13 de Junio de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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New York

Una cruz solitaria al borde de la carretera. Una más entre tantas que existen al borde de curvas cerradas o tramos peligrosos. Sólo que en esta no hay coronas marchitas, ni flores secas, ni velas derretidas, ni nombres deslustrados. Solo un trozo herrumbroso de metal situado sobre la manguardia de un puente que sortea un ancho barranco de poca profundidad de lo que en su día, antes de que el hielo se retirara permanentemente, fue una lengua glaciar. Hoy, limpio de rocas y cantos rodados es una inmensa pradera sobre la que se pueden ver, si te fijas, otras tantas cruces herrumbrosas del mismo tipo y tamaño que la del borde de la carretera que recuerdan permanentemente uno de los muchos episodios catastróficos que suceden cuando el hombre se empeña en ignorar a la naturaleza.

Todo había empezado como una casualidad. A uno de los zagales del pueblo, se le había ocurrido plantar unas matas de tomates y unas cebollas en el cieno seco de la torrentera. Resguardados del cierzo y de las temperaturas bajas de la noche, las plantas dieron unos frutos excelentes. Tantos que un lustro después el ayuntamiento de la localidad, tuvo que tomar parte en el asunto y poner orden debido a los altercados que se producían porque todo el mundo quería tener una huerta en la antigua lengua glaciar, convertida hoy en un vergel.

Poco a poco, la gente no se conformó con tener una pequeña huerta. Muchos comenzaron a instalar casetas para guardar los aperos y no tener que llevar y traerlos desde casa cada vez que iban a trabajar la huerta. Pronto, las casetas dieron paso a pequeñas cabañas en las que pasar la tarde toda la familia. Y de las casetas, algunos pasaron a construir casas, primero como segunda vivienda y más tarde como solución a la falta habitacional para sus hijos cuando necesitaban independizarse.

Desde el principio, hubo quién advertía de los peligros de vivir en un espacio que había sido un antiguo glaciar y que ahora, miles de años después de desaparecer el hielo y de erosionarse las montañas más altas, servía sobre todo como torrente por el que se evacuaba el agua de cuatro pequeños valles situados más arriba. Los más mayores del lugar contaban la historia, unos en primera persona y otros de oídas de sus padres, de un verano en el que a las cuatro de la tarde se hizo de noche de repente y desde las lomas que rodeaban el pueblo se veían rayos que iluminaban como faros en la oscuridad. En el pueblo apenas llovió, pero al día siguiente, cuando se levantaron, las gavillas que estaban en la era, colgaban de los nogales que había río abajo. Por el torrente en el que ahora están los huertos, estuvo bajando agua casi una semana y la carretera tenía casi medio metro de barro y ramas. Es verdad que eso no había vuelto a suceder, pero el torrente no estaba allí por casualidad .

La afición por tener un huerto en ese paraje sobre el que luego, si se terciaba, construir una bodega, una caseta o algo para pasar el rato era tal que los políticos, cuando se presentaban a la alcaldía, llevaban todos propuestas para legalizar las construcciones (que luego incumplían) y promesas de extender el terreno en los que construir huertos cada vez más arriba del torrente. Había habido algunos avisos en los últimos años, como lluvias fuertes que malograron las cosechas por inundación y que inutilizaron algunos muebles dentro de las construcciones. Y aunque a los dos o tres ancianos que advertían sobre la riada de cuando eran pequeños, se habían unido algunos otros más jóvenes advirtiendo de las consecuencias de taponar la salida natural del agua, todos preferían mirar para otro lado y llamarlos agoreros y aguafiestas.

En los corrillos de vecinas a la fresca, en los preliminares de las partidas de mus y en las charlas de cuñados tomando birra en el bar, eran habituales polémicas estúpidas sobre quién había recogido el tomate con mejor sabor, quién la cebolla más grande o quién tenía la caseta mejor montada. A los que intentaban advertir sobre el peligro para el entorno que suponían los abonos químicos usados con demasiada generosidad y, los peligros de las herbicidas y venenos para abejas, caracoles y pájaros, eran repelidos como si tuvieran la peste.

