Julián Arroyo Pomeda

Imagen ingenua y espeluznante

07 de Marzo de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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PALESTINA

Tres hombretones, armados hasta los dientes, y un niño, que no sé si tendrá apenas dos años. El de la izquierda no parece que se haya dado cuenta del pequeñín, mientras que el de la derecha sí sabe lo que está pasando, pero no se inmuta. Una mínima atención le puede costar su profesión. El del centro tiene la mano en el fusil, dispuesto a disparar y, sin embargo, parece un poco más humano. No vemos la cara del niño, porque la foto está tomada por detrás.

La violencia y la inocencia se encuentran en el mismo plano, representando dos países en guerra hasta la muerte. Quizás vivan incluso cerca unos de otro. Si el niño entendiera la situación, podría estar temblando de miedo, atemorizado y lleno de pánico, pero no se da todavía cuenta y ofrece su bandera, como si jugará dándole ese preciado regalo.

Si, por casualidad, lo estuvieran viendo sus padres o algún familiar estarían temblando y rezando a su dios para que el niño vuelva pronto con ellos, pero este se encuentra todo despreocupado ante los mayores. Puede que se les haya escapado, sin que hayan podido retenerlo, porque los niños son así, mientras sean niños. Después se desatarán en los mismos los peores sentimientos de odio contra quienes quieren destruir su tierra y su patria.

Nacen libres, pero el ambiente en que se mueven y lo que ven a diario los endemonian, haciéndoles capaces de todo, cuando se encuentran ante el enemigo. Quedémonos nosotros todavía contemplando una imagen tan emocionante. La sociedad nos lleva a lo peor, pero también podría dirigirnos hacia lo mejor. Solo cuando se traza una línea roja, señalando que de un lado están los nuestros y del otro los enemigos, entonces se enervan los ánimos y queremos armas, que, en principio, son para defendernos, pero que al final matan para conseguirlo. Qué desgraciados los seres humanos, cuando somos capaces de actuar de modo tan cruel.

Por eso hay que recordar aquel texto de contenido extraordinario, que hemos de poner en práctica, además: “Si no os hacéis como niños, no entrareis en el reino de los cielos”. Lo escribió el evangelista Mateo (Mt. 18,3). Sin embargo, el corazón se nos ha vuelto duro y ya ni los oídos oyen ni tampoco los ojos ven. El fotógrafo si ha sabido captar maravillosamente el contenido de su fotografía.

El niño palestino crecerá pronto. Todos se desarrollan demasiado pronto. No debían crecer tan deprisa, porque tal crecimiento se lleva consigo la inocencia original. ¿Qué sentido tendrá su vida en el futuro? Si atendemos a las circunstancias en las que se encuentran, no es difícil pronosticar que será negro y que tendrán que luchar materialmente por sobrevivir. Carecerán de una escuela en la que poder desarrollar sus capacidades. Sus amigos serán compañeros de lucha. Puede que carezcan de comida y que tengan que buscar con mucho esfuerzo algo que meterse en la boca. Pronto les faltarán los padres, que, probablemente, habrán caído en la batalla.

Los mismos militares, llenos de fuerza y seguros de sí mismos, decaerán sin tardar mucho y entrarán en una depresión galopante, acabando en el Hospital más próximo, o, acaso, alguno se suicide, o desee que le llegue pronto la muerte.

Sin embargo, todo seguirá igual, serán sustituidos por otros soldados más jóvenes, que aprenderán pronto a distinguir al enemigo por mucho que se oculte para no ser capturado. También nacerán otros niños, similares a los de la imagen, que continuarán portando sus banderas y ofreciéndolas en su ingenuidad a nuevos militares, que tampoco sonreirán ante la inocencia de otro niño, sino que apretarán todavía más los dientes, pensando, acaso, que el niño crecerá y les hará frente con las armas de las que disponga, aunque solo sean piedras lanzadas contra ellos.

Mientras tanto, el niño de la imagen, bien arropadito, quizás llore de pena, porque ninguno de esos hombres grandullones quiera tomar su regalo inocente, dándole las gracias, y prestarse a jugar con él, ya que no puede ser su amigo. ¡Qué mundo estamos construyendo! Los soldados no se atreven a complacer a los niños; por el contrario, tomarán sus precauciones ante ellos, no vayan a llevar oculto algún recurso mortífero que los pueda aniquilar. Es posible que les cacheen, cuando se vaya el fotógrafo, para asegurarse de que no transportan en su cuerpo algo dañino.

Lo seguro es que ninguno de los soldados le alzará en sus brazos y le dará un beso, diciéndole cariñoso que le están esperando sus papás y que se vaya con ellos, porque lo vean como cosa y no como un ser que necesita cariño y que tiene todos las ganas de jugar con ellos.

Los cuatros pisan la tierra desértica, que enlaza con un cielo algo inquietante en una imagen de esperanza y de futuro incierto. Mientras dure la inocencia del niño, prefiero pensar que no todo está perdido todavía, por más que lo parezca. Las limitaciones, tan tristes y frágiles, tienen la posibilidad de abrir sus perspectivas para que puedan contemplar las tierras de todos, sean los que sean los lugares en que hayamos nacido, porque en ellos está la historia, la cultura y todos los recursos y las ilusiones de nuestras vidas.

No olvidaremos la imagen de la inocencia del niño, que trata de regalar la bandera a unos militares, que mirarán amenazadores a quienes la llevan con veneración.

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