Aunque ha habido varios periodos en la historia en la que hubo “fiebre del oro”, la que se nos viene a la cabeza cuando se menciona es la acontecida en la segunda mitad del siglo XIX en la costa Oeste de los Estados Unidos. A la gente se le fue la olla y veía oro por todas partes, era incapaz de distinguir lo valioso entre la quincalla. Aquí nos vamos a referir no a la fiebre que se menciona que puede dar como efecto secundario de administrar una vacuna sino a la que se ha producido en la sociedad antes de ponerlas.
Tras el éxito mediático del miedo creado por una pandemia de síntesis, se ha desatado la fiebre de las vacunas. Hay vacuna para todo, hasta para prevenir el Alzheimer dicen, y los calendarios de vacunación infantil tan veleidosos entre comunidades autónomas han pasado de una media de 24 pinchazos a más de 70. Cualquiera que diga que tiene una vacuna la coloca en el mercado sin necesidad de ensayos clínicos, sin filtros ni razones médicas, porque es algo cada vez más comercial. Si alguien se pone a comprobar qué razones científicas avalan su distribución o cuáles son los estudios que comprueban su utilidad o seguridad seguramente se produciría tal escándalo (y se producirá, no lo duden) entre políticos y médicos echándose las culpas unos a otros que, si no fuese por el desastre humanitario, sería para una comedia.
La razón de escribir hoy es para dar respuesta a una de las preguntas más recurrentes en consulta estos días. “Doctor, ¿me vacuno o no me vacuno?”. Porque el bombardeo de noticias en todos los medios pagados con fondos públicos es “vacunar, vacunar y vacunar”, o sea, vacunar indiscriminadamente. El adjetivo “indiscriminadamente” no está cogido al azar sino muy adrede porque significa “sin discriminación alguna”. Claro, en un mundo que ha dado en demonizar la discriminación, por supuesto hacer hago sin discriminación queda bien. Cuando se actúa sin discriminación, cuando no existe una criba, no existe un criterio. Si usted cree que el consejo de sus políticos de “vacunar, vacunar y vacunar”, vacunar indiscriminadamente es acertado, pues ya sabe lo que tiene que hacer: vacunarse de todo lo que le digan cuantas veces se lo digan. No aplique ningún otro criterio. Pero cuando preguntan al doctor, como figura más arriba, se supone que indagan por algún criterio médico. Voy a contar aquí cuál es mi reflexión al respecto, en siete puntos, y se la pasáis a todos esos atribulados padres que no saben qué hacer con sus hijos.
Punto 1.- ¿Qué es una vacuna? En términos amplios, cualquier sustancia que se administra a una persona para mejorar la respuesta de su estado inmunológico frente a infecciones. Dicho así, ¿quién no quiere una vacuna? Vacuna mola, por eso entra sin más. Pero no hay que olvidar que los productos farmacológicos que se administran tienen siempre efectos secundarios, indeseables, que deben estar presentes antes de tomar la decisión. Desconfíe si le dicen que un medicamento carece de efectos secundarios, sobre todo si es de reciente irrupción en el mercado, y no han tenido tiempo de aparecer.
Punto 2. -¿Qué vacunas necesito? Pues eso se contesta con otras dos preguntas. Por un lado, de qué espera que se puede contagiar y por otro, qué le puede pasar si se contagia. El análisis es muy importante porque si a usted le proponen que se vacune de la viruela seguramente su culturilla general le recordará que la viruela no existe con lo cual la necesidad de vacunarse de la viruela decae. Y si le dicen que se vacune de la fiebre amarilla pensará si en España tenemos de eso. Otra cosa es que se vaya usted a un país donde la hay. En ambos casos, tanto la viruela como la fiebre amarilla, caso de contagiarse pueden ser enfermedades serias, por lo que uno tendría en cuenta la conveniencia de ponérselas. En el caso de una enfermedad que en caso de contraerla su riesgo sería escaso para la salud, como por ejemplo el manido COVID, quizás uno prefiera pasar el cuadro que pretender “inmunizarse” contra esa entidad con productos experimentales que, a la luz de lo que estamos viendo, poca (por no decir ninguna) protección han conferido a quienes se las pusieron.
