El otro día vi en redes, un vídeo muy divertido de Bruno Oro, gran humorista, actor, comediante, músico…y mil personajes más que viven a través de él. Aquí os dejo el vídeo en cuestión: Normative . Me llamó la atención porque debido a ese vídeo, donde él ponía en evidencia la ridiculez y el dogmatismo al que nos está abocando el llamado “lenguaje inclusivo”, muchos le tacharon de irrespetuoso, retrógrada, y mil etiquetas más, que como toda etiqueta dice poco y mucho acusa.
No voy a comentar aquí en este artículo el tema del lenguaje inclusivo, que acaba excluyendo a quien no lo utiliza, sino del humor y sus límites. Línea fina donde las haya, y el humorista es como un funambulista que se mueve entre la cuerda floja de la libertad de expresión y el respeto al otro. Debo admitir que desde que hago yo misma humor en público (a través de mis alter egos Malika y La Moon) he tenido muchos más problemas que hablando del tabú del aborto como Eva Puig. Y eso me llamó la atención.
¿Tiene límites el humor? Cuando empecé mi vertiente más pública en ese sentido hubiera contestado sin dudarlo que sí. Que el humor puede ofender mucho y que debíamos mirar muy bien qué decíamos y cómo lo expresamos. A tres años de mis inicios tengo serias dudas, porque si vivimos en una época donde todo el mundo se ofende por todo, donde el lenguaje progre ha llegado a ser, a veces, absurdo y profundamente feo (esto es una opinión personal, muy propia, pero no baladí para los amantes de lo bello y estetas varios), corre en serio riesgo la libertad de expresión. Como dijo el escritor (no sabemos si Dostoyevsky, Unamuno u otro sabio): “la tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”.
Seguramente el humor tendrá sus límites, pero estos no son claros y se mueven. Entre no tener límites y tenerlos, entre el blanco y el negro, vuelve a ver muchos matices y colores, como la vida misma, y cabe poder reflexionar: el humorista sobre su discurso, y el “ofendido” sobre su ofensa. Pero cuando todo ofende si no sigues el “discurso oficial”, vendido como moderno y progresista, la tolerancia, en una extraña vuelta del destino, se vuelve profundamente intolerante. Todo totalitarismo o sistema dogmático huye y condena el humor.
Tal vez no haya nada más serio que el humor, y a todos los que tachan a un humorista de transfóbico, homofóbico , gordofóbico, machista, feminazi, y tantas etiquetas como las que quieran encuadrarlo en sus mentes cuadriculadas, les contestaría con su propia medicina, pues hay mucho humorfóbico campando a sus anchas en el infinito mar de la redes y de la realidad cotidiana.