una cultura que nos otorga todos los beneficios, y se necesita mucha honestidad y honradez para un cambio sincero, que pueda ser percibido como tal por las mujeres y la sociedad.
La historia se escribe siempre desde el punto de vista de los vencedores. Y en el sistema sexo-género que gobierna el mundo es evidente quienes son los vencedores y quienes las vencidas. Por tanto, la historia que conocemos en todos los ámbitos, aspectos y circunstancias, es nuestra historia, la de los hombres, no la historia verdadera.
Por eso seguir hablando, escribiendo, siendo protagonista es más de lo de siempre, ser coherentes es otra cosa, dejar que sean ellas las que hablen y escriban la historia, ocuparnos de limpiar la taza del inodoro todos los sábados, no preguntar más “qué comemos hoy”, renunciar al trabajo en beneficio de nuestras parejas, disfrutar de más permisos vinculados a la conciliación que ellas, cuidar a las personas dependientes, es más complejo y exige de unos sacrificios y renuncias particulares para las que aún no estamos todos dispuestos o preparados.
Pensar que no somos violentos, pero al enfadarnos dar un golpe en la mesa, ser igualitario y sentarte mal que en público tú pareja destaque sobre ti, creer que eres un buen padre, y no tener ni idea del nombre de los tutores y tutoras de tus hijos e hijas en el colegio o instituto, ser contrario a la violencia de género, pero seguir ejerciendo nuestra coacción y crueldad sobre ellas, son algunas de las hipocresías y contradicciones que también tenemos los hombres igualitarios.
Decir que somos corresponsables es lo insignificante, serlo de verdad, es lo importante. Ponerte el delantal cada día, programar la lavadora, tender la ropa en la azotea sin miedos a miradas ni comentarios, salir con el carro de la compra por las calles de tú barrio, compatibilizar tú trabajo familiar y el laboral, hacen más por la igualdad y contra la violencia de género, que todos los discursos, artículos, libros o talleres que podamos realizar.
En definitiva, que aun siendo bueno que existamos, y cuántos más mejor, es nuestra obligación ser más honestos, y dejar de presumir ante el espejo de lo feminista que somos, porque a ser honrados, la imagen que el cristal nos devuelve no es para sacar pecho ni tirar cohetes.
Y todo esto a raíz de la lectura del artículo de June Fernández, “El maltratador políticamente correcto”, y de la reacción entonando el “mea culpa”, que muchos estamos teniendo.