Eduardo Luis Junquera Cubiles

De identidades e integraciones

19 de Mayo de 2025
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De identidades e integraciones. población

En cualquier distrito de Madrid: Salamanca, Moncloa, Chamartín o Chamberí o en cualquier capital de provincia podemos escuchar acentos diversos y observar costumbres diferentes. La desigualdad de riqueza entre las naciones es enorme, como también lo es la facilidad para viajar. Esto garantiza que las grandes migraciones sigan produciéndose. Las poblaciones locales son siempre reticentes a los cambios y achacan los problemas sociales a los forasteros, aunque estos no tengan responsabilidad alguna. Nada que no haya sucedido a lo largo de la Historia en el momento en que una sociedad recibía grandes grupos humanos. Desde los cruentos procesos de aculturación y asimilación que se producían durante las invasiones de Roma, las poblaciones autóctonas se han resistido a que los extranjeros adquieran sus mismos derechos. Cuando Alejandro Magno trató de integrar en el ejército y la administración a los persas, griegos y macedonios se opusieron de forma enérgica, causando en ocasiones graves revueltas. En la actual Europa, los extranjeros también están sirviendo de chivo expiatorio, y esto es muy anterior al crecimiento de la ultraderecha.

El eurocentrismo ha colocado a Europa, su historia, cultura y valores como el estándar de referencia mundial, minimizando las contribuciones culturales de otras regiones. Durante siglos, la influencia europea en la colonización, la educación y los medios ha perpetuado la idea de que lo europeo es sinónimo de avance, prestigio y civilización, mientras que las culturas africanas, asiáticas o indígenas son percibidas como menos desarrolladas. Nada de esto es cierto y son incontables los ejemplos de civilizaciones extremadamente refinadas que alcanzaron un alto grado tecnológico, científico, filosófico y cultural cuando Europa se encontraba en etapas de desarrollo mucho más tempranas. Pero es lo europeo (la blanquitud) lo que tiene prestigio dentro y fuera de Europa, y esta idea impregna el imaginario colectivo a nivel mundial. Este pensamiento, además, lleva asociada la idea de nuestra pretendida superioridad moral, que proyecta en el otro innumerables defectos y un carácter esencialmente perverso. Ese eurocentrismo nos hacer ver al de piel oscura como proclive al crimen y lo antisocial. A todo el que piense así le recomiendo el libro “El campesinado polaco en Europa y América”, de los sociólogos de la Escuela de Antropología de Chicago William Isaac Thomas y Florian Znaniecki, que señalaron hace más de 100 años los altos índices de alcoholismo, desempleo y criminalidad de los polacos que habían llegado a Chicago entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. En el Chicago de hace un siglo, los blancos (principalmente de origen británico y alemán) y los afroamericanos miraban con recelo a los polacos por sus enormes dificultades de adaptación.

Si alguien piensa, especialmente las derechas, que España es inmutable en sus rasgos culturales, religiosos y sociológicos se equivoca; las sociedades cambian a lo largo de la Historia, nos guste o no, y lo que hoy es válido socialmente puede no serlo en unas pocas décadas. España va a incorporar a su memoria colectiva el pensamiento de millones de extranjeros que viven entre nosotros, y eso transformará la idea de nuestro país en todos los órdenes, tanto en cómo nos percibimos como en la forma en que nos perciben los demás. La noción de una memoria colectiva separada de la memoria social (lo cotidiano) es una abstracción irreal. Los grandes grupos humanos adquieren un papel crucial como agentes transformadores de sus propios entornos sociales y culturales. En el caso de España, la creación de una nueva memoria de todos será un fenómeno digno de estudio porque somos un país poco proclive a la formación de guetos y al racismo, lo cual significa que damos margen al mestizaje no solo racial, sino también cultural. Los estudios del antropólogo social Frederik Barth demuestran que los grupos étnicos no son entidades cerradas ni homogéneas que se autoperpetúan de forma ensimismada y autosuficiente, sino que se definen a través de su interacción con otros grupos en procesos dinámicos de inclusión y exclusión. Las identidades y alteridades se construyen siempre en relaciones interétnicas.

