Ignorar no nos hace más humildes; la ignorancia es la patria de los vagos.
Si la poesía es insuperablemente divertida, hay que tomársela insuperablemente en serio.
No me fío de las tres ancianas que salen siempre a pasear con tres sílabas colgadas del gaznate.
No me fío de los piquetes informativos en una huelga de metáforas.
Y no me fío de los buenos poetas cuando hablan y sí de la humildad que sus poemas demostraron.
Trabajan los dos vecinos que regresan de Saturno con un recuerdo de Albacete.
Trabaja el bucólico elefante desclasificado por el último informe del Centro Nacional de Inteligencia.
Trabaja la cicatriz a la que todas las heridas piden consejo antes de cerrarse y una encarnación de la elegancia que, como algodón recién lavado, estrecha sus globos oculares en señal de saludo.
Yo simplemente vivo y dejo de vivir.
Me agota tanto la materia oscura del universo como los restos que quedan en el vaso tras beberme una cerveza.
Soy experto en el esfuerzo de agacharme para abrazar a los que amo e incluso tuve fuerzas para levantar todas las algas del mar Rojo.
Únicamente he sido un escritor estando en la cuna; todo lo publicado en adelante es sólo el recuerdo de lo que en ella trabajara.
Y, siendo ateo, creo más en Dios que en los poetas vagos.