Acaba de ponerse en duda el caso de una familia que ha solicitado ayuda económica para salvar a su hija de la muerte. Tiene la niña, al parecer, una enfermedad rara. Esto puede no ser incierto, pero el resto está siendo objeto de investigación.
Sorprende saber que en cuatro días la familia ha recaudado ciento cincuenta mil euros. Sea o no sea un timo, resulta admirable que exista tanta gente de buena fe, que se vea arrastrada por una historia que ha sido contada, claro, en televisión a bombo y platillo.
Enternece y anima pensar lo solidariosque somos, cómo nos compadecemos del dolor ajeno; que, en épocas duras, en tan poco tiempo, muchos se desprendan de lo que, quizás, no les sobre para ayudar a otros.
La familia en cuestión ha hecho este llamamiento en este tiempo pre-navideño, cuando ya las luces iluminan las calles y las plazas para movilizar a todos a consumir con la excusa de la fiesta; cuando se nos empieza a bombardear con los diferentes “Rastrillos” que organizan aquí y allá, siempre de la mano de algún personaje ilustre- Doña Pilar se ata el delantal siempre por esas fechas-; cuando empieza la campaña de recogida de alimentos aquí y allí para que las familias desasistidas pasen esos días con menos agobios.
La familia en cuestión ha sabido elegir la fecha. Y el medio.
Por naturaleza, buenos no somos. Nos dejamos llevar por la propaganda para todo, incluso para premiar al que sabe pedir donde hay que pedir y como hay que pedir.
En la calle, entre cuatro cartones muchos se conforman con llegar a la mañana siguiente sin que algún desalmado les haya destrozado la cara, o quemado vivos; sin que los haya pateado o se les hayan meado encima; sin que les hayan arrancado el tejado de sus chozas improvisadas.
Cuando vamos por la calle yo no miramos a los que piden sentados, acurrucados ahora por el frío. Pasamos a su lado y se nos han hecho invisibles porque se nos ha dicho que hay que huir de ellos, que pertenecen a mafias organizadas del Este, que no piden por pedir, vamos. Y por eso algunos enseñan ya sus carteles de identidad advirtiendo que son españoles como nosotros y nos cuentan en cuatro palabras su historia de desgracia. Y los miramos de soslayo y dudamos. Si hay faltas de ortografía, dudamos. Tememos sacar la cartera y que otro por la retaguardia nos la birle. Hemos optado por pasar rápidos sorteándolos y mirando al cielo.
Miramos al cielo y nos disculpamos a nosotros mismos por no ser buenos.
Somos solidarios, pero menos. Cuando lo exige el guion. Cuando alguien que nos recuerda mucho a nosotros mismos nos cuenta su historia y se nos mete en casa desde la pantalla. Y podemos acabar estafados porque nuestra solidaridad es de Rastrillo.
Solidarios, según y cómo.
Ese futbolista, “Cristiano” se llama, que gana millones no sólo por jugar sino por poner su imagen para todo tipo de productos, se lleva, presuntamente, el dinero a algún paraíso fiscal. Millones y más millones. Los esconde para no pagar impuestos. Hubo otro que también escondía lo que podía y sus compañeros se solidarizaron con él. Y hasta la afición. Esa es otra clase de solidaridad, claro: todos como una piña apoyando al defraudador.
Llegará pronto la Navidad. Aún podemos sumarnos a alguna iniciativa solidaria para poder comer hasta la indigestión y adquirir productos- algunos de esos que anuncia el defraudador, presunto- hasta el desatino sin mala conciencia.