Reflexiones sobre las elecciones españolas del 23 de julio. El ámbito político se encuentra estancado. De izquierda a derecha, es la misma vacuidad que adopta poses calculadas o actitudes aparentemente virtuosas; las mismas figuras destacadas que intercambian discursos según las últimas estrategias de sus asesores de imagen. Aquellos que aún votan dan la impresión de que su único propósito es hacer estallar las urnas como mera protesta. Se empieza a intuir que, de hecho, se sigue votando en contra del propio acto de votar. Nada de lo que se presenta está, ni de lejos, a la altura de la situación. En su silencio, la población parece infinitamente más madura que todas las marionetas que luchan por gobernarla.
No habrá una solución social a la situación actual. En primer lugar, porque el conjunto vago de esferas, instituciones y burbujas individuales que se llama irónicamente "sociedad" carece de coherencia; y en segundo lugar, porque ya no existe un lenguaje para la experiencia compartida. No se pueden compartir las riquezas si no se comparte un lenguaje. Se necesitó medio siglo de lucha en torno al trabajo para dar a luz al temible "Estado benefactor".
Las luchas crean el lenguaje en el que se expresa el nuevo orden. En la actualidad, no existe nada similar. Europa es un continente empobrecido que realiza sus compras en secreto en Lidl y viaja en vuelos de bajo coste para poder seguir viajando. Ninguno de los "problemas" planteados en el discurso social admite una solución. La "problemática de los jubilados", la "precariedad", los "jóvenes" y su "violencia" solo pueden quedar en suspenso mientras se gestionan desde una perspectiva policial los hechos cada vez más espeluznantes que emergen de ellos, ocultos a duras penas.
Solo se logrará el engaño de limpiar, a un precio miserable, el trasero de los ancianos abandonados por sus seres queridos, quienes ya no tienen nada que aportar. Aquellos que han encontrado menos humillación y más beneficios en actividades delictivas que en empleos legítimos no renunciarán a sus armas, y la prisión no les inculcará el amor por la sociedad. La pasión por disfrutar de los ingresos de los jubilados no resistirá indemne los oscuros recortes en sus pensiones mensuales, recortes que solo aumentarán debido al rechazo al trabajo por parte de gran parte de la juventud. En resumen, ningún salario mínimo acordado al día siguiente de una casi-revolución sentará las bases para un nuevo New Deal, un nuevo pacto o una nueva paz. El sentimiento social se ha evaporado demasiado como para lograrlo.
El atolladero actual, evidente en todas partes, es negado por todos. Nunca antes tantos psicólogos, sociólogos y escritores se han esforzado, cada uno utilizando su propio lenguaje técnico, en llegar a conclusiones especialmente decepcionantes.