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La creación de una herejía

08 de Enero de 2024
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Negacionistas EEUU

Abro mi día con una noticia de un periódico donde se hace referencia a “negacionistas” y “antivacunas”. Siento una punzada en el corazón.

Si alguien se ha quedado aún anclado en la narrativa de “negacionistas”, “antivacunas” y demás palabras de la familia de descrédito social, es que no ha entendido nada de lo que hemos vivido.

La ingeniería social lleva décadas siendo estudiada y aplicada. Para ello existen los institutos de estudio del comportamiento humano como el Instituto Tavistock. Escuché decir a la periodista Cristina Martín Jiménez que el término “conspiranoico” había sido creado por la  CIA. A fecha de hoy no lo veo descabellado.

Los grupos de poder aplican esta ingeniería social de forma descarada, es fácil verlo si abres tu punto de mira. Una de las bazas de esta ingeniería social es la manipulación a través del discurso (controlan los medios masivos de comunicación), que se usa para formar modelos mentales y representaciones sociales, a gusto de estos grupos de poder. La clave es crear paradigmas que sean realmente cárceles mentales de las que no se pueda escapar. Un objetivo es manipular la perspectiva de la realidad en las masas, otro es crear apestados sociales. Este es otro ejemplo de abuso de poder encubierto, en este caso doble, hacia la masa social que cognitivamente acepta parámetros sesgados y hacia la población “diana” a la cual se va a desacreditar.  

En la Edad Media la Iglesia Católica había desarrollado un sistema de eliminación de cualquier tipo de competencia de lo más efectivo: se identificaba a un grupo humano, los llamaba “herejes” y al final los acababa quemando en piras. Tenían poder, tenían dinero y podían hacerlo.

Los Cátaros fueron uno de esos grupos a los que se les calificó de  “herejes”. Realmente los bons hommes y las bonnes femmes, como realmente se llamaban, (la palabra cátaro es despectiva) profesaban un cristianismo ascético, colaborativo, integrador, practicaban la no violencia y por no matar no comían ni carne.

Su filosofía era tan amable que en pocos años ganaron muchos adeptos. Viendo el gran poder que alcanzaban, la Iglesia Católica, que por ese entonces era un ejemplo de violencia e inmoralidad, desplegó su maquinaria de eliminación de posibles competidores, los marcó como herejes y miles de personas murieron en hogueras. ¿Cuál fue el pecado que cometieron? Discrepar de la corriente oficial de pensamiento.

Ahora los mecanismos para “etiquetar” al diferente son más refinados, de acuerdo con los tiempos perversos que vivimos. La ingeniería social usa esas palabras tan cargadas de malicia, tan violentas, con el propósito de localizar a todo aquel que sea un “hereje” del pensamiento único. Una vez señalados estos individuos que discrepan, en el momento actual con términos como “negacionistas”, “antivacunas”, “conspiranoicos”, “de extrema derecha”, se pasa a quemarlos en la hoguera, como se hizo con los herejes de siglos anteriores. La hoguera es conceptual y la muerte es social, económica, política, laboral etc. y se los deja sin amigos, sin familia, sin trabajo, sin ingresos. Nadie profundiza en el porqué a esta gente se la llama así, qué motivos tienen los afectados, qué fuentes de información manejan o cuál es el propósito de tanta inquina, simplemente se les estigmatiza y se les separa. Nadie piensa, nadie contrasta, nadie investiga qué hay detrás de esa campaña de descrédito; el ciudadano medio solo juzga y odia. ¿Y por qué juzga? Porque le han predispuesto a creer en que es superior moralmente al grupo que disiente.

Por otra parte, también con las etiquetas denigrantes se genera “El Enemigo”. La sociedad occidental, jerárquica, maniquea, polarizada, siempre busca un enemigo. Al enemigo se le crea según el momento, es fluctuante según el contexto social e histórico y según las necesidades de los grupos gobernantes. Tiene varias vertientes: es la forma que tiene el poder de que sus errores no sean vistos canalizando la tensión social hacia un grupo humano y es la forma que tiene el ser humano poco trabajado de proyectar sus frustraciones, sus traumas, en otro ser humano.

Las etiquetas denigratorias son otra forma de crear al “Malo Oficial”. Los medios hacen el resto.  

Yo por hacerme preguntas sobre el relato oficial en el 2020 sentí el peso de las etiquetas y tuve dos revelaciones curiosas. Tomé conciencia de que yo también fui víctima del discurso manipulativo en anteriores ocasiones (la información de los medios es absolutamente sesgada y va en relación a quién los financia). También juzgué sin contrastar. Cuántas veces la sociedad es un ring donde seres humanos iguales somos convertidos en enemigos por intereses de unos pocos. Así mismo, ahora era yo la que estaba en el otro lado, sintonicé con los grupos que a lo largo de la humanidad fueron apestados sociales. Los que actualmente discrepan del relato oficial no han sido los primeros. Hay una corriente energética de animadversión y violencia que se ha mantenido a lo largo del tiempo. Hubo cientos de grupos que molestaban a los poderes de su época, a los cuales la historia de los ganadores enterró para siempre, pero existieron, lo sé. Seres humanos valientes, libres, que aunque no haya quedado registro de ellos (o el registro sea ínfimo), forman una historia energética de lucha de lo que ellos creían correcto. Pues sintonicé con el dolor, el sentimiento de injusticia, el destierro social, el miedo al prójimo, que debieron vivir estos grupos.

El  Bon Homme Pierre Authié dijo, ante el hostigamiento a muerte de la Iglesia Católica: “Hay dos iglesias, una  que huye y perdona y otra que posee y despelleja”.  Sus palabras expresan una constante a lo largo de la historia de occidente, la existencia de los dos egrégores que más impactan en la vida humana; uno que es amoroso, integrativo, cooperativo y otro que es fanático, jerárquico, que aniquila, que odia, excluyente. Amor y odio, construcción y destrucción, siempre en juego en este nuestro ciclo cósmico.

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