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La bandera, la trinchera y la cartera

03 de Agosto de 2023
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Abascal

Uno de los aspectos más dolorosos, a veces insufribles, de la última y dolorosa y vergonzosa campaña electoral ha sido el continuo bombardeo de mentiras, bulos, calumnias, falsedades, tergiversaciones y manipulaciones por parte de las derechas que a falta de otras cosas que ofrecer como ideas, proyectos serios, sensatos, razonables y coherentes con los tiempos que vivimos, han optado por la estrategia de machacar, de denigrar, de cubrir de mierda al adversario político sin ofrecer más razones ni argumentos que, además de las interminables ristras de bulos y mentiras, la permanente exhibición de la bandera española para que los electores la asocien con ellos y crean que no hay más españoles que ellos, ni hay nadie que quiera a España como ellos. Los electores, por instinto, deberían haber desconfiado de tanta exhibición, de tanta exposición, ostentación y apropiación de los símbolos de la patria como si ellos fueran los únicos defensores, los únicos preocupados por ella.

El arriba firmante sirvió a esa bandera durante los quince meses que duró su servicio militar, y juró defenderla y ser leal a ella en una solemne ceremonia donde una banda de música interpretó el himno nacional, y después se le rindió honores a la bandera con un gran desfile amenizado con marchas militares. Después de aquello nunca, jamás, he hecho ostentación alguna de amor a la bandera porque ese gesto de envolverse en la bandera, de llevarla encima a modo de capa, de mantilla o de mantón, no significa nada, no demuestra nada, al contrario, para mí significa un ultraje, una infamia, una ofensa, un deshonor para el símbolo que solo debe estar presente en los mástiles de las instituciones, nunca en los hombros ni en otras partes del cuerpo de los que la llevan, creyéndose con ello más españoles que nadie.

Santiago Abascal, el líder supremo de Vox, siempre aparece rodeado de un mar de banderas que quieren transmitir el mensaje, y parece que el mensaje cala en el electorado, de que nadie quiere a España como la quieren él y los suyos, sin embargo, este dirigente que va de más español que nadie, pidió tres prórrogas para no hacer el servicio militar y al final no lo hizo, se libró porque es más listo que los que sí lo hicimos, y no nos jactamos de ello, ni hacemos alarde de nada, y menos de banderas, porque las banderas van por dentro, y el amor a la patria no se demuestra con palabras, y menos rodeándose de miles de banderas ondeando al viento. El amor a la patria se demuestra con hechos, solo con hechos, no con encendidos discursos “patrióticos”. El amor a la patria se demuestra respetando a los compatriotas que no piensan como nosotros y tienen todo el derecho a hacerlo, todo el derecho a ser diferentes. Amar a la patria es aceptar a todos sus integrantes, a todo el censo, que no son ni más ni menos, ni mejores ni peores que nosotros. No caigamos en la vileza, en la infamia, en el error de creernos en posesión de la verdad, ni de creernos mejores que los demás, ni de mirar a nadie por encima del hombro, nadie es quien para hacerlo. El patriotismo debe estar a favor del entendimiento, de la convivencia, de la solidaridad y de la concordia, y en contra del odio y el enfrentamiento. 

Para evitar toda esta engañosa vacía, vana y hueca expresión de amor a la patria por parte de los partidos PP y Vox a través de la  permanente exposición de los símbolos nacionales como es la bandera de todos, se debería prohibir el uso de la bandera nacional por parte de los partidos políticos, porque la bandera, ya lo hemos dicho, es de todos y de todas, y nadie tiene el derecho de apropiarse de algo que no les pertenece, que no es de nadie porque es de todos. 