Punto 3. -¿Qué beneficio consigo vacunándome o vacunando a mi hijo? Aquí viene el análisis de los pros. Vaya por delante que si una vacuna proporciona algún beneficio a alguien (aparte del laboratorio y al político que la promociona) es a quien se la pone. Si esa vacuna realmente potencia positivamente el sistema inmunológico lo hace al que se la ha puesto, no al vecino ni a su abuelito. Por eso déjese de tonterías rebaño y solidaridad que han estado en boca de los tertulianos y otros engendros de profundidad científica similar. Pero no se venga arriba con los eventuales beneficios porque ya sabe lo de las cepas y variantes. Si una joven (o un joven) se pone la vacuna de papilomavirus eso en teoría le confiere una cierta inmunidad frente algunos tipos del virus del papiloma humano (VPH) pero no frente a todos, y mucho menos respecto a otros gérmenes de transmisión sexual, porque algunos creen que con la administración de esa vacuna uno está apto y protegido para estar más sobado que la barandilla de un asilo.
Punto 4.- ¿Qué riesgos tengo si me vacuno? Aquí los contras. De eso le informarán bien poco porque en general está mal visto hablar mal de las vacunas, sobre todo si se parte de que todas son buenas para todos. Los médicos te dirán que si tomas aspirina te puede dar una úlcera gástrica pero las vacunas son inocuas, pues no se tiene claro que las miocarditis, los ictus, los tumores turbo, o las repentinitis tenga que ver con su administración (indiscriminada, recuerden). ¡Ah, sí! Le dirán que fiebre y dolor local, porque ya saben, las fiebres de las vacunas. Lo del Guillain Barré y demás problemas será COVID persistente aunque no lo haya pasado. Solicite información de los más de 200 efectos secundarios reportados, usted tiene derecho a la información.
Punto 5. - ¿Qué pasa si no me vacuno o no vacuno a mi hijo? Sin lugar a dudas, tendrá usted el estigma de ser un insolidario y un antivacunas, amén de otras presiones de índole laboral o familiar. Le recordarán que si enferma, aunque sea por un cólico biliar o una apendicitis, usted no tiene derecho a tener cama de hospital ni atención médica por negacionista. Y por supuesto, estará expuesto a cogerse un resfriado por no tomar medidas preventivas. Es importante que para cada una de las vacunas que le propongan usted estime el beneficio que le va a reportar y los riesgos de no ponerse esa vacuna. Cuando se estima el riesgo y se ve tan nimio como realmente es… cualquier riesgo puede ser exagerado.
Punto 6.- ¿Por qué ha crecido tanto el número de vacunas? No es porque haya más infecciones o gérmenes peores sino porque hay que vender. Y para eso es importante que se promocione la sensación de enfermedad. El miedo vende de cara a la prevención (¿Previene realmente esa vacuna de lo que dice prevenir?). Lo que ha crecido es el número de personas en las que el miedo ha calado y los especuladores están haciendo caja, que reparten con los promotores y que forman parte del negocio.
Punto 7.- ¿Quién puede informarme correctamente acerca de las vacunas? El más capacitado para eso debe ser el médico, que se supone que es el que más ha estudiado para guardar y mantener la salud de los pacientes. Por eso no es ninguna afrenta ni una falta de educación que usted acuda a su médico, a su pediatra, para que le informe de qué vacunas en concreto desea proponerle (a usted o a su hijo), cuál es la composición de las mismas, de qué protege y con qué grado de eficacia y qué pasaría en caso de que optase por no recibir esa medicación, algo a lo que usted tiene derecho porque le ampara la Ley de Autonomía del Paciente. Quizás al preguntar en consulta por estos asuntos compruebe que su médico se incomoda o que no sabe la contestación a sus preguntas. O, peor aún, que su respuesta es “porque lo dice la tele” o “porque lo dice el gobierno”, en cuyo caso ya podrá deducir dónde se basa la autoridad de sus conocimientos médicos. En su defecto, que consulte con el Comité de Expertos o con los que han pergeñado los calendarios, que dentro de poco serán llamados a contar sus conflictos de intereses.
No es deontológicamente aceptable hacer promoción de medicamentos en los medios de comunicación. Las vacunas tienen sus indicaciones y contraindicaciones y el médico tiene obligación de conocerlas sin desvincularse de ese deber ni cederlo a personas profanas a la ciencia médica. La evolución constante de la situación médica y epidemiológica, la investigación científica y la mayor injerencia de los laboratorios en el control de la publicidad nos obliga a estar más alerta que nunca para que los pacientes reciban la información adecuada tras la cual puedan elegir libremente la opción que más convenga a su salud y la salud de los que de ellos dependen.