Julián Arroyo Pomeda

Israel asesina en Gaza a nueve hijos de una pediatra

04 de Junio de 2025
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Israel asesina en Gaza a nueve hijos de una pediatra

Una tragedia desgarradora. Escalofríos recorren el cuerpo, al leer la noticia publicada por la prensa, acompañada de fotografías impactantes. Representa la pérdida de nueve inocentes. Son cuerpos mutilados, quemados tras el bombardeo de su vivienda. ¿Por qué? Solo porque buscan exterminar a todos los habitantes de Gaza.

Estos crímenes atroces los perpetra el Gobierno israelí, liderado por Benjamín Netanyahu. No admiten a nadie en este territorio, lo quieren todo para ellos, sin respetar los acuerdos internacionales básicos. No se detendrán hasta apoderarse completamente de un territorio que no les pertenece. Tienen la fuerza para lograrlo.

Cualquiera podría sucumbir al dolor, pero esta madre pediatra no lo hizo. Según el doctor Ahmed Al Farra, la doctora Alaa Al Najjar “mantuvo la calma”. Dios le dio paz. Después de enterrar a sus hijos, fue al hospital a cuidar a su hijo y a su esposo, heridos pero vivos. Es difícil creerlo, pero así fue. Esta doctora, comprometida y sometida a una enorme presión diaria, atiende a decenas de niños y pacientes en el hospital, mientras cuida de su numerosa familia.

Su hijo presenta lesiones moderadas, alguna grave. Su esposo sufrió daño cerebral, fracturas por metralla y lesiones en el pecho. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) emitieron órdenes de evacuación, obligando a los residentes de Jan Yunis a abandonar sus hogares, declarándola zona de “combate”.

Hace año y medio que llevan así, con más de 54000 personas muertas en Gaza, incluyendo 16500 niños. Y se quedan tan tranquilos, ya que están en guerra. Ellos sí tienen derecho a vivir, los demás, no.

La guerra continuará hasta que el exterminio sea total. Sobre la guerra de exterminio escribió Kant que "solo posibilitaría la paz perpetua sobre el gran cementerio de la especie humana".

La tragedia no puede más desgarradora. La brutalidad del conflicto es tan dura de describir como de comprender el dolor de una madre, aunque la fe de esta comunidad musulmana parece inmarcesible. ¿Quién no se conmueve ante tales hechos? Las profundas raíces que dejan tendrán consecuencias irreparables.

¿No hay forma de proteger a la población civil ni de proponer soluciones que prioricen la vida y la identidad humanas? De momento, parece que no. Como escribió Nietzsche sobre Dios, todos nosotros somos los asesinos de Gaza, y esto no es una metáfora, sino una declaración literal. Somos culpables de estas barbaridades.

Es necesario actuar más allá de cualquier postura política. Es aún peor usar esta tragedia como herramienta política de oposición contra las decisiones del Gobierno. Utilizar el inmenso dolor como argumento en el debate partidista solo muestra deshonestidad total.

Creo que bastaría con que Europa dejara a Israel solo, mientras no termine la guerra, en todos los sentidos: político, comercial, diplomático y deportivo. Se está creando una crisis humanitaria: hambre, inanición de menores de cinco años, familias forzadas a desplazarse debido a las bombas. La población palestina quedará marcada por generaciones. Han convertido ese lugar en un territorio inhabitable debido a la destrucción de infraestructuras.

¿Cuándo llegará la reconstrucción? Tardará y requerirá un esfuerzo financiero colosal. Todo esto afectará a esa sociedad. Y ocurre así porque no afecta al resto de las sociedades. Vergüenza y más vergüenza.

Como es tan difícil seguir escribiendo, se puede visibilizar todo esto mediante una historia breve, que refleja la tragedia y el dolor de quienes viven la violencia en Gaza. Todos sabemos lo que les gusta dibujar a los niños. Este es el último dibujo de una niña.

La pequeña Lina tenía seis años cuando la guerra le arrebató todo. Antes, su vida giraba en torno a colores y trazos. Con sus lápices de colores, pintaba un mundo donde el sol brillaba y los pájaros volaban sin miedo.

Esa mañana, Lina había dibujado una casa. No cualquier casa, sino su hogar, con la buganvilla que trepaba por la entrada y el viejo columpio donde su hermano Omar solía empujarla. La imagen aún estaba en su regazo cuando el estruendo sacudió las paredes.

El aire se llenó de polvo y gritos. En segundos, todo desapareció.

Cuando la ayuda llegó, encontraron el dibujo entre los escombros, intacto, con la buganvilla roja todavía vibrante en el papel. Omar ya no estaba. Su madre tampoco. Lina, con heridas en su cuerpo y su alma, sostenía el dibujo con manos temblorosas.

Desde entonces, los niños de su barrio pintan casas que ya no existen, hermanos que ya no están, familias que han sido fragmentadas por la guerra. Sus dibujos son su grito silencioso, una súplica para un mundo que aún no ha aprendido a protegerlos.

Las historias como la de Lina son una realidad para miles de niños en Gaza. Sus vidas, marcadas por la pérdida, se convierten en testigos de una tragedia que no debería repetirse.

Ojalá tomemos conciencia de lo allí está pasando. No pensemos que están tan lejos de nosotros. Si continuamos sin dar importancia a lo que sucede, un día nos puede tocar también a nosotros.

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