Las elecciones celebradas en España el 28 de mayo han confirmado la persistente pregunta que ha surgido desde el comienzo del siglo XXI: ¿Existe todavía el "Otro"? Los tiempos en los que el Otro existía han desaparecido. Hoy en día, la negatividad del Otro ha sido reemplazada por la positividad de lo igual, que se impone y se extiende por todas partes. Sin embargo, un sistema que rechaza la negatividad de lo diferente desarrolla rasgos destructivos. El exceso iguala el exceso de información, pero esta no es informativa, sino deformadora. El exceso de comunicación deja de ser comunicativo y se convierte en mera acumulación. La negatividad de lo diferente es lo que permite establecer límites a la uniformidad, ya que sin la negatividad se produce un aumento descontrolado de lo igual, como ocurre con las sugerencias de Netflix o las páginas web que generan consumos siempre iguales, sin barreras ni límites.
El terror de la uniformidad afecta todos los aspectos vitales de nuestra cultura, como las redes sociales. Estas comunidades de lo igual acumulan seguidores o amigos, sin la experiencia de un encuentro con alguien diferente. Las redes se convierten en un grado nulo de lo social, ya que al conocer a personas iguales y establecer vínculos con aquellos que piensan y sienten de la misma manera, se pasa por alto a los desconocidos y diferentes. Nuestro horizonte de experiencia se vuelve muy estrecho y solo se reproduce el yo, en un bucle constante e interminable.
La experiencia surge esencialmente de la negatividad de lo diferente, o al menos debería ser así, ya que lo diferente produce transformación. Lo igual no causa dolor, no se sufre con lo igual; la ausencia de dolor da paso al "me gusta", que se convierte en el alimento preferido de lo igual. Aunque la información esté disponible en gran escala, no se trata de conocimiento, ya que el saber es un proceso lento y prolongado, con una temporalidad distinta a la de la información. Es una maduración, una temporalidad cada vez más distante de nuestra experiencia, que solo busca eficacia y productividad.
Esta pérdida de escala temporal también nos hace perder la relación causa-efecto de las cosas. Las cosas simplemente suceden porque son, sin cuestionamientos, solo son hechos. Por lo tanto, nada se comprende; el pensamiento accede a lo totalmente diferente, interrumpe lo igual y se convierte en un acontecimiento que genera rupturas. En cambio, el cálculo es una repetición interminable de lo mismo. A diferencia del pensamiento, el cálculo no transforma ni genera algo nuevo, no registra acontecimientos. Solo el pensar auténtico es un acontecimiento, una posibilidad de cambio. Lo numérico y lo digital perpetúan lo igual.
Todo acontecimiento está inevitablemente vinculado a la negatividad, ya que genera una nueva relación con la realidad, un mundo nuevo y una comprensión nueva de lo que es y será. La avalancha digital de datos e información nos hace sordos para escuchar el tintineo de la verdad.
La igualdad lleva a la pérdida de significado. La tendencia hacia la uniformidad refleja una violencia global. La violencia de lo igual destruye la negatividad de lo diferente, de lo singular, de aquello que obstaculiza la circulación. Es precisamente en la suma de lo igual con lo igual donde se produce la máxima aceleración de la circulación de dinero, información y comunicación.
El violento favoritismo hacia lo igual disuelve todas las singularidades que no se someten al intercambio acelerado. El neoliberalismo genera una injusticia masiva a nivel global, propio de la explotación y la exclusión. Incluye a todos aquellos que no son aptos para el sistema y, en busca de seguridad, aumenta la desigualdad y expulsa el miedo al futuro. Se convierte en xenofobia. Vivimos en una sociedad del miedo que promueve el odio.