Hay quien piensa que Jesucristo es, simplemente, un personaje inventado. Pero no hay ninguna razón seria para dudar de su historicidad. Eso significa que podemos y debemos aproximarnos a su figura con los mismos criterios que utilizaríamos con cualquier otro personaje del pasado.
¿Fue el fundador de cristianismo? Aunque la respuesta parezca evidente, seguramente no se propuso fundar una nueva religión sino purificar la que ya había, el judaísmo. Su predicación se dirigió, por eso mismo, contra sus dirigentes, a la vez que defendía un gran programa de tipo social. Aunque es famoso su dicho de “Bienaventurados los pobres”, en realidad no se refería a ellos si por “pobres” entendemos a aquellos que poseen lo suficiente para vivir pero no disfrutan de lujos. Su mensaje, en realidad, se dirigía con todo radicalismo a los menesterosos. Serían ellos los que encontrarían consuelo cuando se instaurara el reino de los cielos. Los ricos, en cambio, pagarían con sufrimiento todo su egoísmo.
¿Nos encontramos ante un revolucionario social? Hay argumentos a favor, también en contra. Si, como se cree, fue un profeta apocalíptico, ¿por qué iba a preocuparse en cambiar un mundo al que le aguardaba un futuro breve?
Lo más probable es que Jesús fuera uno tantos profetas religiosos que pulularon por Palestina y que también corrieron el mismo destino: la ejecución. Así, el 4 a.C., un tal Atronges, pastor de oficio, se proclamó “rey de los judíos”. Los soldados romanos, como era de esperar, hicieron una carnicería con sus seguidores. Otros, aunque no desafiaron la roma, tuvieron la misma suerte. Ese fue el caso de otro supuesto mesías del que no sabemos su nombre, tan solo su apelativo: “El Samaritano”.
En un mundo racionalista como el actual, el Nazareno puede resultar poco creíble en el sentido de que nadie espera que un ser humano sea capaz de hacer milagros. En su época, sin embargo, ni siquiera sus detractores cuestionaron su capacidad para hacer posible lo imposible. La creencia en la magia era moneda común, lo mismo que la multiplicación de exorcistas. La presencia de estos últimos resulta lógica si se partía de la premisa de los espíritus malignos provocaban las enfermedades. Lo que cuestionaban los enemigos de Jesús no era su poder sobrenatural sino la legitimidad de sus motivos. No obstante, él se diferenciaba de sus competidores en un detalle importante: no exigía dinero por unos prodigios que constituirían la manifestación de Dios en la Tierra.
En la práctica, casi todo el mundo encuentra en el Mesías cristiano lo que quiere encontrar puesto que los Evangelios ofrecen citas para sostener una posición y la contraria. ¿Era su protagonista un pacifista a ultranza o un hombre que no retrocedía ante los métodos violentos, cómo cuándo anima los que nada tienen a “comprar una espada”? ¿Pretendía convencer solo a los judíos o a toda la humanidad, sin que importara el origen étnico o religioso? ¿Proclama un reino de Dios que no era de este mundo o un reino terrenal que no se parecía ninguno hasta entonces conocido?
Sobre su talante humano poco podemos decir con pruebas, aunque algo sí podemos afirmar. Parece claro que nos hallamos ante un personaje profundamente anticonvencional, al menos hasta cierto punto. Reunió alrededor suyo un nutrido grupo de discípulos entre los que encontramos, también, mujeres. Sin embargo, el núcleo duro de su movimiento estaba integrado por apenas doce personas, hombres sin excepción, en los que depósito su mayor confianza.
El auténtico fundador del cristianismo fue, probablemente, Pablo de Tarso, un hombre más atento a las elaboraciones teológicas que a preocuparse por la figura del Jesús histórico. Para Reza Aslan, resulta muy significativo que él mismo asegure que no ha aprendido nada de quienes conocieron directamente al Mesías. De acuerdo con esta interpretación, lo suyo habría consistido en una elaboración teológica muy personal que puede llegar a contradecirse con el mensaje de Cristo tal como lo encontramos en los Evangelios. Así, donde Jesús afirma que no todo el que dice “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, Pablo proclama justo lo opuesto: “todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo”. Cristo, desde este punto de vista, vendría ser prácticamente un personaje inventado por el denominado “apóstol de los gentiles”, con unos lazos muy tenues, si no inexistentes, con la figura histórica en cuyo nombre aseguraba predicar.