El día de San Antonio, patrón del pueblo, los huertos estaban a reventar de gente. Nativos y foráneos disfrutaban de comidas familiares en bodegas, casetas y chamizos a la fresca de las plantas. A las tres de la tarde, comenzaron a caer las primeras gotas. Quince minutos más tarde habían caído treinta litros por metro cuadrado. Sesenta en alguno de los valles que desaguaban al torrente. En media hora, el agua cubría tres metros de profundidad en todo el torrente y arrastraba los cuerpos inertes carretera abajo.

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Idioceno

El jueves 8 de junio, el periodista Guillermo Fesser (el de Gomaespuma) que vive ahora en USA, con una foto desde el interior de un autobús, en el que se podía ver un Nueva York de color naranja, advertía “El cielo de NY City es naranja. La única guerra que deberíamos estar luchando ahora mismo es contra la crisis climática”.  Un fulano le contestaba lo siguiente “Al Fesser que yo admiraba se le ha ido la olla definitivamente. No sólo es un sectario político, sino también ecológico. El cielo de NYC está naranja por los muchos incendios de Canadá, pero ahora TODO es culpa del cambio climático. Qué pena”. Y esto es lo que más me molesta. Que la estupidez de la gente es tal que creen que en un país como Canadá que lleva un mes luchando contra los más de 400 incendios en sus bosques, estos suceden por casualidad y que no tienen entornos ni causas objetivas. Vamos que el cambio climático que está contribuyendo a que en el Polo Norte y en la Antártida esta semana pasada superasen en 40 grados la temperatura habitual, que ha llevado a Nueva Delhi hasta los 46 grados centígrados el jueves pasado, que ha llevado a los habitantes de Uruguay a tener que beber agua salada del grifo o que ha secado lo que antes eran inmensos bosques verdes en Canadá, no tiene nada que ver con que se prendan fuego.

Vivimos en la nueva era del analfabetismo, el idioceno que ha llamado mi admirada Ana Campos, en la que triunfan chamanes, negacionistas y predicadores y en la que, a pesar de tener mayor oportunidad de acceso a la información que nunca, la gente sigue las doctrinas, como en la edad media, de miserables engañabobos sin escrúpulos. Hoy no predican desde el púlpito de una iglesia oscura sino desde el frontal de un estudio de televisión en el que, al igual que los frailes y curas camuflaban sus intereses en la palabra de dios, estos camuflan el interés de las compañías a las que representan y que les pagan las vacaciones, una casa enorme, dos coches, chacha y colegio de pago para sus hijos, entre lo que dicen ser noticias y programas informativos. Nos atontonan con falsas polémicas sobre temas que ellos mismos ponen de actualidad y que pasan a ser motivo de preocupación (como la ocupación, cuyos datos objetivos dicen que es un invento para vender miedo y alarmas) y pasan de soslayo sobre lo realmente esencial.

Mientras el vodevil esperpéntico de SUMAR, Podemos, Yolanda, Errejón e Iglesias nos ha ocupado un sinfín de horas de Twitter, ha preocupado a sesudos tertulianos que igual saben del funcionamiento de la NASA que del «pacifismo» de la OTAN, que de lo que ocurre en las entrañas del salón de casa del matrimonio Iglesias-Montero, seguimos poniendo pasta a raudales para que Biden siga jugando al Risk con la ficha de Zelenski en Ucrania contra Rusia. Todos los días se siguen echando de sus casas a 104 familias y para ello se utiliza a la policía y la fuerza bruta cuando, como el otro día, el cerrajero no quiere participar en Hernani. Las urgencias de los grandes hospitales, que se caen a cachos por falta de mantenimiento, se saturan porque ya no hay urgencias ambulatorias. Los abuelos son tratados no como personas, sino como activos de un negocio gerontológico. Y como tal negocio se prioriza el beneficio, recortando el presupuesto en comida y personal, lo que hace que muchos centros en lugar de residencias parezcan geriátricos del siglo XIX. Mientras, ni se abren procedimientos judiciales ni se toman medidas correctoras.  Faltan maestros, médicos, enfermeras, funcionarios, presupuesto para pensiones y para garantizar un mínimo de estado social. Lo que nunca falta es parné para comprar aviones de guerra, tanques, armas, porras o pistolas. Tampoco para donar tanques y armamento al gran sheriff para sus conflictos de dominación del universo.

