Lo poco que sé de literatura y de España lo aprendí de Fernando Vallejo. De lo primero di cumplida cuenta en un librito que titulamos Las máscaras del muerto; de lo segundo les hago el resumen aquí:
“La nación española y su literatura comienzan con el Poema del Cid, el de Rodrigo Díaz de Vivar, soldado de fortuna al servicio de reyes cristianos y moros, cuyo drama les resumo en uno de sus 3.735 versos anisosilábicos: ‘¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!’ Ése fue su afán y sigue siendo, después de casi mil años, el de la España de hoy: que el rey lo quiera a uno y lo haga conde, duque, marqués, lo que sea, y bien rico y con hartas tierras que produzcan para uno y para él, de suerte que el vasallo, llámese Rodrigo Díaz, Miguel Arias, Javier de la Rosa, Mario Conde, Manuel Prado […] El rey del Cid era Alfonso VI. Otros Alfonsos vinieron y varios Felipes y Carlos y Fernandos, hasta que, con las rodillas hinchadas, España llegó al día de hoy”.
Que los españoles somos infinitamente mejores que nuestros políticos lo pude comprobar el otro día cuando de la reunión entre Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez conté 23 banderas, dos páginas de comunicado y una única medida: crear un espacio de cooperación. Ni una sola mención a rastreadores, fondos, sanitarios, ejército, maestros… ¿Y qué les voy a decir? No hay bandera que tape tanta desvergüenza.
Es triste ver lo politizada que está la pandemia. Somos un caso perdido. Sin sentido común, todos enfrentados por unos políticos trileros y mentirosos a los que aún les seguimos el juego. La crispación en España, aparte del título de un libro de Santiago Carrillo, es parte inherente del país. Hace mucho tiempo que la política elevó un principio a condición de verdad indiscutible: los hechos no sirven para cosechar votos; estos se alcanzan mejor por la vía de la emoción.
En La era del enfrentamiento, Christian Salmon describe la crispación moderna como un negocio, con sus tácticas y estrategias. Las ‘fake news’ no son tan solo bulos sino parte de una gran industria en la que la crispación es un elemento fundamental; se trata de un negocio calculado con frialdad, con mucho en juego, impermeable a las llamadas al orden, indiferente a los hechos y la opinión del otro.
Poco importa informarse por redes sociales, televisiones o periódicos: lo único que hay que preguntarse es quién paga la tinta. No nos liemos con la infobesidad, esa sobrecarga informativa, y mejor identifiquemos al vasallo y al señor. Cuando nos demos cuenta de eso, tal vez, nos vaya mucho mejor.
¿Se imaginan que un día la España arrodillada, la de las rodillas hinchadas, empezara a levantarse?