Podemos utilizar como ejemplo el País Vasco de hace 150 años. La creación de una narrativa romántica sobre el pueblo vasco fue llevada a cabo principalmente por los hermanos Arana durante el siglo XIX, ante una situación de rápidos cambios sociales, políticos, económicos, demográficos y culturales. Aunque Sabino Arana fue el principal creador de la etnicidad vasca, toda una corriente de intelectuales vascos llevaba realizando una labor de etnogénesis en el marco del Romanticismo europeo del siglo XIX. Los pilares de los mitos fundacionales del nacionalismo vasco fueron el catolicismo ortodoxo, los Fueros como marco político y legal de las relaciones con la Corona y los derechos sobre las tierras de comunes, la incontaminación racial de los vascos derivada de la leyenda de la hidalguía colectiva, el euskera, las formas tradicionales de subsistencia basadas en la pequeña empresa y la explotación agraria y ganadera. Estas ideas estuvieron íntimamente vinculadas a la construcción de un proyecto político nacionalista que desembocó en la fundación del Partido Nacionalista Vasco, que estructuró las diferentes corrientes e interpretaciones de lo que significaba ser vasco en ese tiempo.

Hubo que esperar a finales de los años cincuenta del siglo XX –ni siquiera habían transcurrido 60 años desde la difusión de las ideas de Sabino Arana- para que se produjera una reformulación del nacionalismo, elaborado y liderado por nuevas generaciones de nacionalistas que no se identificaban con las ideas de sus antecesores. En 1953 José Luis Álvarez Emparantza (Txillardegi) funda en Vizcaya el grupo EKIN, precursor de ETA, de corte mucho menos conservador que el PNV. El nacionalismo de Arana significaba poco o nada para los nuevos nacionalistas vascos, entre otras cosas porque la sociedad había cambiado y los apellidos castellanos y de otros lugares de España presentes en la sociedad vasca reflejaban esos cambios. Fue así como se fundamentó la identidad vasca en el euskera, en lugar de en la raza, los apellidos y el catolicismo. ¿Cómo hubiera sido posible que personas con apellidos de otros lugares de España reivindicasen una supuesta pureza vasca? Excluir a una parte tan significativa de la población habría limitado el proyecto nacionalista y, como suele ocurrir cuando las diferencias nos afectan directamente de forma negativa, tendemos a ser más benevolentes e inclusivos y menos puristas. Los estereotipos, y más los étnicos, son siempre para los demás, para reforzar las alteridades y justificar las discriminaciones. La recuperación del idioma y el rechazo al catolicismo en círculos de izquierda señalaron un punto de inflexión respecto de las anteriores aspiraciones étnicas y nacionalistas de los intelectuales cercanos al PNV. La identidad vasca descansó durante generaciones en la imagen de un pasado rural idílico, preindustrial, libre de gentes forasteras y de los peligros que pudieran traer. Pero casi todos los mitos terminan desmoronándose por la fuerza de la realidad o el vigor de las nuevas ideas, y así se abrió paso otro tipo de nacionalismo vasco.

La francmasonería es otro ejemplo de construcción cultural inventada, con una importante elaboración de normas, rituales y símbolos. De manera similar, el nacionalismo catalán y el Andalucismo han incorporado elementos culturales creados para fortalecer una identidad colectiva. En su magnífico libro “La invención de la tradición”, Hobsbawn y Ranger ya argumentaban que muchas de las tradiciones que se presentan como antiguas y arraigadas en la historia son en realidad construcciones recientes diseñadas para reforzar identidades nacionales, afianzar estructuras de poder o fortalecer la cohesión social. En ocasiones, estas tradiciones adquieren forma de ritos que, por su sincronía y magnificencia, generan en las masas sentimientos intensos y un profundo sentido de pertenencia. Lo hemos visto recientemente con los funerales del papa Francisco y la reina Isabel II de Inglaterra. Aunque la suntuosidad de la Iglesia católica a la hora de enterrar a sus papas parece ancestral, apenas comenzó a consolidarse en el siglo XX. Del mismo modo, la pompa de la monarquía británica, pese a parecer atávica, se diseñó en el siglo XIX con el fin de reforzar la estabilidad de la corona.

Si algo tan rígido e inmutable para los vascos como el pensamiento de los hermanos Arana se ha transformado a lo largo de los años, la memoria colectiva y los valores de la sociedad española también cambiarán y se parecerán a lo que somos hoy, aunque habrá diferencias sustanciales. La educación pública se revela como el pilar fundamental que garantiza no solo la adaptación de los nuevos grupos en la sociedad, sino la preservación de valores esenciales como la democracia, la transparencia, el pluralismo y la solidaridad entre clases sociales y países. La evolución cultural forma parte del desarrollo natural de cualquier sociedad, abriendo la posibilidad a una convivencia más rica e inclusiva y menos marcada por la rigidez de las antiguas estructuras de pensamiento.

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