Hace unos días Jean-Luc Godard murió por suicidio asistido en Suiza, según han comunicado varios allegados citados por la prensa francesa y suiza. De la muerte se han hecho eco los medios, en general sin hacer demasiado hincapié en la decisión personal del cineasta de poner libremente fin a su vida de manera normal y tranquila, sin trauma alguno. Tenía 91 años y no estaba enfermo terminal, aunque sí sufría diversas patologías; simplemente estaba agotado y era consciente de la decisión que tomaba. La muerte dignificaba su sentido de la vida. En Suiza es legal la posibilidad de llevar a cabo el suicidio asistido, no en otros países. Godard, la gran figura de la Nouvelle Vague, tenía doble nacionalidad francesa y suiza. "murió apaciblemente en su domicilio, rodeado de sus personas más próximas" en su domicilio de Rolle, a orillas del lago Leman (Suiza) rodeado de sus familiares. Es conocido que, en una entrevista en 2014, y preguntado por la hipótesis de la muerte, Godard respondió: "No estoy ansioso para seguir a toda cosa, si estoy demasiado enfermo no quiero que me arrastren en una carretilla".
El suicidio asistido es legal y tiene su protocolo de condiciones reconocidas por las leyes, bien sea por la existencia de patologías graves o por la edad y, por supuesto, que no haya motivos egoístas. En Suiza existen asociaciones especializadas que ayudan a normalizar el proceso.
Godard no ha querido que se haga ni farsa ni tragedia de su muerte, era consciente de la decisión que libremente había tomado y quería que esto se supiera sin más planteamientos éticos o morales. Amaba tanto la vida que la dignificaba aún más muriendo.
El asunto del suicidio asistido, es decir la muerte elegida por voluntad propia y en plena consciencia, no es un asunto del que se hable con frecuencia.
A propósito de la decisión de Godard sobre su vida, he querido ver, para profundizar en la reflexión, películas que tratan el tema: La española ya muy conocida Mar adentro, la francesa Tout s'est bien passé (Todo ha ido bien) y la americana Me Before You (Yo antes de ti).
La francesa Tout s'est bien passé (Todo ha ido bien) (2021), de François Ozon, avanza la acción hasta la solución final en Suiza, lugar en el que la legalidad posibilita el suicidio, y apunta las consecuencias que pudieran darse para las personas que ayudan de acuerdo con la legislación francesa, que es bajo la que el protagonista toma la decisión. Por supuesto, la película también tiene otros muchos planos narrativos sobre la familia y su manera de encarar la decisión del padre; sin embargo, ahí está el tema para nuestra reflexión, sin que el cineasta francés implique demasiado su opinión a favor o en contra. La película responde a una visión de la existencia, donde prima la libertad individual y la ausencia de cualquier planteamiento trascendente. No existe la fundamentación moral más allá de los deseos de la persona que quiere libremente poner fin a su vida. Le da autenticidad el que la película esté basada en hechos reales, que Emmanuèle Bernheim, amiga de Ozon, plasmó en una de sus novelas publicada en 2013. La estadounidense Me Before You (Yo antes de ti) (2016), de Thea Sharrock, también está basada en una novela de la británica Jojo Moyes. En esta película es un joven, que queda paralítico tras un accidente, el que decide sobre su final y lo comunica a su familia. Independientemente de los tintes románticos que presenta el meollo de la historia, donde la chica quiere hacer todo lo posible para que el parapléjico renuncie a su decisión definitiva, el joven discapacitado no se desdice de su posición y también acaba en Suiza libremente y asumiendo su decisión con plena consciencia. Quizá resulta una película un tanto sensiblera, pero ahí encontramos la amalgama entre la vida, con todas sus dificultades, y la muerte elegida sin vuelta atrás por el protagonista.
El asunto del suicidio asistido o la dignidad de la muerte libremente elegida con plena voluntad está ahí, como lo está el aborto (este sí legal en general en muchos países, con sus restricciones). Y, moralidades y éticas aparte, quizá debiéramos razonar, como lo hace Albert Camus en El mito de Sísifo, ensayo en el que se plantea el suicidio como una solución al absurdo, y entrar en ese juego en el que lo absurdo, la esperanza y la muerte intercambian sus réplicas. Godard, es evidente, lo tenía muy claro, eligió su fin, la dignidad del suicidio, y quiso vivirlo y que se contara.