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Igual mentimos, pero lo hacemos mejor

17 de Mayo de 2025
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Igual mentimos, pero lo hacemos mejor

¡Qué lindos son los políticos cuando hablan! Hablan tan bonito que se nos ablanda el corazón y nos dan ganas de votar, no por ellos, sino por sus palabras. Solidaridad, diversidad, inclusividad, equidad, libertad, transformación sostenible y justicia social. ¿Y qué quieren que les diga? Lo que ven mis ojos es abuso disfrazado, explotación con corbata, y una sarta de idiotas aplaudiendo desde sus redes mientras les vacían el bolsillo con una sonrisa.

No gobiernan, no legislan, no hacen nada salvo hablar. ¿Y cómo hablan? Con el diccionario en una mano y el argumentario en la otra. ¿Te suben la luz? Es para garantizar la transición ecológica. ¿No te alcanza para el alquiler? No te preocupes: vas a vivir una experiencia comunitaria emergente. ¿Te congelan el sueldo? Es parte del pacto de rentas solidario. ¿Te despiden? No es un despido, es una reorganización de recursos humanos. ¿Cierran la biblioteca del barrio? No pasa nada: han inaugurado un espacio cultural resiliente con wifi y máquinas de café. ¡Y el otro día no hubo un apagón! No, lo que hubo fue una "crisis eléctrica", una "incidencia en la red", una "suspensión temporal de energía”; un apagón, lo que se dice un apagón, no. Pero no se olviden de viejos clásicos como "movilidad exterior", "crecimiento negativo" o "novedad tributaria”, que se colaron hace tiempo en el lenguaje de los políticos para referirse a los jóvenes que se veían empujados a buscarse el futuro en el extranjero, para ocultar una crisis, o para referirse a nuevos impuestos. El suyo es un lenguaje que no se usa para nombrar la realidad, sino para encubrirla. Qué belleza, qué sinvergüenzas.

Ahora todo es "inclusivo", todo es "verde", todo es "igualitario", como si metiendo adjetivos en un discurso cambiaran la mugre de fondo. Los hospitales sin médicos, las escuelas cayéndose a pedazos, los ancianos muertos de frío en sus casas. Pero eso sí, todos resilientes, eso que no falte: la gente aguanta, aguanta, y ellos siguen parloteando en foros y cumbres, lanzando palabras como si fueran confeti. ¿Y el pueblo? El pueblo que espere. Que escuche. Que se emocione.

En esta patria del eufemismo, la desigualdad se disfraza de oportunidad, la precariedad de flexibilidad y el desmantelamiento del Estado se llama modernización. Lo importante es que suene bien. Que emocione. Que luzca bien en un tuit. Pensar es un lujo viejo; lo moderno es sentir bonito.

Y lo peor de todo, lo verdaderamente trágico, es que ya ni siquiera nos damos cuenta. La tragedia no es que nos mientan con palabras bonitas. La tragedia es que ya no sepamos pensar sin ellas. Que la “justicia social” tape la injusticia real, que lo “sostenible” sirva para maquillar lo inviable, y que la “libertad” sea un grito vacío que cada bando llena con lo que le conviene.

Mientras tanto, el ciudadano común —ese al que ya ni se nombra— carga con la inflación, los impuestos, la burocracia y el hastío. Pero que no cunda el pánico: siempre nos quedará un relato inclusivo, con perspectiva de género, en clave de futuro. Palabras, palabras, palabras.

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