Por suerte ya empezamos a olvidarnos, al menos de los aspectos más hirientes y dolorosos de la pasada campaña electoral, que empezamos a olvidar gracias a que contamos con un maravilloso mecanismo de defensa desarrollado a lo largo de millones de años de adaptación a un medio hostil, que consigue el milagro de que nos vayamos olvidando de lo que nos  ha hecho daño con el fin de no perpetuar el mismo dolor, lo cual sería tan insufrible que la especie humana no hubiera aguantado semejante tortura y probablemente se habría extinguido o habríamos hecho como los gatos que, según una leyenda oriental, eran seres superiores que un día, convencidos de que nunca iban a solucionar sus problemas, como nos ocurre ahora a nosotros, adoptaron a una especie inferior, la nuestra, para que estuviera a su servicio, y desde entonces les cuidamos, les damos comida y techo mientras ellos nos miran con indiferencia y desapego, la mayoría de las veces con altivez, otras con desdén y desprecio porque nos conocen muy bien. Y eso explica que nos miren como nos miran.

No estamos en contra de los ciudadanos y ciudadanas que hacen ese, a nuestro juicio, vano, hueco y superficial alarde de patriotismo exhibiendo todo un catálogo de “merchandising”: banderas, pulseras, insignias, colgantes y demás objetos  de mercadillo patriótico con los que se adornan queriendo demostrar con eso que ellos sí son buenos españoles, españoles de orden, españoles de bien. Sobre esto, nada que decir. Allá ellos. Lo que si estamos en contra es del uso y abuso de los símbolos de la patria por parte de los partidos políticos de la derecha.

Hace unos años vimos a la canciller alemana Ángela Merkel, una señora de derechas, derecha cívica, moderada, culta, eso sí, que se deshizo de la bandera alemana en un acto político de su partido. La canciller, subida en una tarima con varios de su colegas de la CDU, la Unión Demócrata Cristiana Alemana, cuando uno de estos colegas de partido cogió un banderín con la bandera tricolor alemana que le acercaba un militante o simpatizante del público allí congregado, la Merkel, muy contrariada, con un gesto rápido se lo arrebató a su colega y se lo devolvió al simpatizante. Esto ocurrió en 2013 cuando su partido ganó las elecciones legislativas con una mayoría aplastante. En la celebración de esta victoria electoral tampoco se vieron banderas alemanas porque el uso de banderas y otros símbolos nacionales es bastante escaso en Alemania. Y esto se debe a la reacción contundente contra la expansión del uso de banderas por parte del Partido Nazi para expandir su nacionalismo irracional. La bandera, con buen criterio, solo la usan las autoridades oficiales en ocasiones muy especiales, sobre todo en citas deportivas, y está muy mal visto su uso por parte de partidos políticos.

Aquí, que también tuvimos un problemilla con el fascismo, igualmente se debería prohibir el uso, y no digamos el abuso, del símbolo nacional por parte de los partidos políticos. Pero todavía estamos a años luz de Alemania y será difícil que veamos aquí  implantada tan  sensata, razonable y oportuna medida. 

Pero no estamos en Alemania y tenemos que seguir aguantando a los patriotas de banderita,  personas que  se disfrazan con toda la parafernalia patriótica queriendo demostrar con ello su incondicional, su inquebrantable amor a la patria. Pero no cuela el disfraz porque la única manera demostrar ese “amor” es con hechos, es decir, cumpliendo los deberes de ciudadano, lo que incluye, naturalmente, pagar a la Hacienda pública, la Hacienda Española, sin sisar un solo euro, como es la  obligación de todo español y española. Eso es patriotismo,  y no tanto envolverse en la bandera, llevar pulserillas rojigualdas y demás insignias y gritar viva España, que eso cuesta muy poco.  Podrían darse muchos ejemplos de patriotas de pulserilla con los colores de la bandera que no han demostrado con hechos, que es como se demuestran las cosas, con  hechos y no con palabras, su amor a esa patria a la que dicen amar por encima de todo y con toda su alma. Podríamos sacar el interminable listado de todos los condenados por corrupción en el PP, pero sería un maltrato, un castigo, una crueldad innecesaria para los lectores, que no merecen semejante quebranto.