Claro que un servidor no es imparcial, porque yo sólo soy uno de los agoreros, de los aguafiestas que llegan cada semana a dar la matraca y el tostón con lo mal que está todo cuando tú, querido lector, lo que ves es que los bares están llenos y que la gente lo que quiere es felicidad y no que le amarguen el día. Que bastantes problemas tienen ya con no llegar a fin de mes, con no tener para comprar una lavadora si se rompe y con no poder llevar al crio al dentista o al psicólogo porque eso son caprichos de ricos.

Mientras la supuesta izquierda lucha a navajazos por un puesto en las listas electorales que les permita seguir viviendo de sus cosas quiquis, que les permita seguir apoyando un gobierno que no deroga la ley mordaza, que no deroga la ley 15/97, que firma reformas laborales hechas a medida de la patronal, que eleva la edad de jubilación y las condiciones para cobrar pensión, que declara la guerra por simpatía con el señorito o que aplaude nazis en el Congreso, se olvidan de recordar a la gente que no se puede crecer indefinidamente en un planeta con los recursos finitos, que según un reciente artículo científico publicado en Nature, ya hemos sobrepasado 7 de los 9 límites planetarios, y que el cambio climático nos va a llevar irremediablemente al decrecimiento por las malas. Y que este consiste básicamente en que los pobres (el 99 % de la humanidad) no tendremos acceso al agua potable, ni a la comida regularmente, ni a la calefacción en invierno y al aire acondicionado en verano, y que por mucho que creas que tú no eres uno de ellos y que a ti no te va a tocar, cuando el litro de agua valga dos euros y el megavatio hora 2500 €, hecha cuentas a ver cuanto tiempo puedes aguantar esos precios. El capitalismo especulativo y la estupidez de todos que preferimos la felicidad de la ignorancia antes que la pena de las soluciones, nos está llevando a la desaparición como humanidad.

Porque nos siguen insistiendo en que lo importante es que la macroeconomía crezca, que no te llamen a una mesa electoral porque vas a estar de vacaciones, aunque hace ya muchos años que no puedes permitirte unas, que Perroxanchez no se alíe con la ETA (que hace más de 10 años que ya no existe) o que los ganaderos puedan vender su carne enferma porque su economía es lo primero. Como le dijo el tuerto, manco y lisiado mental, fundador de la legión al gran Unamuno “Viva la muerte, muera la inteligencia”. Que a estas alturas tengamos que seguir desmintiendo que la tierra es plana, explicando que la lluvia es un proceso medioambiental que consiste en que, cuando el aire caliente, impregnado de moléculas de agua, se eleva y se enfría , ese vapor de agua se condensa en gotas líquidas, y no una concesión o milagro divino o que estamos ya superando el límite de calentamiento en 1,5 º C y que eso traerá consecuencias catastróficas, dice mucho de este periodo que con razón podemos llamar ya idioceno.

Para más INRI y como segundo aviso, en este artículo se dice que se han encontrado microplásticos en el agua POTABLE de varias ciudades de España. En Madrid, la que más. Y por si crees que te libras, también el agua embotellada contiene esos microplásticos. Nos estamos autoenvenenando, pero no verás a ninguno de esos charlatanes predicadores televisivos preocupados por ello.

Y para que no te quede mal sabor de boca, una noticia buena. El jueves deja de llover y vienen temperaturas de nuevo de cuarenta grados. Así que tranquilo que ya puedes dejar el paraguas en casa y sentarte en la terraza del bar con tu cervecita fresca. Y si no puedes pagarla, la culpa es del gobierno y de los políticos que todos son iguales. Que nosotros estemos siempre de perfil es irrelevante.

Salud, feminismo, ecología, decrecimiento, república y más escuelas públicas y laicas.

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