Ganar la batalla al discurso parece ser el trazo de los nuevos tiempos. Y para ello, da lo mismo forjar ideas o argumentos de consumo rápido.
No hay bases sustentadas; lo que hay cada vez más son medias verdades, conceptos o doctrinas subliminales para defender el propio discurso o atacar el discurso contrario.
La batalla por ganar o al menos salir indemne, no solo se libra en el propio instante, se produce desde las diferentes trincheras que sostiene el actual presente tecnológico. Las redes sociales y los canales televisivos, despliegan medias verdades, ocultan informaciones, o estas son relatadas desde la perspectiva interesada, desvirtuando o manipulando la verdad.
En una época de datos, de analíticas, de tantos por ciento, de curvas de sostenibilidad, de índices de audiencias, de ratios de crecimiento, de intención de votos, abordar en cualquier manera la batalla del discurso inmediato con la única intención de ganarlo es una necesidad para formaciones políticas, empresas publicitarias, asociaciones, productos televisivos, grupos religiosos, que no pueden dejar a un lado. Al contrario, deben centrar una gran parte de su estrategia y su tiempo en ello. Incluso, si para ello, hay que contradecirse de vez en cuando, o como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.
La intención, sin ninguna duda, es adquirir fieles, leales consumidores del producto o de la idea.
El efecto indirecto de los argumentos fáciles y de rápido consumo para ganar la batalla del discurso, presenta efectos indirectos y devastadores en la ciudadanía, sobre todo cuando se trata de formaciones políticas. La desinformación, la confusión, el barullo, el miedo, la rabia, el insulto, las amenazas, las piedras, los golpes, interesan porque debilitan al individuo y debilitan a toda sociedad. Los buitres siempre sacan tajada de toda carnicería.