En otros tiempos --cuantos años ya--, cuando empezamos a trabajar en los Institutos, la jornada aquí era partida. El jueves por la tarde se consideraba vacación y, en cambio, se trabajaba los sábados por las mañanas. Un poco antes, en algunos colegios, como en el que yo estuve, los sábados por la mañana había que ir al Centro para recibir charlas, que tenían que ver –se supone— con actividades referentes a la educación.
Mi experiencia en los primeros años del Instituto es que no había ningún agobio y hasta que se estaba más descansado, y eso que las aulas tenían unos cuarenta alumnos. La razón es fácil de entender. La jornada era de quince horas lectivas semanales, de las que se podían reducir tres en el caso de que impartieras el último curso, que, finalmente, acabó denominándose COU. La Administración considerada que, como era un curso de orientación universitaria, era necesario prepararlo más y mejor.
Mucho más tarde, encontrándome en Madrid, se empezó a hablar de jornada de veintiuna o veintidós horas semanales, que se podría prolongar algunas más por necesidades del servicio, añadía coletilla. La Comunidad de Madrid estaba presidida entonces por Esperanza Aguirre, quien, cuando alguien se quejaba de tantas horas de dedicación lectiva, contestaba con el desparpajo que le era característico que ella trabajaba doce horas diarias. Esto demostraba que no sabía lo que significaba trabajar y mucho menos lo que era una hora lectiva en educación.
Hubo que adaptarse, qué remedio, pero entonces ocurría que, aunque teníamos la jornada concentrada durante la mañana, volvíamos derrengados a las tres a casa. Claro, la jornada se había duplicado, los estudiantes exigían cada vez más atención y el papeleo de los informes burocráticos no paraba. Las clases se resistían, los exámenes y trabajos había que corregirlos y faltaban huecos para las visitas a los padres, siempre tan necesarias y, generalmente, productivas.
La ratio profesor, alumnos aumentaba cada año más. En los colegios ocurría algo parecido y el profesorado se empezaba a jubilar en cuanto alcanzaba los sesenta años. Casi estábamos poniéndonos a la altura de la banca, que a los cincuentaicinco ya empuja a los trabajadores a jubilarse. Si pensamos en una media de noventa años de vida, vivir de jubilación casi supera a la vida laboral. Luego nos quejamos, o se quejan, de que las pensiones no soporten tantos gastos, cómo no.
Lo de la jornada partida o continuada siempre ha estado en entredicho, por pensar solo en una parte y no en el conjunto. La escuela tiene también que ser un servicio social. Necesitamos tener recogidos a los niños la mayor parte del día, haciendo actividades pertinentes. Los padres han de trabajar y nuestros trabajos cada día se prolongan más en las empresas. ¿Cómo se las pueden arreglar los progenitores, que salgan de casa a las ocho de la mañana y vuelvan no antes de las seis treinta de la tarde? Todavía se sigue hablando de los niños de la llave, porque la llevan colgada del cuello en un cordoncito para poder abrir y entrar en su casa, cuando todavía no están sus padres, que agotan las últimas horas de su trabajo.
Algunas veces se ha dicho que acabar en la mañana no sería un problema, porque los niños seguirían en los colegios, haciendo actividades, aunque no fueran lectivas: juegos, partidos diversos, actividades lúdicas, estudio, repasos, extraescolares, etc. Bastaría con que fueran atendidos por unos monitores. El problema es quién corre con los gastos que generan esas actividades. ¿Quién paga a los monitores? Dejemos de acudir a las administraciones, ya que lo que quieren es que cierren los colegios por las tardes para que no generen gastos. Solo queda acudir a los abuelos y los familiares. Todavía hoy en los barrios se puede ver, al final de la mañana, a un abuelo o abuela, tomándose un refresco en la terraza del bar a la espera de que el nieto salga del colegio para ir a recogerlo.
Por fin, ahora la Escuela de Negocios Esade ha hecho un estudio sobre la jornada escolar continua y ofrece a la reflexión algunos resultados de interés, conocidos ya en su mayoría, pero que había que confirmar con un estudio serio. Que la jornada continua se establece ya en más del setenta por ciento de infantil y primaria, que con ella no se obtienen los mejores resultados, que un almuerzo temprano no es lo mejor para la salud, que en la jornada de nueve a catorce apenas hay tiempos de descanso, que contribuye al aumento de actividades extraescolares fuera de la escuela y que las paga quien puede, que, las madres tienen que salir antes de trabajo, reduciendo su sueldo, que beneficia más a profesores y a niños y que tensiona las relaciones entre familias y docentes, como vemos cada poco tiempo en algunos sitios.
El profesorado ha visto deterioradas las condiciones laborales con más interinos, másactividades extraescolares, más ratio y más congelaciones salariales. ¿Quién gana?Solo las administraciones, que ahorran en comedor y otras infraestructuras. Además, evitan conflictos con los sindicatos. ¿Quién pierde? Toda la sociedad, especialmente los padres y los escolares. ¿Gana el profesorado? Relativamente, porque este puede ser el caramelo envenenado para conformarlos, sin mejorar las condiciones de su trabajo.
En cuanto a si la jornada ha de ser continua o partida, tenemos que ser ponderados y actuar con sensatez. La brecha de género parece más que evidente. Resulta negativa para clases sociales bajas y medias. Parece favorecer más a lo privado que a lo público. Socialmente, es necesario atender mucho más a los niños. Las madres no pueden vivir en una tensión constante, también en esto. Tendríamos que regular los horarios laborales entre nosotros, esto lo distorsiona todo. Hay que establecer actividades complementarias, que no sean curriculares, en los centros públicos. ¿Dónde quedan si no los derechos de los padres? Compartir patio y relaciones entre estudiantes es imprescindible.
La realidad es compleja, ciertamente, pero, si los centros disponen de autonomía, ellos tendrán que elegir en función del proyecto educativo que se establezca. No vale igual para primaría o para secundaria, porque los ritmos biológicos varían. El objetivo educacional debería ser incrementar el tiempo de permanencia en los centros para acoger a los escolares. Lo que tendría que funcionar es la comunidad educativa. ¿Se ha hecho una evaluación seria del funcionamiento de ambas jornadas? Pues eso.