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La desenfrenada actividad del parado

30 de Septiembre de 2017
Actualizado el 02 de julio de 2024
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ParadoAjetreado
Me he tomado la libertad de escribirles para apuntar con vehemencia los equívocos que la opinión pública suele achacar a “los parados”, a ver si así, aunque sea una porción pequeña, la sociedad los comprende y cambia. A pesar de su nombre, su actividad, de la que puedo dar testimonio, porque mi edificio y barrio es parte de su hábitat, no es tan sigilosa y apática como el prejuicio supone. Más bien diría que la desenfrenada ocupación de su tiempo puede ser irritante, por su diversidad y también por sus tendencias a actividades, llamémoslas, irregulares. ¡Y no, no voy a hablar de droga!, aunque claro, hay de todo.Alberto, que vive en la puerta de al lado, se levanta todos los días bien temprano con ducha y televisión a todo volumen, porque dice que no sé qué canal publicita empleos. Luego, una vez ya me ha desvelado, con lo que me cuesta conciliar el sueño, se dirige a la ciudad para ofertar su persona, cada vez a un barrio diferente. Hay días que regresa en la noche. Si le pagaran por andar y visitar comercios y polígonos industriales, sin duda recibiría una suma interesante, pero a lo más que alcanza es a chanchullos del vecindario que implican pintar una casa, lavar un coche o descargar un camión. Y su día, como casi siempre, acaba incordiando a mi descanso, con discusiones acaloradas, entre él y su mujer, sobre cómo y quién es el culpable de sus apreturas.Berta, es una joven graduada universitaria con varios másteres que acaba de regresar de vivir en el extranjero. Aunque mucho más preparada de lo que estuvo ninguno de mi generación, también está desempleada, y cada día pido porque encuentre un trabajo. No porque tenga en buena estima a su madre, que hacia ella la tengo, sino porque como vive en el bajo, todo el ruido de sus clases particulares e informales a niños de la vecindad, hacen que la escandalera que sube por el patio de vecinos me tiente a veces a cometer una locura.A ella no la denunciaré, pero me lo estoy pensando con los de arriba. Sólo espero el momento adecuado, ese en el que el techo retumba con bailes. Digamos que son forasteros, no digo el país porque luego lo tachan a uno de racista. Pero como parece ser que tampoco tienen trabajo, fin de semana sí, fin de semana también, tienen fiestas. No para celebrar su precariedad, no me malinterpreten, sino para ganarse unas perras con sus compatriotas, que sí que tienen ocupación. Mi médica dice que la tensión se me dispara, y yo sé que es por la falta de sueño y el coraje que me crean las risotadas y discusiones de borracho con las que terminan cada madrugada sus fiestas.Justo en el piso de abajo viven otros extranjeros, la mujer limpia en casas y en fincas, pero desde el jueves y hasta el sábado por la noche, su cocina parece un restaurante. Al principio pensaba que rentaba su fogón a otros, porque el ajetreo simulaba al de un restaurante playero en pleno agosto. Me decía, por mucho que vivan ocho, no pueden comer tanto. Pero hace poco descubrí la razón de que sea imposible abrir una ventana, tender o respirar sin que venga ese tufo a fritanga y guisado, con el INRI de estar en pleno verano. Su marido y sus hijos venden comida en la calle, sí como lo leen, a pesar de que estamos ya en el siglo XXI hay gente que vende alimentos sin licencia, ni negocio. Al parecer sus paisanos se reúnen los sábados y domingos en un parque y el marido y sus hijos desempleados venden allí los platillos típicos de su tierra. Una importación de cultura foránea nacida de la necesidad, y que claramente indica el cambio de modelo social al que muchos se encaminarán si quieren sobrevivir.Frente a mi edificio vive otra familia, ésta rebusca en la basura y amontona cartones, hierros, plásticos y todo aquello que consideren de valor. A veces acumulan tantos carros de supermercado con sus pequeños tesoros, que más de un coche ha tenido que esperar a que los retiraran, para continuar su paso. Son muchos de familia y a pesar de que la mayoría se dedica a lo mismo y el resto a vender dulces en el metro, no creo que les alcance para mucho, ya que la única comida y ropa que les he visto introducir es sin duda de la beneficencia. En general son silenciosos, pero en algunas ocasiones el olor de lo acumulado impregna toda la calle. Aun así, me producen una mezcla de ternura y pena, al padre de ella lo conocí cuando niño, por eso sé que provienen de mi tierra.Luego también existen aquellos que trabajan por amor al arte, jóvenes que traducen, subtitulan y hasta crean series o películas, que colaboran en medios digitales y revistas por el gusto de crear, compartir su arte y esperar que un día les paguen por ello. Incluso quien acude de voluntario a asociaciones e instituciones para ayudar, aunque no cobren nada y estén en el paro. No puedo decir que los conozco, pero mi hijo sí, que es quien me habla de algunos de ellos.Él, mi hijo, también está desempleado, pero no arma jaleo, ni patea las calles, ni subsiste con actividades irregulares. Quizá porque su profesión no se presta para dar clases particulares y le avergüenza la búsqueda de migajas por las calles, cumpliendo así con la imagen que muchos tienen del “parado”. Cuando lo despidieron se tensó, pero fue positivo en aquellos primeros meses, todo el día pegado al ordenador, para según él decía, poder encontrar más rápido un empleo, mandando su curriculum a todos lados.“Uno ―me confesó― termina por no salir a la calle por no gastar”. Para entonces en su cara ya se reflejaba el desánimo, como si una tragedia irreparable le impidiera reaccionar. Lo había intentado, lo seguía intentado, pero la falta de resultados, me terminó reconociendo, lo había vencido. También porque, al parecer, había picado y solicitado los préstamos exprés que publicitan en tele y radio; y, por si fuera poco, tuvo la mala fortuna de ganar en las primeras apuestas de los juegos de azar en línea, para luego dilapidar en ellos los préstamos que ya no puede devolver. La ansiedad y la pérdida de autoestima parecía que lo iban devorando día tras día. Me tuve que enterar por unos conocidos, que a pesar de que me decía que aún le quedaban ahorros, mantenía los gastos familiares con la venta de sus pertenencias. Comenzó con el oro, continuó con su colección de libros y lo último había sido el ordenador y el coche. ¡Dios sabrá qué no habrá vendido, temo que hasta el piso que no ha terminado de pagar!Ayer le entregué a su mujer mi paga extra de pensionista, haciéndole jurar que no le diría nada. Su orgullo, que tan bien conozco, sé que es lo último que lo separa de explotar de alguna forma; rezo porque tome la salida de esos otros parados de los que les he hablado, pero conociéndolo lo dudo. Nos han inculcado el respeto a la legalidad, pero la necesidad no se satisface con leyes sino con hechos, y cuando éstos la contradicen, la única razón que debe prevalecer es la de la supervivencia. Si el futuro no puede ofrecer una ocupación legal a todos los excluidos, la actividad informal se impondrá queramos o no, bueno al menos en mi barrio, y en los barrios como el mío.Aunque claro, lo mejor sería que encontrara un trabajo normal. Si eso ocurre, prometo soportar con paciencia las molestias de mis vecinos desempleados, incluso sobrellevaré sus fiestas. Y aunque no lo encuentre, prometo no denunciarlos. Decir que voy a hacerlo me calma, aunque sé que no tengo tan mala sangre como para quitarles su único ingreso. ¿Cómo podría alguien decente dejar sin subsistencia a alguien?, ni que yo fuera igual que esta sociedad.
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