Estoy harto de hablar siempre de lo mismo. Estoy harto de hablar siempre de la gente mala. He echado un vistazo a mis artículos de hace cinco meses para acá y sólo hablo de gente mala. Sólo hablo de políticos corruptos, periodistas vendidos al poder, empresarios que compran voluntades y explotan a sus trabajadores, de nacionalistas catalanes y nacionalistas españoles, de fanáticos que con una furgoneta son capaces de sesgar la vida de gente inocente, de pirómanos que queman nuestros bosques y de una ralea de lo más despreciable que hace que creamos que vivir en este mundo de mierda no merece la pena.Algunos me diréis que sólo hablo de la realidad, que sólo reflejo en mis escritos lo que está pasando y que la cosa está tan jodida que no se puede hablar de otra cosa. Incluso a veces pienso que los que tenemos la suerte de tener un espacio en los medios de comunicación y tenemos la oportunidad de poder expresar nuestra opinión, tenemos la obligación de hablar de esa gente mala, de denunciar sus tropelías y de gritar a los cuatro vientos las injusticias que se comenten a diario.Pero también pienso que de tanto hablar de esa gente mala, nos olvidamos de hablar de la buena gente, que las hay. De gente decente que por desgracia no ocupan los medios de comunicación, porque sólo nos preocupamos de la gente tóxica, ya que parece que todo está tan podrido que la propia podredumbre llama a la podredumbre.Porque “haberlos, haylos”. Hay gente buena. Buena gente, como me gusta llamarla. Gente que a pesar de lo que está cayendo en este país sigue hacia adelante luchando cada día por lo que cree y por construir un mundo mejor.Pienso en Lola, maestra de infantil, que cada mañana se levanta con la ilusión de educar a su alumnado e inculcarles unos valores para que cuando crezcan sean personas libres y tolerantes. Pero lo más sorprendente es que Lola sigue aprendiendo también de los pequeños que le siguen dando día tras día lecciones de vida.Pienso en Marcos, un chaval recién licenciado en medicina que trabaja en urgencias, que a pesar de los recortes y de que a veces no da a basto, se deja la piel cada día de guardia para que sus pacientes sean atendidos lo mejor posible.Pienso en Pili, Tamara y Juan que hicieron el petate para marcharse al extranjero a buscar curro porque aquí no veían un horizonte claro para poder desarrollar sus habilidades y se buscan la vida como pueden lejos de los seres queridos.Pienso en Manuel y en su mujer, Esperanza, una pareja de jubilados, que gracias a su pensión sus nietos pueden tener tres comidas decentes al día, porque Pepi, su hija, hace más de dos años que no encuentra trabajo y si lo encuentra su sueldo es tan miserable que ni siquiera es capaz de llegar a fin de mes.Pienso en María, una madre que lleva ella sola su casa hacia adelante, limpiando por horas oficinas y habitaciones de hotel y que con el cuerpo hecho polvo saca tiempo para sacarse el título de educación secundaria por las tardes.Pienso en Pepe Luis, que a pesar de las presiones, defiende desde un sindicato a sus compañeros de trabajo. Pienso en Isa, que colabora de voluntaria en una ONG en un barrio humilde de su ciudad. Pienso en miles y miles de nombres que cada mañana se levantan y se van al tajo, a pesar de lo que digan esas noticias que no hablan de ellos ni de ellas, y tratan de hacer desde sus humildes posiciones un mundo más agradable y justo, un mundo donde sí tiene cabida la buena gente.Estaba harto de hablar de gente mala. Y es que a veces nos olvidamos de la buena gente, de los hombres y mujeres, que como dijera Bertolt Brecht, “luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. En definitiva… la buena gente.
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