El fenómeno andalucista ha requerido un paso previo a su conversión en un movimiento político: la definición de su identidad. Esta palabra implica la sistematización de un conjunto de rasgos, tanto materiales como simbólicos, que se perciben como propios y que son capaces de resaltar las diferencias “objetivas” que los propios andaluces perciben como significativas.
En coherencia con lo dicho al principio, convendría buscar las raíces históricas de nuestra situación actual; localizar en el pasado los factores que ayuden a explicar la percepción que los andaluces tenemos de nosotros mismos, y explicar por qué poseemos una cultura pujante y bastante diferenciadora respecto a otras comunidades peninsulares.
La construcción de esa identidad cultural andaluza se corresponde, en un primer periodo que abarca desde el primer tercio del siglo XIX hasta 1898, con la emergencia y expresión de las primeras síntesis identitarias andaluzas confundidas con lo español; un segundo periodo, desde el 98 hasta la Guerra Civil, sería de consolidación de estas síntesis y de emergencia de movimientos de emancipación social vinculados con la identidad cultural; una tercera etapa, la de represión y sublimación durante el Franquismo y una cuarta la que va desde la muerte de Franco hasta nuestros días, caracterizada por la normativación de la identidad (Junta de Andalucía).
Se puede entender, pues, que eso de ser andaluz- como un reconocimiento colectivo de pertenencia cultural-, de que existe una identidad cultural andaluza tal como hoy la conocemos, es una realidad a partir del siglo XIX. Es en ese momento en el que comienzan unas primeras formas de sincretismo cultural entre las distintas clases sociales que habitaban en el territorio andaluz desde la conquista castellana y la expansión colonial americana.
Por primera vez empezamos a encontrar los objetos identitarios que son reconocidos como específicamente andaluces: el carácter, el problema de la tierra, el flamenco, la reconstrucción de un pasado islámico, las fiestas (carnavales, Semana Santa, ferias) y la religiosidad popular.
Podemos encontrar con anterioridad muchas líneas comunes y rasgos identificatorios. No es que la cultura andaluza surja de la nada o sea un invento, sino que la consolidación de una conciencia colectiva de pertenencia en torno a unos marcadores determinados, ya citados, se produce en esos momentos como producto de la evolución histórica y de los factores ambientales de esa etapa.
Por otra parte, lo primero que llama la atención sobre la formación de la identidad cultural andaluza es el hecho de que ha sido producida por las clases populares, y no está vinculada a ninguna identidad exclusiva o contradictoria con otras, ni a ningún sentimiento de exclusión xenófobo contra algún otro. Por ello la adhesión a la identidad cultural andaluza es tan pacífica: algo que podría, junto con otros factores, explicar el “éxito” que algunos de los marcadores de identidad andaluces ha alcanzado tanto dentro como fuera de Andalucía.
Pero esto no implica que en muchos de estos marcadores no haya signos claros de rebeldía o de confrontación con valores y modos dominantes, sino que la forma de expresión y de adhesión a “hábitos” sociales no son polémicas, excluyentes o antagónicas sino universalizadoras. En ellos la carga crítica o subversiva aparece con una fuerte “voluntad críptica”-oscura, enigmática, oculta, simbólica-, incluso de forma inconsciente, lo cual ayuda a una expansión de esa cultura andaluza más cómoda.
Sin embargo, todo hace pensar que, visto el proceso de globalización por el que pasamos, cada vez crezca más la necesidad de una identidad cultural propia andaluza, aunque existe un grave riesgo de que los objetos identitarios se despojen de valores y actitudes y se conviertan en simple marca distintiva para la manipulación política.
A este peligro, más que potencial, contribuyen los intentos de uniformización dentro de la misma identidad andaluza como producto de la normativización política, administrativa y mediática. Tal posibilidad supondría un empobrecimiento que abriría las puertas hacia una identidad unificadora y fosilizada, no multicultural, no abierta ni plural, que olvida la esencia dinámica, cambiante y plástica como rasgos tradicionales de la cultura andaluza y su responsabilidad para la mejora de la vida de los andaluces.