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Inasumible

18 de Septiembre de 2024
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Inasumible

Todo es gratis para quien nada tiene. Resultaría absolutamente gratis leer este artículo (ahora no del todo, pues necesitas conexión) si volara impreso en hoja suelta en mitad del parque, y cayese en tus manos, de casualidad, mientras buscabas un trozo de papel con objeto de dar lustre a tu… Sí, eso sería gratis. Y sentarte en un banco en la misma localización y, aun sin domicilio fijo ni empleo ni expectativas, tumbarte en el césped, al abrigo de un testarudo chopo, huella milagrosamente conservada de un antiguo cauce fluvial. Y continuaría siendo gratuito, bajo riesgo de sufrir el impacto, inofensivo y gratuito, por otra parte, de una fértil ornitocagada, seguir allí, observando hasta el final la gratuita película protagonizada por unas brillantes, algodonosas nubes que mutan y se estiran y desaparecen sin decir adiós (¡wah, qué instantánea!), relucientes al sol de media tarde. Así, bocarriba, las piernas cruzadas, las manos detrás de la cabeza, experimentarías la gratuidad de ese característico retortijón que el hambre, acumulado desde aquel remoto, frugal desayuno, te proporcionaría gratuitamente. ¿Y qué me dices si la fecha de autos no fuese otra que este dieciocho de septiembre? Nada menos que en un eclipse lunar; bastante parcial, por cierto, y aun así, ¡gratuito! Cosa distinta sería si dispones de familia, coche, pesados, y todo el paquete de necesidades de pago aparejadas a la feliz ocurrencia: «¡vamos a ver el eclipse!», o la lluvia de estrellas, por qué no decirlo. Entonces la cosa, qué duda cabe, dejaría de ser completamente gratuita, igual que esa «cuenta online» de tu banco amigo, o esa «prueba gratuita por un mes», de lo que sea, o esas llamadas ilimitadas aparentemente gratuitas.

Olvida todo eso, déjalo muy atrás, e imagina que, como transitorio indigente, o cual marciano, si lo deseas, continúas ahí, bajo el influjo de esa mancha lunar, embrujada, que incita a los pájaros de tu chopo a mover sus alas y contarse historias. Gratis, y nutritivo, sería filosofar sobre el momento y el lugar en que te encuentras, y sobre lo que acontece a tu alrededor. Seguro que, en este caso, y como consecuencia de la mencionada parcialidad del fenómeno en cuestión, no hay nadie más que tú a esa hora, en el parque, pues hablamos, para más inri, de un miércoles madrugada, y las obligaciones y esto y lo otro han hecho olvidar o incluso ignorar a la mayoría la existencia de tal efímero, mágico momento. Pero imagina por tres minutos que el eclipse es total y se produce en sábado noche y a hora decente. Entonces sí que descubrirías a más público, alejado de ti, cómo no, armado de prismáticos o telescopios y bocadillos, atento, entre cháchara y broma, al peculiar, «curioso» fenómeno. En cualquier caso, una vez terminado el evento, volverías a encontrarte en la soledad más deliciosa, con la luna allí (¡eh, señoras, que no se ha ido!), quizás pensando lo absurdo que te parecen tales cosas como la prisa, el agobio, las «necesidades» adquiridas, el «estilo de vida occidental», los planes de pensiones, la lotería, los matridivorcios exprés, todo lo que marca el grueso de existencias con su humillante, ridícula huella, mientras esa enorme cosa llamada luna sigue ahí arriba, sin que nadie le preste atención, ni celebre, un día tras otro, su belleza, imperfección, misterioso comportamiento, enigmático origen, impredecible futuro. Y créeme, si habitásemos en el satélite amigo, la cosa sería igual respecto al maltratado planeta azul que ahora pisoteamos, aparentando conocer su aleatoria mecánica. Y es que, si no valoras lo verdaderamente gratuito, lo que desde siempre tuviste: tu casa, tu techo, ¿no será que, en el fondo, no los mereces?

Imagínate ahí en el césped, sin un céntimo, jugando el papel de paria. Solo entonces sabrías distinguir entre una necesidad y una idiotez, de manera aleccionadoramente gratuita, y no obstante seguirías, te lo aseguro, falto de escarmiento, reincidente, sin prestar atención ni a la luna, ni a la tierra, ni a las nubes, exactamente de la misma forma en que literalmente olvidas ofrecer y beneficiarte de un abrazo, teniendo ese pedazo de cuerpo a tu vera, en este preciso, glorioso momento.

Olvídalo. Te gusta pagar caro. Lo sé. Por eso no estás leyendo este artículo. Y perdona; admito que es de mal gusto hablar de alguien ausente, pero también es gratuito, je. «Alguien ausente y», podrías argumentar, «desconocido, ¿no?» Pero yo sé quién no eres; vaya que sí. Eres cualquier cosa menos un auténtico poeta. Eso sí te resultaría muy, muy caro: inasumible.

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