Para no cansar a los sufridos y esforzados lectores daré solo dos ejemplos de grandes patriotas cuyo patriotismo acaba donde empieza el territorio, y éste sí que es sagrado de verdad, del poderoso caballero Don Dinero. Hace unos años, por una historia que sería larga de contar, conocí al padre de un conocido escritor muy patriótico cuyo nombre no diré, que ha escrito innumerables libros y vive, y sobre todo tributa, en Miami. El hombre se deshizo en elogios hacia su hijo, hablándome largo y tendido de su enorme mérito ya que, partiendo de unos orígenes muy humildes, y habiendo nacido en uno de los barrios más pobres de Madrid, ha conseguido fama y fortuna, lo cual es rigurosamente cierto y el mérito no hay quien se lo discuta. Pero cuando le pregunté que cuándo venía a España para verle y saludarle, me contestó que venía muy poco porque vivía en Miami y tenía allí su vida. Y bajando la voz me hizo esta confidencia al oído: “Tuvo que irse a Miami porque aquí Hacienda lo freía a impuestos, y allí es otra cosa”. Me hubiera parecido bien que se fuera a Miami o a Kuala Lumpur para ahorrarse dinero en impuestos, lo que no me parece nada bien es que tribute en el extranjero y al mismo tiempo  haga alarde de patriotismo y escriba artículos defendiendo a España de los malos españoles que quieren venderla, destruirla, arruinarla...etc. 

El otro ejemplo de patriota es el periodista y locutor de radio Carlos Herrera, una voz  imparcial a más no poder, la más ecuánime, más equilibrada y neutral de  todo el panorama periodístico nacional. Este pío varón muy español y mucho español, patriota donde los haya, hombre de bien, perteneciente a lo más selecto de la gente de orden de este país siempre amenazada por la horda roja, marxista, que desde la no menos  patriótica, amén de santa, emisora de la COPE encabeza a diario la cruzada contra los traidores infieles socialcomunistas, terroristas, chavistas, bolivarianos, fornicadores y satánicos en general del gobierno de Pedro Sánchez. Más que un trabajo, la suya es una misión divina por la que cobra, por cobrar algo, veinte mil eurillos al día. 

Carlos Herrera, el hombre temeroso de Dios, recto y cabal, de recios principios morales que hunden sus fuertes y poderosas raíces en su inquebrantable fe cristiana; el hombre que siempre ha estado en contra de subir los salarios porque está convencido, desde siempre, que el dinero en exceso no solo es malo para los trabajadores y las trabajadoras, sino que es, sin duda, lo peor para estas personas de por sí austeras, sobrias, abstinentes almas humildes y sencillas, porque los condena a un dinero extra que sin duda les hará caer de cabeza al abismo del desenfreno, la depravación, la degeneración, el vicio en todas sus formas, y la consiguiente condenación eterna. Pues este buen señor, guardián de las esencias de la patria, ha sido condenado por  el Tribunal Supremo por  utilizar una “sociedad pantalla” para no pagar impuestos. Pero Carlos Herrera, ese mártir de la malvada Hacienda, no nos ha robado a todos los españoles como dicen los titulares de los malvados diarios pagados seguramente con el oro de Moscú, sino que se ha quedado con ese dinero que era de Hacienda, es decir,  de todos nosotros porque, al contrario de la inmensa mayoría de sus conciudadanos, él sí se siente fuerte y capaz  de soportar, de resistir los embates, las emboscadas, las infinitas asechanzas, trampas y zancadillas que el maligno suele infligir con esa aparente bendición del dinero que en el fondo es, y todos lo sabemos, una maldición. Quizás la peor de todas.

Además de santo varón, español de bien y de orden, Herrera, criticado y flagelado sin piedad por los malvados rojos de siempre, ha sido bendecido por la derecha mediática con la palma del martirio. Ya no se puede aspirar a más.

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