La tasa de participación laboral de las mujeres ha experimentado en el último año un descenso histórico de 5,4 puntos porcentuales, un retroceso total del 10,3 por ciento), llegando a niveles previos de casi el inicio del milenio, por la crisis sanitaria. Según los datos del Panorama Laboral de la OIT, desde hace más de 15 años, no se registraban unas tasas tan bajas de participación de las mujeres en el ámbito laboral.
Los sectores económicos más afectados por esta crisis han sido todos aquellos que han estado relacionados con los servicios, donde la mujer desempeña cerca del 50 por ciento de su actividad laboral femenina. Este factor se ha acrecentado a causa de la pandemia, junto con el confinamiento y las grandes dificultades que han supuesto conciliar el trabajo profesional con las responsabilidades familiares. En un entorno donde la educación y los servicios de atención y cuidado se han visto completamente afectados por las limitaciones de las medidas sanitarias y reducción de la movilidad de las personas.
La pandemia ha impactado de forma profunda y desproporcionada sobre las mujeres. Una de las causas que ha provocado este desajuste ha sido porque las mujeres han partido desde unas condiciones de desventaja, dada su menor participación en la vida laboral por el alto porcentaje de desempleo que sufren y porque su actividad económica la generan sectores vulnerables y de baja productividad. El Foro Económico Mundial, en referencia a estudios previos post-Covid, ya advertían de la brecha global de género y que si no se aplicaban las medidas necesarias, tardaría casi un siglo en paliarse, estigmatizando el ámbito económico como el más preocupante.
Las desigualdades de género estructurales han acelerado los retos coyunturales que la pandemia ha ocasionado y que ponen en riesgo los avances que se han conseguido hasta la fecha. En concreto, en materia de igualdad, empoderamiento, autonomía e independencia de la mujer.
Esta situación de emergencia sanitaria ha puesto en relieve la fragilidad de un sistema que no tenía un plan de contención previo y que ha sacado a la luz lo importante que supone la atención de los grupos vulnerables para la sostenibilidad de la vida humana. También ha puesto de manifiesto la desigual y la injusta distribución de los medios y servicios. En el caso concreto de la mujer, que ya le suponía dedicar el triple de tiempo que los hombres a la consecución del trabajo doméstico y de la atención a grupos vulnerables, han visto que esta responsabilidad estructural se ha incrementado con el desbordamiento de los sistemas sanitarios y con el cierre de los centros educativos y de personas de edad avanzada; suponiendo un carga mayor, tanto en el plano físico como psíquico. Incrementándose los estados depresivos y de estrés, en su esfuerzo para conciliar la vida familiar, profesional y su independencia como ser humano. Ante esta grave situación, la sociedad no puede permanecer impasible y debe reafirmar y afianzar la igualdad de género que ha de ocupar un referente estratégico en los planes de recuperación y desarrollo social.
La apuesta por la igualdad, la innovación y la tecnología juegan un papel determinante y deben ofrecer el equilibrio de oportunidades. Debemos asegurar que las desigualdades y las brechas de género no se profundicen aún más, incentivando el talento, la inversión, la contratación y el emprendimiento en las mujeres. Es por ello fundamental promover la educación y la formación de las niñas y mujeres en materias como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas; promover la educación digital; eliminar las brechas de género existentes en el acceso y uso de las tecnologías de la información y de la comunicación; invertir y materializar acciones que impulsen un mercado de talento e innovación; que promueva la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas. Porque la clave de una sociedad justa, equitativa e igualitaria está en el incentivo del talento y de la innovación entre las mujeres y entre las niñas. Factor fundamental y prioritario de cohesión social y de igualdad. La única brújula ética que debe dar respuestas a las necesidades de una sociedad que debe seguir avanzando en la igualdad de género, en la justicia social y en la inclusión académica, cultura, laboral y profesional de sus congéneres.